@juanfer_68

Queridos amigos:

Ha llegado el momento de empezar a establecer los parámetros con base en los cuales se ejercitará esta suerte de pesquisa permanente que hemos denominado defensoría del internauta.

En efecto, el medio en el que nos desenvolvemos es particularmente complicado de controlar. No sólo admite la potencial capacidad de transmitir la información generada por nosotros a un número impensable de lectores, sino que también cada uno de esos lectores puede expresar sus opiniones libremente, al menos en principio.

Para tener un punto de referencia, hemos optado por abrazar los principios y contenidos de varios instrumentos, como ha sido sugerido por queridos colaboradores de GkillCity.com, en especial Xavier Flores, quien en su estupendo artículo de introducción a este nuevo oficio puso la vara muy alto. Es así que tendremos en nuestra mesita de noche, al lado del vaso con agua para la dentadura, los estatutos del defensor del lector tanto de El País como de La Vanguardia. Adicional a estos, el Libro de estilo de El País, el diccionario de la RAE, periodismo 101, y el despertador. De conciencias.

Los instrumentos mencionados asumen el tema desde la perspectiva del lector, en nuestro caso del internauta. Lo mismo sucede con los instrumentos sobre los derechos humanos de la Organización de Estados Americanos, suscritos y ratificados por nuestro país, y los documentos básicos de la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la OEA. También aspectos doctrinarios y teóricos recogidos en textos de diversos autores, siempre gracias a Xavier.

La conclusión es que el valor último a defender es el de la ética, frente a uno mismo y frente al lector. De ella derivan otros principios no menos importantes: la independencia, la relevancia, la certeza, la legitimidad, la responsabilidad en la selección de contenidos, el fomento de la participación del lector, la autorregulación, y, entre muchos otros que ustedes conocen, la credibilidad. Les invito a leer especialmente el artículo de Josep María Casasús, catedrático de periodismo de la Universidad Pompeu Fabra además de defensor del lector de La Vanguardia, el más influyente diario catalán.

A la luz de lo arriba mencionado y a solicitud suya, he analizado el caso de Adelaida Jaramillo, colaboradora de este medio. Seguramente ustedes ya conocen de qué va el asunto, y aunque he llegado tarde me he formado una opinión con la información que he tenido a mano.

En primer lugar, no es necesario decir que me muevo con absoluta independencia. Si existiera información adicional que alimente mi criterio, ruego hacérmela llegar. Pero incluso en ese caso creo que es inadmisible la permisividad con la que GkillCity ha manejado el tema.

Luego, entiendo que uno de los roles del defensor del internauta es garantizar al lector (o debería decir defender el derecho del lector a) la calidad de contenidos en las páginas de GkillCity.com.

Lo que he leído es una reacción virulenta contra la autora de los artículos “Un mundo sin El Quijote y sin Hamlet” (20 de abril de ¿2011? ¿2012?), y “¿Quién ganó con la FIL?” (3 de noviembre de 2011). Leídos los artículos y a continuación los comentarios, con mirada de internauta de a pie, he quedado con una sensación muy incómoda. Brevemente: los ataques son como he dicho virulentos, son anónimos, no se han dirigido al texto en sí sino a la autora, no han aportado en nada al contenido o a ninguna discusión edificante, son gratuitos (dentro del marco de la web). Y lo peor, he dado por sentado que el medio ha dejado a su suerte públicamente a su colaboradora.

El público tiene derecho a expresar su opinión, es verdad. Pero existen los espacios adecuados para cada tipo de opinión. Si el tema tratado se presta para iniciar el debate, bienvenido sea. Hemos visto debates candentes sobre temas que despiertan pasiones, pero siempre manteniendo un elemental respeto hacia el otro y hacia la opinión ajena.

GkillCity.com debe establecer filtros a los comentarios de los lectores. Por ejemplo el registro. Sólo con el hecho de registrarme, estoy develando mi identidad y por tanto asumiendo la responsabilidad por lo que digo. Un gran porcentaje de comentarios negativos gratuitos se cortan con este requisito. Luego, se le debería advertir al lector que sus comentarios deben observar normas básicas de educación y respeto, y no incluir términos ofensivos o que inciten al odio. Se le advertirá asimismo que su comentario puede no ser publicado, o removido si ha incumplido estas sencillas normas de convivencia civilizada.

Todos debemos ser responsables de lo que decimos. Eso exigimos de quienes nos gobiernan, eso nos exigen a quienes comunicamos, eso debemos exigir al internauta. Si mi crítica es al contenido, pase. Si es a la forma, pase. Pero si considero que de todas maneras el medio debe conocer algo, envío una carta al director. Eso es lo racional.

Hago un llamado a que limpiemos no sólo estos sino todos los comentarios que reúnan estas características: descomedidos, injuriosos, de mal tono, alejados del tema, que no aporten. Estoy dispuesto a frentear las consecuencias de las decisiones que GkillCity adopte en este sentido. Estoy lejos y además corro rápido.

Para finalizar, les invito a reflexionar y poner en práctica lo que la anterior defensora del lector de El País, Milagros Pérez Oliva, propone ante hechos similares en un interesantísimo artículo de 18 de diciembre de 2011: “Los ‘trolls’ se apoderan del debate”.

Un abrazo fraterno,

Juan Fernando Jervis

 

Juan Fernando Jervis