@juanfer_68

Debo reconocer que fungir de defensor del internauta para GkillCity, luego de dos semanas en “el cargo” no fue lo que me esperaba ni lo que me temía. Me explico:

El origen de una figura que defienda al ciudadano común frente a eventuales excesos de la administración se remontaría, según la tradición, a la legislación sueca (1809), cuando se introdujo el término ombudsman

Es un funcionario público designado por el legislativo, quien pese a su origen goza de total independencia de acción y de opinión. De hecho, desde mi punto de vista su peso es más bien simbólico que real. En otras latitudes se le dio a esta figura otras denominaciones: defensor del pueblo (en los países de raíz latina), del ciudadano, mediador (en los países francófonos), síndico (Cataluña).

El trasfondo de esta defensa eran y siguen siendo los derechos fundamentales de los ciudadanos. Perfecto, iba a defender, al menos en pantalla (que no sobre el papel), los derechos de los lectores víctimas de la tiranía del editor y de los articulistas, lectores que hasta el momento no habían tenido quién alzara su voz por ellos. Mi nombramiento viene del malvado editor y sus secuaces del consejo editorial, y contra ellos se supone debería apuntar mi artillería.

Quizá me estoy formando una idea equivocada, pero hasta el momento no encuentro a quién lanzar a la hoguera y eso es tremendamente frustrante. La gente quiere sangre y yo un buen asado, y no tenemos ni lo uno ni lo otro.

¿Qué hacer?

De acuerdo, mientras alguno de los colaboradores de GkillCity se descuida y mete la pata (es cuestión de tiempo), puedo tomar el tema central de la edición # 59, el enfrentamiento entre el Municipio de Guayaquil y la Asociación de Ciegos del Guayas –o debería decir personas no-videntes– a quienes se les impide, según los cronistas, ejercer sus actividades de subsistencia en la 9 de octubre. No voy a repetir en este espacio los argumentos a favor y en contra, ni narrar los acontecimientos. Eso ya está plasmado en la edición # 59.

Pero sí podría intentar varias lecturas. La necesaria lectura política: el Municipio querría una ciudad atractiva, turística, donde los no-videntes no tendrían espacio sino en el sótano, exagerando un poco: una ciudad no habitada, aséptica, que contradice los principios de inclusión y de participación de la comunidad en la vida pública que están en boga. Esta perspectiva choca con aquella de que la autoridad emite disposiciones, que deben ser acatadas, que buscan el bien común de la mayoría de habitantes (recordar el artículo de Ivonne Guzmán La lógica del hacendado). ¿Qué derecho es más importante? ¿El del colectivo de no-videntes (con el doble amparo de la Constitución y el CONADIS: no olvidar Municipio vs. Ciegos, de Xavier Flores) o el de la mayoría –se supone- de guayaquileños? (A propósito, vienen a cuento tanto La descarga con Óscar Santillán –por el tema de la empatía, que en este caso es crucial-, y el texto de Gustavo Arosemena, en esta edición # 60, en el que aboga por un fortalecimiento del diálogo y la conversión para resolver disputas aparentemente insalvables –en este caso específico sobre el espinoso tema del aborto -.

Periodismo ciudadano. Ayudando a formar opinión.

Otra lectura que podría aventurar es más humana: la ceguera. Volvemos al tema de la empatía: ¿qué siente un ciego? ¿Qué diferencia vivencial existe entre una persona que nació sin vista y otra que la perdió más adelante? Pongámonos en su lugar, que es lo que logra hacer magistralmente Saramago en Ensayo sobre la ceguera. En la novela todos los personajes pierden la vista, pero nos queda el bálsamo de la protagonista, quien es la única a quien el fenómeno no afectó. Claro, la relación con la novela procede, de cajón. Probemos entonces con los testimonios –propios y ajenos- del Dr. Oliver Sacks, el famoso neurólogo inglés e interesantísimo divulgador científico. Por ejemplo, tengo conmigo el artículo aparecido en The New Yorker de 28 de julio de 2003, que traduciremos como “El ojo de la mente”, en el que describe las distintas formas de experimentar la ceguera que existen. Podría ser interesante profundizar más en el día a día de William Muñoz, Jonathan Bastidas y los demás cuyos testimonios recoge Marcela Noriega en su nota. Como dato curioso, el mismo Sacks padece de una extraña forma de ceguera selectiva llamada prosopagnosia: no distingue una cara de la otra (recomiendo su charla en TED).

Esto no es periodismo profesional. Esto es lo que es.

¿Y mientras tanto, qué hago? ¿Critico nuestros artículos? ¿Busco sus faltas de ortografía? ¿De concepto y ejecución? No, para eso tenemos editores, y en principio nos autoeditamos.

Por otro lado, no ha sido lo que me temía: temas probablemente incendiarios que para unos nos harían merecedores del infierno y para otros héroes. Todo lo contrario: Los comentarios a los artículos, mesurados. Ningún exabrupto hasta el momento. En algún momento dije que lo realmente importante, lo que hay que defender a capa y espada, es un manejo ético de la información y, sobre todo, la verdad. Aquí tengo una regla –como las de la escuela- que ayuda a establecer eso. Espero que sirva, aún no tengo sobre qué probarla.

De otra manera, probablemente me dedique a rediseñar mi traje.

Juan Fernando Jervis