Hace un par de años entre de infiltrada a una clase de “Construcción del género” que dictaba Hernán Reyes sociólogo y masculinista quiteño, un tipo muy brillante.
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Autor: Priscila Monge, «Make up lesson #1»
Inicio contando como este tema de las masculinidades llamo la atención de ciertas minorías de varones conscientes de los horrendos efectos de ciertas conductas y comportamientos masculinos en sus vidas y en las de las demás.
A pesar del alto nivel investigativo que despertaron las masculinidades en los países del norte ya a mediados de los 90’s, la comprensión de los comportamientos e imaginarios masculinos y el impacto que estos tienen en la violencia de género aún son escasos sobre todo en Latinoamérica, y cuando se lo ha querido llevar al campo de las políticas públicas el tema ha sido tratado en forma aislada y sin mayor eficacia.
Sin duda la violencia de género es la expresión más brutal de la violenta dominación masculina, esta corrosiva noción de la masculinidad que se traduce en patriarcado, que es toda una situación estructural de orden y reproducción de las sociedades, a lo largo de las historia. Pero la masculinidad no puede ser vista desde la simple idea de que hay solo una manera “negativa” de comportamiento de todos los hombres, que siempre ha sido de esa forma y siempre lo será por su “naturaleza masculina”, al tratársela de esto modo se estaría dando una visión sesgada e incompleta de esta compleja construcción.
En diferentes sociedades, existen distintos tipos de masculinidad, e incluso muchas de estas con actitudes y practicas respetuosas respecto al trato con las mujeres, lamentablemente todavía son mayoritarias esas formas de “ser hombre” y de actuar de forma “valiente” como la que vivimos cotidianamente, lo que implica toda una competitividad deshumanizada, la represión de las emociones y la agresividad para todo cuanto amenace su poder y privilegios en una sociedad profundamente individualista como la nuestra.
Sin embargo mas allá de las “reglas sociales” que se imponen en una organización social machista, existen masculinidades diversas y aún contradictorias, por lo que es absurdo e injusto acogerse a la estrecha visión de decir que todos los hombres son iguales, que sus comportamientos masculinos han sido, son y siempre serán violentos y atentatorios contra la dignidad, la integridad física y los derechos humanos de las mujeres.
Este planteamiento no solo que constituye una injusta concepción de la realidad, sino un permanente rechazo y antagonismo entre los sexos como única opción de vida, imposibilitando nuevas formas de relacionamiento, negando que la conducta de los hombres violentos pueda cambiar, es decir que puedan haber procesos de sensibilización y de de-construcción por parte de los hombres que adquieren conciencia de lo altamente destructiva que es la violencia de género y de sus prácticas violentas en general.
Sobre lo expuesto es importante no corresponsabilizar esta expresión únicamente con la economía o la ideología política, sino que responde también a estos procesos prolongados de disciplinamiento de los cuerpos y de las emociones en el sistema educativo, servicio militar, las imágenes estereotipadas y cosificadoras que transmiten los medios de comunicación en todas sus formas, las industrias culturales, y el conjunto de valores reproducidos al interior de la familia, los cuales imponen en el imaginario de hombres y mujeres conductas que luego sirven para justificar el ejercicio de la violencia de los unos contra las otras.
Sin duda alguna la erradicación de la violencia de género encierra el desafío de conocer a fondo porque se origina y como se practica mayoritariamente por parte de hombres adultos en contra de las mujeres y también de los “hombres diferentes” (GLBT´s), lo que implica hacer un estudio profundo de estas prácticas, ya que la violencia va más allá, puesto que también existen mujeres que violentan a otras mujeres, sobre todo en el plano económico, lo cual se ve claramente reflejado en la investigación de la economista Piedad Mancero “Deuda del estado con las mujeres” la cual refleja que la mayoría de mujeres explotadas laboral y salarialmente lo son por otras mujeres (sus jefas).
De manera que para el abordaje de esta problemática es urgente que se realice una reflexión profunda del género y las masculinidades con las prácticas sociales, culturales, y los imaginarios colectivos y mitos que aún persisten en torno a nuestra sexualidad, y revelar formas ocultas o socialmente aceptadas de violencia masculina y femenina a nivel intrafamiliar, escolar y en la sociedad en general.
No se trata de que las mujeres comprendamos nuestros derechos y ubiquemos de “enemigos” a los hombres, ni que digamos que todos los hombres son unos machistas, ya que ambos somos parte de una construcción errada que ha desatado los altos niveles de violencia en los que actualmente vivimos, sino que los propios hombres de todas las edades y de distintas posiciones económicas, políticas y culturales asuman la necesidad de actuar sensibles y conscientes, así como de responsabilizarse de las formas de actuar de los hombres con los que conviven y que resultan violentas para sí mismos y para las personas en su entorno.
La idea final es la urgencia de construir nuevas formas de relacionamiento, en las que las mujeres no seamos las sumisas obligadas a todo, y que nuestros cuerpos y sentires no estén sometidos al maltrato y flagelación por parte de nuestros padres, hermanos, maestros, parejas, ni amigos, sino que por el contrario estos cuerpos y estos sentimientos sean cuidados y protegidos, por estos hombres con los que conformamos una sociedad y viceversa.
Aida Quiñónez Gonzáles