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@PabloCozzaglio

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Miedo y tristeza. Con esas dos palabras pudiera resumir todo lo que viví, sentí, imaginé, sufrí, lloré durante el 30 de septiembre de 2010, en las afueras e interiores del Regimiento Quito #1 y su contiguo hospital de la Policía.

Y en esta foto, que escogí entre los varios cientos que tomé ese día, se expresan perfectamente esos dos sentimientos.

Primero miedo, porque nadie, realmente nadie parecía estar consciente de lo que estaba sucediendo. Lo primero, y lo más grave: La policía abandonó las calles, y por ende, su razón de ser, el defender a la ciudadanía. De cierta manera, con todo el equipo de fotografía que llevaba encima, estaba más seguro en en Regimiento Quito, que a la merced de los cientos de delincuentes que empezaron a tomarse partes de la ciudad.

Imagino que el Presidente Rafael Correa, al ver a la ciudadanía tan vulnerable, experimentó algo similar, que lo llevó a actuar de una forma valiente, pero absolutamente torpe. Al final de cuentas, estuvo muy cerca de ser asesinado en el mismo instante que muestra la foto: gritarle «mátenme» a una turba de personas enardecidas y confundidas, que ese mismo día faltaron a su deber más fundamental, y con el agravante de que estaban todas armadas, no es la actitud más coherente por parte de un presidente de la república. Y después, se dio cuenta cuando todo se le fue de las manos. Aparentemente sobreestimó la ética de la policía, y olvidó que su responsabilidad con el Ecuador va mucho más allá de no poder controlar su ira e impulsividad, lo que finalmente desembocó en la escalada de violencia que todos ya conocemos. Una violencia generalizada, sin razón: la policía casi disfrutaba de agredir y hostigar a periodistas y ciudadanos, y al mismo presidente, que cada vez se hundía más en ese infierno, porque estoy seguro que él fue el que peor pasó ese día. Infierno que pudo haber sido evitado, primero por la policía, que podía protestar sin dejar a la ciudadanía abandonada, y después por el Presidente, si éste recordaba que por encima de todo, los ecuatorianos lo elegimos para que nos gobierne vivo. Una policía sin escrúpulos y un presidente sin instinto de conservación. Qué miedo. Realmente pudo haber terminado mucho peor.

Y para mí, todo se resume en esta foto. Al tomarla, a mirarla, siento de cierta forma cómo el Presidente Correa se volvió en ese instante, un reflejo involuntario de la violencia e impulsividad de los cientos de policías que tenía frente a él. Se provocaban y amenazaban mutuamente, no hacían más que gritarse sin escuchar al otro, hasta que la situación se le fue de las manos a todos los actores. Porque si de algo estoy convencido, es que nada de lo que pasó ese día fue ni remotamente planeado u organizado.

Y detrás de toda esa «inconsciencia colectiva», ecuatorianos enfrentándose contra ecuatorianos. Una pequeña guerra civil, con muertos y heridos, un presidente valiente e imprudente atrapado por un grupo armado que no tenía idea de lo que hacía, y un violento cruce de fuerzas entre militares, policías y ciudadanos. Y todos los oportunistas que después trataron de sacarle provecho político a la situación, distorsionando los hechos y tratando de manipular a las audiencias. Qué tristeza.

Eso me dejó el 30 de septiembre. Pura tristeza.

 

Pablo Cozzaglio García