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Se debe estar demasiado hecho pedazos como para querer no sentir, anhelando ser de piedra y no tener corazón. Aún así ese parece ser el común denominador del personal aquí, pues acompañan fielmente al Grupo Kaliente que se proyecta en una pared sucia a través de un infocus con una calidad más que horrorosa. La música retumba de un par de cajas inmensas, dignas de un concierto callejero. Escaneas el lugar pues el cacheo en la puerta nunca es de fiar y siempre hay que evitar problemas. Buscas una mesa.

Algunos te miran extrañados, suponemos que porque no vas vestido como ellos. La mayoría lleva jeanes hiperadornados, zapatos de basket y camisetas polo rayadas horizontalmente. Los más veteranos usan mocasines y camisas con el pecho descubierto. Hay un señor calvo de lentes finos a un lado, parado, con el codo en el bordillo del mesón, un pie en el piso y el otro sobre una silla. Una posición que luce bastante incómoda para beber, pero para evitar problemas pasas sin reírte. Al fondo, en la última mesa, la que queda debajo de las luces de neón, diagonal al cartel que indica que estamos siendo grabados, hay una mujer sola que no deja de mirarte fijamente. La miras de reojo mientras tratas de seguirle el ritmo al poeta Pabon, recitando la más grande oda a algún viejo motel. Te sientas en una esquina.

Esto es un antro, dentro de las definiciones empíricas para clasificar los lugares de diversión nocturna. Clasificación que no es aleatoria, sino que nace de términos usados por los maestros para convocar al pueblo a embriagarse: un bar es el clásico con decoración, tragos para todos los gustos, donde se escucha de todo y se bebe en vaso; esto es mucho más bajo que un bar. Una barra es mucho más cutre y pequeña que un bar, con menos luz, solo se vende cerveza, generalmente pescuezuda y rara vez hay vasos. En una barra se escuchan valses ecuatorianos mezclados con pasillos peruanos y es el único lugar donde se han visto chicleros hechos trapo, o acompañados de mujeres desproporcionadamente gordas, con las cuales obviamente se deben encontrar a escondidas pues son las oficiales de marinos celópatas. Aún así, esto es más divertido que una barra. En un antro cabemos tranquilamente más de 100 delincuentes (reinvindicando, ya que está de moda, la palabra 'delincuente' como aquel que desobedece leyes), de igual manera solo se vende cerveza pescuezuda pero con un vaso plástico, se escucha salsa y se puede llevar hembras. No es una salsoteca porque la finalidad no es bailar sino alcoholizarse por lo cual cumple con el servicio característico de un antro: hay peladas que se encargarán de incentivarte a tomar, ya sea por deporte, por sacarte una 'voluntad' o porque sencillamente cobran un sueldo para hacerlo. De todas formas, tampoco es un chongo porque a un chongo se va a tirar; hay cuartos y fichas. Esto es un antro. Alzas la mano exigiendo biela.

-¡Sírvale mamita!- le indica Gavica a una de las chicas. –Ya le traigo fuego mi llavecita rockera y discúlpela que parece que anda es enamorada…- La disculpas; si anda es enamorada, qué puedes reclamarle ¿no? Aparte que Eddie Santiago ya la está castigando lo suficiente. Todavía es temprano y la salsa romántica manda (aunque nunca se ha sabido qué tiene de romántica y mas bien debería llamársele salsa para cachudos). Una de las cosas más bellas del género es que es música de sufrimiento pero a diferencia de los rockoleros, los salseros sufren cantando, bailando y haciendo que la gente beba sin control. El pueblo inclina el vaso, toma de un sorbo y bota lo que queda, la 'babita', al suelo a pesar de que hay varios carteles que claramente indican que está “prohibido escupir o regar cerveza en el piso”. Después de varias botellas, al alzar la cabeza, ves que la mujer de la mesa sola tiene, en sus manos, una funda y sin ninguna vergüenza acerca una llave a su nariz. Lo repite de tanto en tanto. Te paras al baño.

No hay puerta, los urinarios quedan al fondo de un largo pasillo en el cual un gajo se encuentra armando una pistola. Te ven y se alteran, como si fueses paco; casi que se les cae la hayaca. Medio tambaleándote y sonriendo regresas para ver que el culo se cambio de mesa. Más cerca, más de frente. Es mayor a ti; todas, todos, siempre son mayores a ti. Al señor de la parada chistosa ya lo tienen virado de tanta biela. Está embelezado con una de las niñas pero aún no baja la pierna izquierda de la silla. Hay dos veteranos que bailan entre ellos, mientras otros los graban con sus Nokia imitación de BlackBerry y atrás unos pandilleros empiezan a ponerse belicosos. Por un rato el sentimentalismo para y empieza lo urbano. Ves a la colorada sola, tarareando “Amor y control” de Blades; como ya está más cerca y mejor iluminada recién te diste cuenta que es colorada, y bastante guapa de hecho. Con esta canción sucede un fenómeno especial, y es que se puede reconocer a todos los que consumen y han caído, según qué tanto énfasis le pongan a la quinta estrofa. Todos ponen énfasis, Gavica principalmente. Era obvio, se le nota en las arrugas que lucha un día a la vez desde hace mucho tiempo. La canción es larga. Solicitas más biela y una de las chicas te prende el cigarrillo.

Por arte de magia la colorada está frente a ti, señalando una silla con su boca. Le indicas que puede sentarse sin tanta alharaca. Agarras su vaso y le sirves cerveza, sin preguntar, para qué. Aunque solo conversan del calor, de Lavoe y de que ya mismo llega el intendente a clausurar el local por esas nuevas leyes curuchupas, tú ya sabes que se está vengando de su marido. Desde hace tiempo que no la toca, el man vacila a la vuelta, ella está enamorada de otro hombre, tiene dos bébes y un vicio que no la deja dormir; por eso rara vez se embriaga. Ella sabe que solo eres un loco bastante aburrido, así que se inventa que te dejó tu mujer. Tú le confirmas que no era tu esposa, que solo era una desquisiada que ni siquiera era buena amante, siguiéndole el juego a Mariano Cívico que canta al fondo. Prendes otro tabaco.

Se embala Tony Vega. Como siempre, el man va en seguidilla, mínimo 5 canciones de una; con la natural evolución del amante de la que aparentemente era tan feliz, al completo cobarde que sufre por “Su recuerdo”. Aprovechas y la sacas a la pista no oficial, pero jamás improvisada. Ahora estás pintero, bien vestido y hasta aprendiste a bailar. A partir de entonces sabes que nada de lo que venga tendrá sentido, y que nada de lo que pasó antes será recordado con claridad. La policía entra justo cuando un par de imbéciles se están lanzando botellas. Van todos presos, menos tú y la colorada porque ya están en su cama. Gavica es inmune. Hay bala. Pides encebollado.

Es otra de esas historias que no sabes si en verdad pasaron y estabas ebrio, lo soñaste, lo viste en una película o todas tres. Lo importante es exagerar la historia al contarla para quedar como chepo. Ves el noticiero y una noticia presenta 16 presos por violencia contra oficiales en algun lugar clandestino de diversión nocturna en plena Albolarada. Cosas lámparas que pasan en la ciudad del río grande y del estero, por suerte tú no saliste ayer. Caminas hacia la puerta y un tipo digno de apodarse 'Cuelloe Mondongo' te detiene, todos son cacheados antes de entrar. El viejo Montañez lo aclara todo: “Yo nací de espaldas, no me importa la autoridad. Cada quien con su cada cual.” La colorada le plancha la ropa al marido. Vomitas.