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@nessateran

“A veces son los gemelos contra mí. A veces son los gemelos contra ellos y yo solo miro. Formamos una especie de triángulo sagrado en donde no cabe una cuarta persona”. Así definía la dinámica de la banda la vocalista Kazu Makino. Es miércoles por la tarde y están tratando de hacer que todos los temas suenen impecables para el show de esta noche.

 

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Están frustrados: a Kazu por momentos se le va la voz. Su esposo Amadeo Pace, guitarrista, “está teniendo un pésimo día”.  Mientras tanto, Simone, hermano gemelo de Amadeo, prueba con su batería y sonríe.

Tras elogiar el escenario del Sucre, al que Kazu describe como uno de lo más lindos en los que ha estado, nos piden, muy sutilmente, que nos retiremos. La banda necesita volver a su hermetismo característico para poder funcionar. Blonde Redhead es una banda basada en el secretismo, los silencios, la sutileza, lo sublime. Les gusta que sea la música quien hable por la banda.

Y esa noche en Quito no solo lograron ese objetivo. Transportaron a todos los presentes a un universo paralelo a través de la bizarra y magnética voz de Kazu, las guitarras enloquecidas de Simone y la percusión precisa, multifacética, de Amadeo.

Son las 19h45 y la banda sube al escenario. Con  Love or Prison empieza un viaje del que solo saldríamos 2 horas después. Sin parafernalia,  sin despliegues rimbombantes, pero con una armonía absolutamente impecable. La voz de Kazu- que hasta hoy, ochos discos y cientos de conciertos más tarde, no logra superar su absoluto pánico escénico- aporta dinamismo a los ritmos creados por los gemelos, pero jamás se roba el protagonismo.

La primera interacción con el público se da a la mitad del concierto, al ritmo de Not Getting There, cuando Kazu saluda al público con un “gracias” casi imperceptible. La vocalista permanece casi todo el tiempo con los ojos cerrados, en trance. A veces se mece tímidamente de un lado a otro, como bailando. Amadeo, en cambio, enloquece por momentos con sus solos, como si no estuviéramos ahí, como si estuviera tocando por él y para él.

Cerca del final del show lo veremos tirarse al piso al ritmo de “crawl, crawl like a child”, una de las líneas de Melody of  Certain Three.

A lo largo del setlist brillan temas como Messenger, Falling Man y SW. Suenan temas, sobre todo, de sus tres último discos.

Todos estamos absortos en lo que hacen esos tres seres que suenan como si hubieran llegado de otro planeta. Algunos cantan tímidamente los estribillos de los temas más conocidos. Hasta que llega el turno de 23. El chico que está sentado atrás mío, un francés visiblemente emocionado, se para y empieza a bailar en medio del pasillo, como si estuviera solo.

Poco a poco, otros se paran a bailar con él, uno a uno, en una suerte de efecto contagio. Justo antes del encore ya había una buena cantidad de personas bailando, sintiendo, aplaudiendo emocionados. Fue increíble como toda la dinámica se transformó.

Se despiden pero nadie se mueve de su lugar.  Van a volver, tienen que volver. Luego de unos minutos, entra Kazu y se coloca su guitarra. Aquí ya se escuchan declaraciones del tipo “Te amo Kazu” y “woooos” desenfrenados.  El trío cierra este show cósmico con Here Sometimes, Silently y Equus.  Su huída es casi imperceptible. Desaparecen de repente, sin que apenas lo notemos.

 

Nessa Terán