n la noche de la última luna llena de agosto, tomé un bus en la terminal de Guayaquil y emprendí el viaje hacia Vilcabamba, al tan esperado Water Woman Festival que hace meses se había difundido. Tenía mucha ansiedad de visitar este valle sagrado conocido mundialmente por guardar el secreto de la longevidad, lugar donde se realizan estudios geriátricos que buscan descubrir por qué ahí las personas viven tranquilamente más de cien años, sin sufrir enfermedades que parece que seres urbanos como yo estamos destinados a padecer, como si fuese una maldición, o el inevitable coste de vivir en la sobrevalorada modernidad. Algo mágico tendría este lugar que atraía a tantos extranjeros que encontraron ahí su paraíso secreto, y que ahora era la sede de este festival que reuniría a sanadores holísticos, chamanes, maestros de yoga, artistas, entre otros participantes.
https://gkillcity.com/sites/default/files/images/imagenes/65_varias/aumala.jpgEl tan ansiado momento llegó y era como entrar en un Neverland donde lo más importante no era dejar de envejecer, sino dejar de ser infelices. En el camino hasta llegar a este paraíso, de los árboles colgaban letreros que decían “We love you”, “ Take care of each other”, “Estás aquí y ahora”, entre otros mensajes que anunciaban este encuentro. El lugar fue diseñado para que al mismo tiempo se realicen actividades en sitios distintos con forma de domos, tipis, mandalas, o cuevas. Mientras en un lugar habían prácticas de yoga, en otros habían conferencias sobre alimentación, la cosmovisión andina, terapias varias de sanación (chamánica, cuántica, con sonidos, etc), permacultura, presentaciones de varios artistas, así que con mapa en mano todos se movían para no perderse la actividad de su interés.
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Todo era muy lindo para ser verdad, hasta que llegué a la primera conferencia ofrecida por una pareja de gringos expertos en la cosmovisión inca y las tradiciones de los Q’eros, pueblo ancestral de la región del Cusco. La charla era en inglés, y de repente las palabras Pachamama, Kay Pacha, Ucu Pacha y otras que me eran familiares, eran pronunciadas por unos gringos que meditaban en quichua y usaban gorros bolivianos de lana, y fue entonces que los empecé a ver como unas caricaturas del new age, el material perfecto para una comedia que tiraría abajo conceptos en los que realmente creo. Mi ego ecuatoriano mestizo con sangre indígena se enfureció, hasta les dije que por último los genes los tengo yo, y si está renaciendo algo está sucediendo es acá, y que por eso tanto gringo viene atraído a este lugar. Asintieron de alguna forma, pero eso no me hizo sentir mejor.
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Más tarde con la cabeza pesada por alguna contradicción en mí, llegué al río donde me dijeron que estaban haciendo limpias chamánicas, y así fue como vi a una gringa rubia ojos celestes, vestida de forma sencilla como una chica de barrio americano, que conocía realmente de sanación andina, así que armada con tabaco, plantas, huevos y puro, sanaba dentro del río a varias personas que hacían fila, y que salían renovadas. Además de su belleza física, se notaba el respeto con el que realizaba el ritual. Fue allí que reflexioné sobre el origen de mi perturbación, y era que personas de una cultura totalmente diferente a la mía, valoraban nuestros conocimientos ancestrales y que de paso nos venían a enseñar tradiciones que deberíamos todos conocer, apreciar y preservar. Entonces, entendí que lo que sentí al principio era que nos estaban hurtando algo nuestro, pero que de todas formas no lo queríamos tener. No me quedó más que liberarme de nacionalismos estúpidos, y de agradecerles que valoren esta tierra sagrada, estos paisajes maravillosos, y el conocimiento ancestral que aún guardan nuestros indígenas, y qué bien que sea compartido. Por otra parte, sí me dio mucho gusto la participación de Celso Fiallos y del taita Jorge Medina, figuras que aprecio dentro del chamanismo en Ecuador, compartiendo su sabiduría.
