El dolor creciente de las contracciones. El martirio de sentir las entrañas siendo arrancadas en una manifestación de aguante inimaginable. El primer llanto ante una habitación fría, sin oír el corazón de su madre. Un parto conlleva un suplicio inconcebible, así como una promesa: una mente en blanco, un punto de vista único. Un instante en el que no importa condición social, política o moral. ¿Qué podría importar para quien acaba de abrir los ojos?
Nota del Editor: Parte de este ensayo fue publicado originalmente en el Diario PP. Pero esta es la versión sin censura ni edición, la versión de Santiago.
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Santiago Arcos Veintimilla