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Fernando Iwasaki

Acabo de descargarme de www.terceracultura.net el artículo «Natural Selection, Childrearing, and the Ethics of Marriage (and Divorce): Building a Case for the Neuroenhancement of Human Relationships» (Selección natural, crianza de hijos, y la ética del matrimonio y divorcio: construyendo un caso por la neuromejora de las relaciones humanas), publicado por los investigadores del Oxford Uehiro Centre for Practical Ethics, Brian D. Earp, Anders Sandberg y Julian Savulescu, quienes trabajan sobre un producto neuroendocrinológico capaz de estimular la pasión, el deseo y la fidelidad en los matrimonios que decidan someterse a los tratamientos.

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Foto por Otto Dix

 

El consumo de la «droga del amor» -término exacto empleado por los autores- estaría condicionado por la «autonomía conyugal», concepto basado en la responsabilidad y la libre elección de las parejas. Por supuesto que la «droga del amor» no es recomendable en casos de malos tratos ni pretende presentarse como la panacea de la convivencia, pero sus bienhechoras consecuencias sociales consienten una reflexión ética acerca de sus posibilidades.

Para comenzar, se trataría de la primera «droga» que no tendría como finalidad el placer egoísta y sus consecuencias autodestructivas. En segundo lugar, atajaría los adulterios y los riesgos de divorcios, origen de numerosos traumas en niños y adolescentes. Y en tercer lugar, garantizaría la estabilidad dentro de las parejas y fomentaría la crianza saludable de los hijos. Por cierto, que las tres ventajas enunciadas tienen su origen en otros tantos males señalados por los autores. A saber, la fragilidad del matrimonio contemporáneo, el fracaso evolutivo de la monogamia y el aumento de los divorcios envenenados. Y como no se trata de cambiar nuestro entorno, los valores o la naturaleza humana, la «droga del amor» resultaría una opción más sencilla y menos conflictiva.

¿Es moralmente reprobable que un matrimonio consciente, responsable y en pleno uso de sus facultades mentales decida consumir una substancia que le permita funcionar mejor como pareja? No hablamos de hachís, marihuana o cocaína. Tampoco de éxtasis, heroína y alucinógenos. Y mucho menos de esteroides, anfetaminas y narcóticos. Los autores consideran que la «droga del amor» protegería a los niños, reduciría el número de divorcios y eliminaría potenciales conflictos sociales.

La «droga del amor» se extraería de una hormona –la oxitocina- producida por la glándula pituitaria y que de forma natural se libera a lo largo de los embarazos, en los partos, a través de la succión del pezón en la lactancia y durante las relaciones sexuales satisfactorias. Si la oxitocina pudiera sintetizarse con la vasopresina (otra hormona asociada al placer), las parejas con «autonomía conyugal» podrían elegir consumir la «droga del amor», tal como otros se chutan una raya o se fuman un troncho.

Me imagino que la «droga del amor» recibirá muchas críticas ¿Serán ideológicas? ¿Serán religiosas? ¿Serán cínicas? ¿Serán románticas? A todo el mundo le gusta que su pareja lo ame con locura, pero sin perder la cordura.

– Fulanito dio positivo en el antidóping conyugal.

– Con razón llegó a las Bodas de Plata.

 

Fernando Iwasaki