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Después de trascender este lapsus mental, me entregué a la experiencia y a valorar lo surreal del momento: encuentros espontáneos de gente tocando instrumentos y cantando “What a wonderful world”, la variedad de platos vegetarianos, chocolates con relleno de spirulina, batidos energéticos… ¡era el paraíso de los vegetarianos! Las demás conferencias a las que asistí eran realmente testimonios transformadores de vida, no hippies hablando de cosas etéreas sino gente haciendo un cambio positivo en el mundo. Las dinámicas en diferentes ceremonias o prácticas de yoga hacían que de repente abraces a un neozelandés y termines haciendo abrazo grupal y cantando que los amas a todos.
El Water Woman es un festival de los llamados “transformacionales”, al igual que el Burning Man, Lightning in a Bottle, entre otros muy populares en Estados Unidos y Canadá, dentro de esta subcultura denominada “evolutionary”, siendo las principales ciudades que convocan estos encuentros San Francisco y Vancouver. Esta es la primera vez que se desarrolla un evento de este tipo en Ecuador, organizado por Pieter Van Wensveen quien reside en Vilcabamba hace varios años. Jeet Kei Leung, realizador de documentales sobre estos festivales, señala que las principales características son las siguientes: 1) Tienen mucho contenido que incluyen alta intensidad de interacciones de calidad, 2) Los participantes son co creadores de la experiencia y son testigos de que hay una necesidad humana de contribuir a la comunidad, 3) Son puntos de confluencia para creadores culturales, 4) Se vive una transformación a través de la inspiración. 5) Influencia de ecofeministas, y actividades relacionadas con la luna llena y la Madre Tierra. El alcohol no forma parte de estos festivales, está prohibida su venta y consumo, lo que los diferencia drásticamente a los raves o fiestas cuyo fin es mera diversión, sin una transformación positiva.
Durante estos dos días que viví esta experiencia, me desprendí de prejuicios con los que llegué, aprendiendo a valorar al otro de forma sincera, apreciando el propósito de cada uno de convivir de la mejor manera en este planeta, en armonía con la naturaleza y con el prójimo, sin importar cuál sea la forma en que viva su espiritualidad, agradecer que su felicidad inspira a otros.
Jeet Kei Leung reconoce que lo que se vive en estos Festivales es el nacimiento de un nuevo tipo de cultura espiritual, que no está interesada en líderes carismáticos, dogmas, ni doctrinas, y donde los rituales no requieren que sometamos nuestra autonomía como individuos pensantes, a una religión. Se trata de una cultura que está viviendo el punto de quiebre entre la religión y la espiritualidad, donde esta última se vive como el reconocimiento de nuestra esencia como parte del todo, que es el universo. De ahí, el regreso a prácticas chamánicas, al redescubrimiento de culturas ancestrales que no le rinden culto a un Dios sino a la perfección del universo del cual somos parte, lo que trae como consecuencia el respeto a la naturaleza y al prójimo.
“The worse it gets, the better it gets”. Esta frase fue pronunciada por David Rainoshek, uno de los conferencistas de este festival. Significa: «Cuando todo se pone peor, es que estamos en el mejor momento», ya que se vuelve tan evidente que el mundo no está funcionando bien, que debemos cambiar radicalmente nuestra forma de vida: Mejorar nuestra alimentación o sufrir duras enfermedades como diabetes, hipertensión, que sólo nos conducen al sufrimiento; Llenarnos de amor para entregar en lugar de odio y resentimiento que también nos traen enfermedades como el cáncer, además de convertirnos en personas infelices; Respetar y honrar al prójimo y a la naturaleza, entendiendo que somos parte del todo y no los amos y señores del universo. Eso, que se resume en tres palabras: elevar nuestra conciencia.
Al final de este viaje, entendí el secreto de la longevidad de Vilcabamba: la armonía del ser humano con la naturaleza que trae como consecuencia un perfecto equilibrio, alejándonos de enfermedades, de vicios, de la inconciencia. Se respeta y honra el agua de los ríos sabiendo que es su mejor recurso. Me bauticé en sus cascadas, comulgué con sus frutos, me confirmé agradeciendo tantas bendiciones, y me casé con el universo. A hó!
Estefanía Aumala