La mirada pluriversional
Pensadores de la talla de Maurice Merleau-Ponty y Claude Lefort, la tenían clara: sólo es posible elaborar una interpretación legítima de un hecho u objeto, cuando éstos se miran desde todas las perspectivas posibles (siendo inalcanzable abarcar la totalidad de las perspectivas). Si cuestiones como la ideología, la conveniencia económica o política, o simplemente la comodidad, hacen que nos quedemos prendados de una sola mirada a un objeto, o excluimos todas las perspectivas opuestas a la nuestra, no hallaremos más que una imagen distorsionada y plana de aquello que se nos presenta. Es mirar sin ver.
Twitter es una herramienta que nos puede acercar o alejar a la noción de este pluriverso de imágenes desde el cual es posible instituir algún saber. Dependiendo de cómo arme cada uno su timeline, se puede crear un espacio universional idéntico a aquel al que nos acostumbraron los medios tradicionales, un coro de agentes radicalmente de acuerdo con todo lo que pensamos, creemos y postulamos; o tejer en torno a nosotros una comunidad de voces diversas que nos den el lujo de incomodarnos lo suficiente como para alejarnos de los vicios del regodeo narcisista de nuestro propio pensamiento.
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¿Qué pasa entonces con Twitter como espacio representacional? ¿Tiene alguna función emancipatoria, o más bien permite un alienamiento brutal mediante continuas catarsis, trivialización de contenidos, o haciéndonos creer de vez en cuando que salvamos al mundo a punta de retweets? ¿Es Twitter un instrumento que nos acerca a (alguna) revolución, o es por el contrario, un artilugio que nos permite estar sedados a partir de nuestra propia vanidad, apelando a limpiar nuestra consciencia social a través de nimiedades? Mi timeline a menudo se mueve entre estas dos perspectivas.
Los extremos
De un lado tenemos la versión ingenua/optimista/positivista: la que dice que Twitter es o puede llegar a ser una herramienta eficaz contra el propio sistema en el cual fue engendrado; la vía tuitera sería el centro de una estrategia de convocatoria social y de denuncia de todo aquello que los medios tradicionales no publican, lo cual además implica un cisma sin precedentes en la forma de hacer periodismo. Bajo esta visión, Twitter es un arma revolucionaria que permite transformar el mundo a través de nuestras pantallas y teclados, desde la comodidad de nuestros hogares, sin ensuciar nuestros ropajes. En otras palabras, es el sueño de cualquier burgués revolucionario wannabe (independientemente de la pierna con la que patee).
Del otro lado tenemos la versión insoportablemente pesimista. Cargada de un espíritu sospechosamente escéptico, esta postura sostiene que Twitter es un simple divertimento que nos mantiene convenientemente alejados de toda acción real, de la manifestación en la calle, que es la que realmente vale, como dicen un par de amigos. De esta manera, los tuiteros vendrían a ser una especie de junkies culturales que evaden sus responsabilidades con la sociedad a la que pertenecen y lavan sus culpas haciendo retuits de opiniones y causas efímeras que sólo tendrían sentido si movilizaran físicamente a las personas en el espacio público en defensa de dichas causas. Y claro, esto no sucede porque esa gente está metida en sus casas o perdida en la pantalla de su smartphone, tuiteando. En resumen: la pesadilla del activista “de a de veras”, ese que se siente comprometido con el devenir histórico y con la lucha por tomarse el poder a través de las armas (ideológicas, económicas o de las otras).
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Si alguno de los lectores se adhiere radicalmente a una de las posturas antes mencionada, sepan disculparme: creo que deliran. Existen multitud de hechos y argumentos que refutan ambos extremos.
Dinámica, prensa zombi y transformación de los movimientos sociales
Durante los últimos años han surgido multitud de manifestaciones callejeras, que van desde la protesta pacífica pero de gran magnitud, como las de los indignados de España, hasta las revueltas violentas en Londres, la dudosa Primavera Árabe y el más reciente movimiento #yosoy132 en México. Todas ellas no habrían tenido ni la fuerza de convocatoria ni el alcance mediático que tuvieron si no hubiera sido por Twitter y otras redes sociales. Desde luego, tampoco hubiera sido posible ningún tipo de repercusión sin la existencia de ciudadanos comprometidos que ocuparon las calles y tuitearon desde el lugar mismo de los hechos.
