@arduinotomasia
Experiencias de la política municipal
El viernes 27 de julio, más de una docena de metropolitanos se plantaron en la intersección de la 9 de Octubre y García Avilés para impedir el trabajo de comerciantes informales ciegos. Esto, por supuesto, respondió a una serie de acciones que se han venido implementando por parte del Municipio de Guayaquil desde hace años contra ese sector en particular, y que ha generado movilizaciones y protestas que no han logrado alcanzar una concreción fáctica de su legítimo derecho al trabajo.
Sin embargo, “esta es la época más represiva que hemos vivido los ciegos en el período de Nebot”, expresó uno de los comerciantes ciegos, Pedro Juan Pino Medina, en un testimonio recogido por Marcela Noriega. “No he podido trabajar, el sol es totalmente cruel con los compañeros que se ponen en las bancas. Cuando yo me pongo en la sombra, los metropolitanos me empujan, me dicen: anda para allá que ya se fue el sol”, continúa Pino.
Este conjunto de acontecimientos llevó a que el sábado 5 de julio, a partir de las 14:30, se diera una protesta en esas mismas calles. GKillCity dedicó su edición #59 a esa lucha, con posturas muy interesantes y contundentes sobre varios aspectos.
Ese día acudí con un grupo de amigos para apoyar su proclama reivindicativa, así como para aproximarme más a su situación. Algunas reflexiones e interrogaciones pasaron por mi cabeza estando allí.
En espera de darle continuidad, comparto mis anotaciones. Cuestión que, creo, es en sí misma sintomática de lo contemporáneo: este tipo de problemas alcanzan, a lo mucho, solo algún grado de enunciación pública (y ganan algún espacio en los periódicos locales, sepultados luego por otra pila de datos), pero parece que no alcanzan a convertirse en un tema (de debate, de incidencia, de movilización) realmente público.
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Cuando llegamos a las calles, con mis amigos nos percatamos de que la protesta coincidía con una marcha denominada Caminata Solidaria Manuela Espejo, en virtud del programa impulsado desde la Vicepresidencia de la República para la puesta en ejercicio de los derechos de las personas con discapacidad.
El vicepresidente Lenín Moreno se acercó, con el resguardo de una fila de militares, a darle la mano a alguno de los comerciantes ciegos. Al menos eso creo, dado que poco o nada alcancé a ver entre los pesados casos negros de los milicos que lo rodeaban. Tres minutos después, el vicepresidente siguió su rumbo y la protesta se disolvió pronto.
Avancé junto con mis amigos hacia la tarima donde se encontraban distintas autoridades con su sonrisa empalagosa. Música empezó a sonar de fondo y personas levantaron grandes carteles en gratitud al programa.
Durante el tiempo que permanecí allí, tenía tres interrogaciones constantes: a) dentro de qué marco se configuran las acciones municipales específicamente para este sector, b) cómo articular acciones y mecanismos de resistencia concretos contra el poder, y c) cómo sería el día siguiente y las semanas entrantes para los comerciantes ciegos: probablemente igual al testimonio de Pino, pensé.
En dos textos anteriores (acá y acá), escribía sobre dos aspectos que me parecen fundamentales en todo esto: por un lado, pensar a la intolerancia estética como el componente que atraviesa a la lógica de la regeneración urbana (por esto ha de entenderse, en última instancia, cuando se institucionaliza la aversión por estilos de vida diferentes); por otro, a partir de esas experiencias, de esas técnicas de gobierno y de las protestas y resistencias de distintos actores, repensar y reconstruir las percepciones en torno a lo que traduce una práctica propiamente política.
Dos frentes que, creo yo, son necesarios tanto para la comprensión de la acción municipal, como para situar puntos de partida orientados hacia una práctica con incidencia efectiva; entre ellos, y que creo que debe enfatizarse- entender que la política es siempre no-estatal: un acto propiamente político funciona siempre como un asalto contra el poder, sea –como señala Badiou- de manera pacífica o de manera violenta (en uno de los artículos desarrollo mucho más esta idea).
Encuentro, para esto, dos imágenes –de entre muchas- que sirven como ilustración de dos momentos que creo que obligan a replantearse definiciones y distintas categorías de análisis:
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Replanteamientos que deben hacerse y discutirse no sólo en el plano académico, sino en el terreno de la lucha política, de la lucha en el campo del poder político: revelar los mecanismos e identificar las tensiones, con miras a articular prácticas y a construir estrategias para subvertir determinadas relaciones de fuerza.
Porque estas prácticas por parte del municipio, por muy represivas que sean, siguen siendo expresiones parciales de un proceso que subyace y que se materializa en un programa de intervención en el espacio urbano que, paradójicamente, se ha (auto) calificado de regeneración.
Pienso que el debate no solo se debe limitar a interrogaciones en torno a cómo hacer que determinadas ordenanzas contra los comerciantes ciegos sean más humanas o más acorde a los derechos consagrados en la constitución o en algún otro instrumento de derechos humanos (por supuesto, creo que esas ordenanzas deben ser modificadas con urgencia). Creo que la lucha política debe ir más allá, comenzando por señalar los propios principios y lógicas que permitieron la formulación de dichas ordenanzas. ¿Cuál sería, de lo contrario, el alcance de los análisis, de las críticas y de las interrogaciones sobre la política municipal?
Y en el campo de la práctica, pensar –sin lugar a dudas- cómo estas luchas parciales, cómo estas experiencias por la reivindicación de derechos pueden contribuir a la politización de esta ciudad sometida a un proceso de producción y reproducción de sujetos despolitizados, de ciudadanos-infantes, esto es, de ciudadanos castrados.
Bauman dice que la libertad individual es producto del (y solo puede ser conseguida y garantizada por el) trabajo colectivo; pero –insiste el sociólogo- en la actualidad se da una inversión de esta lógica, y se cree que “si fuéramos capaces de producir un cambio, sería fútil, e incluso poco razonable, reunirnos a pensar un mundo diferente y esforzarnos por hacerlo existir”.
Se cree –a pesar del sinnúmero de problemas que nos atraviesan- que ya nada puede hacerse, lo que se refleja en la hinchada apatía de los ciudadanos. Ese es el problema contemporáneo, insiste Bauman; para el que existe una palabra en alemán, Unsicherheit, cuyo significado fusiona tres palabras en español: incertidumbre, inseguridad y desprotección.
¿No es posible pensar la experiencia concreta de los comerciantes informales ciegos como un esfuerzo por desplazar esa creencia? ¿No apesta acaso a verdad el efecto totalizador que pueden tener estas luchas parciales, en tanto se las piense y articule como causas colectivas?
Arduino Tomasi