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El fracaso de las instituciones culturales en Guayaquil

Las artes visuales del puerto han tenido una década excitante, intensa. Y ésta, la que apenas empezamos, presenta unos retos inmensos para consolidar lo construido: reinventándolo y diversificándolo. No hay nada que celebrar ya que aún todo es muy endeble. Antes y ahora, en Guayaquil estos cambios suceden a contracorriente de la arbitrariedad e indiferencia de las instituciones culturales nacionales y de la ciudad. Me refiero a la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE), el MAAC, y el Museo Municipal de Guayaquil (MUMG).

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Foto crédito: Imageshack

Nuestros admirados burócratas culturales no escuchan, solo hablan y ofrecen hasta la vía láctea si hace falta. En realidad no saben qué hacer, su desorientación es evidente en la pobre oferta cultural de la ciudad, y su lenguaje tecnocrático –en el mejor de los casos– no logra ocultarlo. No tienen la menor idea del desarrollo de los debates globales ni locales en el mundo del arte contemporáneo, ni de las visiones más actuales de la gestión cultural. ¡Nos quieren hacer creer que el mundillo que han manejado a su buen antojo por años y décadas no ha cambiado ni continuará cambiando! Buena suerte a ellas y ellos, la historia los absolverá en su olvido.

He sido uno de los testigos y de los muchos protagonistas de esta mutación apasionante de la escena local, y esta historia está marcada por dos aspectos que quisiera mencionar en estas líneas: la incapacidad de las instituciones culturales de articularse con la escena artística, y la imposibilidad de los artistas contemporáneos por reconocerse en la tradición moderna del Ecuador. Ambos aspectos se entrecruzan en el proyecto nacional tristemente representado por la Casa de la Cultura. Quizás una de las peores ideas que se puedan concebir: convertir a los artistas en burócratas y asumir que cumplirán sus funciones con eficiencia y sin beneficiar sus muy particulares preferencias artísticas, y todo esto empaquetado con lo más opaco y correcto del lenguaje de la vieja izquierda. El resultado: de lo más colorido.

El error no es finalmente la mezquindad ni la falta de talento que se ha paseado con total autoridad por la CCE, sino errores de ingeniería en el plan original de Benjamín Carrión como los ya mencionados. El proyecto moderno nacional allí encarnado encuentra su paralelo, el guante perfecto, en el trabajo de Oswaldo Guayasamín y su proyecto de redención de los pobres (Guayasamín es el predecesor de Abdalá Bucaram). El didactismo sensiblero del indigenismo y su triste herencia son territorio muerto, no hay diálogo posible con esa tradición. Entre aquella modernidad y los artistas contemporáneos hay una brecha insalvable pero de lo más productiva. Como consecuencia, el arte contemporáneo ecuatoriano es libre de hacer lo que se le antoje ya que no le debe nada a ningún padre ni madre, en aquella brecha no veo sino un potencial único.

Hay que decirlo, también han existido luces esperanzadoras en la administración cultural local pero pronto han sido apagadas, ya que han sucumbido a agendas conservadoras (muchas veces empaquetadas con el siempre necesario léxico izquierdoso). La administración de Freddy Olmedo en el MAAC fue una de ellas. Ya que Olmedo es quiteño para atacarlo se utilizó el más vil y reaccionario de los argumentos posibles, el regionalismo. Lograron finalmente reemplazarlo por alguien del manso, la señora Mariella García Caputi –una artista con tan poco talento como Yela Loffredo– y gran cómplice de los burócratas neoliberales del Banco Central del Ecuador (BCE). Entonces se procedió al descuartizamiento del proyecto anterior hasta volverlo tan amateur como sus propias pinturas. Al mismo tiempo estos personajes del MAAC y el BCE asfixiaban al ITAE (tema ampliamente documentado y del que incluyo un link al final de este texto), colocándolo al borde de su desaparición. De allí en adelante la proyección regional e internacional del museo decayó hasta convertirse en un triste chiste provinciano, que hoy carece de un equipo curatorial de planta, y donde las decisiones se toman con criterios de lo más bonachones. Y lo peor quizás aún está por decirse, el Ministerio de Cultura no parece tener la voluntad de reinventar al MAAC con la visión y la ambición necesaria para que éste se convierta en un referente de esta parte del mundo al tiempo que en plena conexión con la escena nacional de arte contemporáneo.

La situación del Museo Municipal de Guayaquil (MUMG) es más ambigua, de ires y venires, de azares, de repentinos aciertos, pero padece de las mismas carencias que las instituciones nombradas: falta de gestores culturales profesionales, y no existe un equipo curatorial de planta que sea capaz de generar políticas y visiones flexibles pero de largo aliento. El principal producto cultural del MUMG es el Salón de Julio, un concurso de pintura ya reencauchado varias veces y que mantiene el formato de Pintura por mera tradición; y, que incluye en su reglamento la censura a cualquier expresión artística que aborde lo sexual de manera abierta. En esta sociedad pacata estos funcionaros públicos han instaurado la idiosincrasia católica de que el cuerpo es malo y debe ser gobernado (y su representación regulada) con reglas mojigatas y antojadizas.

Precisamente estas arbitrariedades fueron cuestionadas de manera argumentada por Lupe Álvarez en la entrevista que concedió a Diario El Telégrafo y publicada el 21 de Agosto. Dos días luego de esta intervención, en el mismo diario se publica una entrevista a un tal Víctor Hugo Arellano, director del MUMG, persona absolutamente desconocida en el medio artístico nacional. Este señor se presenta con frescura y prepotencia no para argumentar (con los conocimientos académicos que tal cargo demanda) sino para amenazar con judicializar las diferencias con la catedrática cubana. Lección bien aprendida de nuestros políticos criollos ¡bravo!.