En otros momentos resultó ser una poderosa arma de difusión de información, como en nuestro 30S, cuando los tuiteros de alcoba y los que por circunstancias de la vida o de su oficio terminaron siendo testigos privilegiados de hechos relevantes, compartieron cuanto dato tuvieron disponible sobre lo que acontecía, en medio del lloriqueo de los medios privados y el insufrible tono de los públicos. Esto es particularmente relevante, puesto que buena parte de la población por primera vez no necesitó echar mano de los medios tradicionales para estar informado. ¿Qué efectos produjo esto en el periodismo?
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Es cierto que el periodismo no ha revivido (¿está muerto?), mucho menos por acción de Twitter. Lo que sí parece haber ocurrido es que se ha vuelto a poner en movimiento una dinámica de transformaciones que los medios tradicionales entendían de muy mala manera y a la que se resistían, a la vez que la demandaban para otros campos y profesiones. Decir que los tuiteros han mejorado el periodismo sería una patraña. Pero ciertamente lo han sacado de su espacio de comodidad, al que llegó producto de la desidia ciudadana y la imposibilidad de crear espacios alternativos que funcionen fuera de los anquilosados códigos del establishment. No sé si el periodismo estaba vivo, muerto o si era un zombi. Lo que se nota es que los tuiteros, en conjunto con otras iniciativas (en la web, sobre todo), lo han irritado y forzado a re-crearse. Lo mismo se aplica, aunque en menor proporción, para otro tipo de poderes instituidos; una buena medida de la influencia social de Twitter son las múltiples iniciativas generadas para la apropiación, regulación, vigilancia y censura de este y otros espacios, lo que implica algún nivel de preocupación de parte del staus quo por los efectos posibles de todo lo que circula ahí.
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Desde la otra orilla se podría pensar en la multitud de protestas que Twitter apagó antes de que se terminen de encender, producto del efecto catártico de exponer la furia y la indignación hacia regímenes políticos, imposiciones culturales o declaraciones discriminatorias, a través de esos estériles 140 caracteres. Que la gente anda tuiteando en lugar de andar creando o actuando, dicen. Esto es un poco más complejo de analizar: ¿Lo que se tuitea, es totalmente estéril? ¿No produce efecto alguno en ninguna mínima fracción de la sociedad? Me parece un exceso suponer que todas las palabras tuiteadas son un desperdicio y una trivialidad, solo porque un tuit ocupa un lugar mínimo en tiempo y espacio. Lo transitorio, lo temporal, no es lo mismo que lo trivial. Y la palabra también es acción: expresarse sobre algo en Twitter no es un ejercicio meramente catártico (que también); es acción política y simbólica en tanto esas palabras pueden tocar y atravesar a otros. Esta misma posibilidad problematiza y transforma uno de los paradigmas irrenunciables de la lucha social, tal como menciona Javier de la Cueva: “La fuerza de la movilización social ya no reside en la unión, sino en la distribución”
Hasta ahora, nunca existió un mecanismo tan efectivo, tan inmediato para propiciar y apagar los movimientos sociales. Cismas mundiales han sido producidos y evitados por este instrumento. Desde su aparición, hay charlatanes que han quedado en evidencia y otros tantos han surgido. El tuitero que ansía armar la revolución desde su sillón yerra tanto como aquel que supone que en twitter no puede pasar nada relevante. La broma o el tuit más simple sobre lo cotidiano pueden presentar ante nuestros ojos las fisuras de la realidad que nos rodea, o nos puede producir un sosiego hipnótico que nos termine de convertir en puro cuerpo sin voluntad ni memoria. Decir que “los tuiteros van a cambiar el mundo” tiene tan poco sentido como menospreciar del todo su influencia política. Condenar a unos u otros por comentar sobre fútbol, sobre realities absurdos o sobre una causa social, ecológica o política, tampoco tiene mucho sentido. No existe herramienta definitiva, ni revolución final. Si uno logra asumir que el mundo no progresa por retuitear algo, pero que tampoco sigue siendo exactamente el mismo lugar luego de ello, es posible terminar disfrutando del tránsito de todas esas ideas sin pretensiones ni alienaciones.
Jonathan Lucero Cordova