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@lffonsecal

El lema “Delfìn hasta el fin” resuena en todo el planeta desde que un humilde indígena lo usara para ambientar los videos musicales que subió a la red con la eficacia de un gran publicista… Ésta es la historia de cómo un ecuatoriano sin una voz privilegiada ni recursos técnicos extraordinarioslogró convertirse en un fenómeno mediático que ha recibido millones de visitas en internet llegando a dar conciertos en ciudades americanas y europeas.

Un lobo se cruzó en el camino del niño Delfín Quishpe el día en que dejó a su perro en casa. Había salido muy temprano rumbo a la montaña, y Huáscar, su peludo compañero, se escondió bajo una cama y no quiso salir. Huía del silbido que una gélida ventisca provocaba a su paso por los techos de San Antonio de Encalado, provincia de Chimborazo. Empezaban los años ochenta y el Ande ecuatoriano era el escenario sobre el que un infante quichua cantaba inspirado en la música de sus ancestros.

 

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Fotografía: Delfín Quishpe

Después de acompañar a su padre en sus tareas –ordeñar, pastar, cosechar alfalfa y alimentar a los cuyes– se aseguraba de que nadie lo viera para entonar cualquier canción a los gritos. Le encantaba oír el juguetón rebote de su voz sobre las montañas y sentir que vencía las distancias sobre el prado mientras su cachorro se tendía en la hierba a ladrar como queriendo acompañarle. Pero una mañana lluviosa salió sólo a enfrentar su jornada y, mientras corría a sus anchas, le pareció ver un Pastor Alemán entre el rebaño que cuidaba. Se acercó con inocente curiosidad y se dio cuenta de que era un lobo. El susto lo puso alerta; tomó una rama y la golpeó sobre un tronco para asustar al animal que acechaba a la espera de una oveja desprotegida.

—Es que si un lobo lo mira a uno a los ojos primero, ¡lo domina!—me dice muy seguro, con tono de advertencia, a casi tres décadas del suceso. La garúa que cae en Quito le recuerda los detalles de aquella tarde en que logró poner a salvo a sus “borreguitos” de las fauces del depredador.

Delfín sigue la moda de las parroquias serranas: jean gris de ceñidas bastas atiborrado de vistos café oscuros que aparentan estar roídos por el uso; borceguíes negros en los que resaltan metálicas hebillas en la boca de los ojales; un abrigo de poliéster del mismo color que los pantalones con líneas en un tono más pálido que dibujan cuadrados solo visibles de cerca, y una capucha que forma un triángulo enorme tras su cabeza, ocultando la nuca hasta la coronilla, fachada que contrasta con el estilo vaquero de cuero blanquinegro o tricolor (amarillo, azul y rojo) que usa en los conciertos.

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Desde niño quiso que su voz retumbara atravesando todos los confines imaginables. Impulsado por su ímpetu (en la agreste Cordillera Central), amplificado por los altavoces (en las fiestas de pueblo del cantón Guamote) o sobre la red del amplio mundo (en el Cono Sur, Estados Unidos y España) cumplió su sueño adornándolo con un ritmo pegajoso y letras sencillas. El canto de este hombre arribó a los hogares de todo el planeta luego de que a inicios de 2007 las visitas a su videoclip titulado <<Torres Gemelas>> sobrepasaran el millón de personas en la red social Youtube.

—Es la canción que más quiero. Yo sé que haga lo que haga nunca la superaré—sentencia lleno de dicha.

Una secuencia de apariciones del cantante sobre las imágenes del 11-S junto a una melodía que se inscribe en el tecnofolklore, género que él mismo patentó, componen el video que lo lanzó a la fama. Y aunque hablar del atentado perpetrado en Nueva York hace once años siempre resulta polémico, Delfín dice que lo hizo como un homenaje a los ecuatorianos que se han ido. El centro sur del país es uno de los más golpeados por el fenómeno migratorio, quizá eso le granjeó la popularidad a este personaje en un principio. Hoy, todas sus actuaciones en el exterior son presenciadas por miles de chilenos, argentinos, españoles y estadounidenses. Afirma que es el único artista nacional que ha alcanzado esa meta, y es difícil refutarle cuando los demás cantantes populares explotan la nostalgia de quienes han salido de estas tierras y llenan sus conciertos fuera ante la indiferencia de los nacidos en otros países.

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Fotografía: Revista Vistazo

Cuando le pregunto sobre las críticas que le han hecho, Delfín aclara que prefiere ignorarlas. Alega que sus logros no son obras del azar, que son producto de una vida en la que ha perseguido con ahínco el ser reconocido y que quisiera ayudar a su comunidad “en lo que se pueda”. Por eso viene a la capital cada lunes para estudiar Producción Musical. Atribuye los ataques de los allegados a las víctimas del desastre de 2001 al disgusto que les pudo provocar su imagen a lomos de un caballo con las banderas del país y de su cantón en cada mano.

—Creo que eso no les gustó en el norte—remata.

No tiene asesor de imagen ni manager y todo lo que ha hecho responde a su talante creativo o, muchas veces, a su espontaneidad.

—Lo natural también sale bonito—arguye y recuerda cómo actuó en un programa de ficción sin libreto ni guión. Tampoco se interesa en responder las injurias de la competencia y habla con desenfado de las versiones de temas ajenos que ha grabado (como el <<Pequeño Motel>> de Galy Galeano). Le gusta el Saltashpa y, como para no dejar dudas de su favoritismo, empieza a chocar las palmas una sobre la otra mientras adapta una parte de la letra de su <<Gringa Loca>> al particular estilo musical, antecedente del Sanjuanito:

gringa loca, gringa loca ¿por qué me tratas de ladrón?

gringa loca, gringa loca ¿por qué me tratas de ladrón?

si tú me tratas de ladrón te robaré tu corazón

si tú me tratas de ladrón te robaré tu corazón

Al terminar explota en una contagiosa carcajada y yo pienso que lo cantado por este hombre sobre el atentado del once de septiembre o acerca de los treinta y tres mineros de Atacama, Chile, son rimas inofensivas frente a las maniobras políticas que se montaron alrededor de esos hechos.

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Delfín Quishpe no es un ser incomprendido que se conforma con la inusitada fama que tocó su puerta. Tiene el afán inquebrantable de lograr todo lo que se propone y quiere aprender muchas cosas para que quienes no son sus fans lo tomen en serio y empiecen a respetarlo. Por eso esquiva las entrevistas y admite que muchos se burlan pero “bien que después necesitan que les atienda”. Pocos días antes de que conversáramos una reportera de farándula lo abordó, en la puerta del Instituto donde estudia, con el fin de hacerle una entrevista.

—para que vea que no les tengo miedo –a los medios– me acerqué y le dije: ‘claro, venga, deme un abracito. Qué mujer tan guapa… ¡no puede ser!’—grita exaltando su hazaña.

De esta manera finaliza nuestra charla y se despide rumbo al curso en donde la clase de Lectura Musical ya había iniciado. Antes de que cierre la puerta le pregunto por su página web y me sugiere que mejor busque su cuenta en el twitter,

—ya soy su seguidor

—¿pero encontró el oficial? es que por ahí hay unos falsos

—sí, en el que puso eso de ‘Los fieles al amor estamos en…

—en peligro de extinción’… ¡Dios mío, ayúdame!—al final los dos reímos como locos.

Luis Fernando Fonseca