Así, se desperdician oportunidades para el debate por esta arrogancia infantil que reina en nuestras instituciones.

Como consecuencia de este incidente varios artistas, intelectuales, y gestores hemos firmado una carta a este respecto dirigida al alcalde Jaime Nebot y cuya respuesta esperamos atentos.

Al final el formato mismo del Salón –el formato de concurso– es un despropósito total, pero quizás en el MUMG no conocen de otros modelos de gestión, de incentivos a la producción artística, de políticas de coleccionismo, y finalmente –tanto o más grave– desconocen de la indefinición contemporánea de los medios y territorios artísticos tradicionales, o como Barry Schwabsky lo explica en VITAMIN P, Today there is no consistent “look,” no particular method, style, material, subject, or theme that identifies a painting as credibly contemporary or, on the other hand, disqualifies it from consideration as such.

No es entonces que la pintura esté muerta ni mucho menos, sino que lo que está dentro o fuera de ella, sus límites, son francamente indefinibles o incluso innecesarios. Y, esto acompañado por el obsoleto formato de “Salón”, deviene en una producto cultural imposible de sostenerse por mucho tiempo más.

Admito que la preocupación de museo en exhibir ciertos contenidos sensibles a menores de edad sin el consentimiento de sus padres o tutores resulta ciertamente razonable (argumentable, pero razonable). Pero ese no es el motivo real de la censura a lo sexualmente explícito (cuyo rastro en la historia del arte proviene de antes de la misma historia del arte), sino la moralina despótica que se nos impone a los ciudadanos libres desde el imaginario socialcristiano. En la práctica, si los niños son la preocupación real, esto se arregla sin dificultades mayúsculas: dividiendo el espacio con paredes móviles, colocando las obras “conflictivas” (…digamos) en la sala ocasional, y advirtiéndole al público –al igual que en el cine o la televisión– del contenido de este espacio. Nada nuevo, en un museo tan visitado por personas de todas la edades como el MOMA, una aviso similar se hallaba a la entrada de Case History, la muestra del fotógrafo ucraniano Boris Mikhailov. Los ciudadanos no necesitamos de burócratas que tomen decisiones por nosotros, ni que nos defiendan de nuestros propios deseos.

Los responsables de que las cosas sean como sean y se mantengan como están en el MUMG no son únicamente el Director de Cultura de la Municipalidad, ni el director del museo, también lo son los directores del Salón que juegan a dos y tres manos en la tarea de contentar a todos. Ese comportamiento, el de la complacencia y la complicidad, tiene consecuencias desastrosas para toda la escena. Pocos años atrás, Mónica Vorbeck fue nombrada Directora del Salón y se planteó la necesidad de transformar las bases del Salón, solo para encontrarse con esa muralla de incomprensión irracional que son estos feudos. Mientras, otros directores del mismo concurso han asumido posiciones más indulgentes en estos temas.

En todo caso, para aparecer en mejores términos ante la opinión pública, los burócratas de la cultura acudirán a las estadísticas. En lugar de explicar los criterios de calidad de la programación cultural que proponen a la ciudad, nos contarán sobre cuántos miles de personas asistieron a sus eventos, siendo entonces que con este pobre criterio, Delfín Quishpe, Justin Bieber, y Ricardo Arjona son los mejores músicos del mundo.

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Entonces, para aclarar el misterio: ¿dónde se ha desarrollado de forma constante esta vitalidad pronunciada de la escena guayaquileña? En iniciativas que se han saltado la trampa burocrática. En espacios privados como DPM y NoMINIMO; independientes, como Espacio Vacío; y públicos como el ITAE, cuyo proyecto pedagógico es el centro de esta renovación. Es una constelación compleja y aún endeble, siendo que todos estos proyectos son gestionados desde actores culturales locales, con resultados claros y evidentes.

Es por ello que, desde el territorio de las artes visuales, cuando una iniciativa como la Universidad de las Artes pretende insertarse de manera vertical, sin articularse con una realidad consolidada como el ITAE, en este barrio pequeño, caben muchas preguntas (algunas de las cuales propuse unas semanas atrás por medio de Gkill en un texto titulado De Cómo El Horizonte Se Hace Visible)

Todo lo mencionado parece apuntar a que los actores institucionales harán todo lo posible para no renovarse en esta década y para ello tienen un arma secreta: el silencio.

A quien no tiene argumentos, la prepotencia solo le sirve en los confines de su feudo, y no se va a permitir la humillación pública de ser interpelado (no puedo evitar pensar en el buen Álvaro Noboa rehuyendo a las entrevistas de Ecuavisa). Su pretendida indiferencia ante los argumentos que los otros actores culturales de hecho sí poseen le será su arma más efectiva y más penosa a la vez.

Parecería que en nuestro país el silencio no es un arma del espíritu, sino de la cobardía y el acomodo más patético.

Links relacionados:

Carta Abierta a Jaime Nebot

Entrevista a Lupe Álvarez:

Entrevista al director del MUMG:

Entrevista a Rodolfo Kronfle

Gkillcity.com vs Melvin

Texto de Rodolfo Kronfle acerca del Salón de Julio

Historia(s) del Arte en el Ecuador, por Rodolfo Kronfle

Un poco de historia sobre el ITAE

De Cómo el Horizonte se Hace Visible, por Oscar Santillan

Oscar Santillán