Se ha señalado hasta el cansancio que el debate sobre el aborto debe ser racional, basado en argumentos “lógicos”, libre de falacias y basado en la ciencia. Creo que estas recomendaciones tienden a ser vacías, que oscurecen y reprimen los inescapables aspectos emocionales del debate y tienen un efecto empobrecedor: los pro-vida y los pro-elección predican para su propio bando, se indignan en la “estupidez” del otro, y así no llegan a estar a la altura de la situación.
Generalizando: los pro-vida señalan que el feto es un ser humano y que es siempre injustificado matar a un ser humano en beneficio de los intereses transitorios de otro, o que casi siempre lo es, especialmente en el contexto de la relación madre-feto. Los pro-elección niegan que el feto siempre sea un ser humano, o lo aceptan, pero señalan que matar a un ser humano puede ser justificado si el interés de otro ser humano es alto. Inevitablemente, vamos a tener que elegir a nivel individual y colectivo, cual de los dos tiene razón. Elegir — no inferir, deducir o probar, porque no hay premisa mayor de donde se puede deducir la respuesta, ni un método inductivo para llegar a ella.
Claro que podemos elaborar una premisa mayor y tratar de deducir desde allí. Por ejemplo: Todos los seres humanos tienen la capacidad de pensar, el feto no tiene capacidad de pensar, ergo el feto no es un ser humano. Pero la premisa mayor siempre va a ser polémica. Los pro-vida no tienen por qué aceptar que lo que define al ser humano es su capacidad de pensar, y ciertamente pueden presentar argumentos cogentes para hacerlo. Lo ideal aquí sería encontrar un argumento que nadie pueda “negar sin contradecirse”, y hay intentos ambiciosos en este sentido, pero estos intentos están condenados al fracaso. No solo porque qué es contradicción y que no depende de una serie de reglas lógicas implícitas y cuestionables*, sino porque enfrentados con lo que para nosotros es más sagrado, no tenemos que sacrificarlo en el altar de la lógica.
También podemos hacer una generalización inductiva: Un hombre de 30 años es un ser humano, uno de 10 es un ser humano, un hombre de 2 meses es un ser humano, un feto de 6 meses es un ser humano, por qué no va a serlo un feto de 1 mes? Mientras no exista un criterio aceptado de que es ser humano, esta inducción solo es una petición de principio, presuponer lo que se quiere probar. Siempre hay dos actitudes ante un hecho que plantea una excepción a una generalización teórica: aceptar que la generalización estaba errada, o dejar el hecho por fuera de la generalización. Por ejemplo, podemos decir que el cisne número 1000001 que observamos fue un cisne negro y que por tanto la teoría de que todos los cisnes son blancos es falsa, o aceptar que aquel animal número 1000001 de color negro, no es un cisne -porque es negro y como sabemos todos los cisnes son blancos- y postular que es una nueva especie nunca antes vista de pato. Pero luego al encontrarnos con peces grandes que no ponen huevos, decimos que no son peces sino mamíferos. La ciencia llega a estas clasificaciones de forma pacífica, porque tiene objetivos instrumentales, pero la ciencia no ha de decirnos cuales son nuestros fines.
Entonces urge detener esta idolatría de la razón que nos presenta solo espejismos de soluciones. La razón no es reina en esta disputa, sino modesta sirvienta de las emociones, que se esparcen como relámpagos entre dos (o más) visiones del mundo distintas e inconmensurables. Lo verdaderamente racional es reconocer esto y tratar de minimizar el daño, no desde una perspectiva común que posiblemente no existe, sino desde nuestras propias posiciones. En esta línea, algunas ideas:
Reconocer la importancia de lo que se discute para el otro bando: Lastimosamente, no se puede usar la fórmula de Mill y decir “es que esto no te hace daño a ti, deja que cada cual haga lo que quiera mientras no te afecte”, sin darle paso a una visión de mundo individualista y egoísta, que es precisamente lo que los pro-vida quieren evitar. El mundo donde lo que hace el otro es totalmente neutral a mi vida mientras no me afecte físicamente, es un mundo indeseable para muchos pro-vida, y la verdad, también lo es para muchos pro-elección. En otras palabras, debe reconocerse que los que se oponen al aborto no son acuciosos metiches. Por otro lado, los pro-vida no pueden detenerse en pretender prohibir el aborto y olvidarse de todas las demás formas de violencia que empujan a las mujeres a ir en contra de sus instintos más fuertes. Una vez que somos concientes de cierta opresión, no hay un camino de vuelta al pasado que nos permita ignorar que existió. Si los pro-vida confían en esos instintos, la forma más segura de reducir el aborto es contrarrestar las fuerzas que los frustran.
Buscar posiciones intermedias: Quien parte de un argumento deductivo a cerca de el autoevidente derecho de la mujer sobre su propio cuerpo, o de el autoevidente derecho del feto a nunca ser sacrificado, no tiene nada que tranzar con los “bobos” que “no entienden” el argumento de la parte contraria. Pero si comprendemos que estas certezas aquí son falsas certezas, y que los argumentos sólo cumplen una función, la de afianzar nuestra visión de mundo, de facilitarnos el trabajo de justificarnos a nosotros mismos, podemos trascender un poquito nuestras emociones, y buscar posiciones intermedias, que permita un encuentro entre ambos bandos. Por ejemplo, una política coordinada religiosa y secular de planificación familiar y prevención de los embarazos no deseados. Esto ciertamente implica renunciar a ciertas posiciones, pero imagino que la iglesia prefiere cooperar con la gente que reparte preservativos con tal de minimizar los casos de aborto, y que los seculares reconocen que las personas tienen derecho a optar por la abstinencia, si eso es lo que desean.
Crear las condiciones que viabilicen una paz armada: Otra necesidad es cultivar valores que nos permitan tolerarnos cuando un grupo esté en una posición dominante, y el otro esté dominado, así como cuando las posiciones se inviertan. Esto es más fácil para los pro-elección que parten de una visión secular y democrática, pues ellos siempre pueden aceptar que el hecho de que una mayoría religiosa penalice el aborto es algo con lo que hay que vivir porque se originó por un procedimiento justo**. Esas razones no son razones para los religiosos. ¿Por qué habría un religioso de respetar la democracia en un asunto tan importante? Aquí los religiosos pro-vida tienen la tarea más difícil, y tienen que buscar, dentro de su credo razones para tolerar una ley abortista, si llegase a existir. Si la tolerancia no es posible, tienen que buscar los recursos internos que les permitan enfrentarse a lo que no pueden aceptar de una forma noble y constructiva, lo que lleva al siguiente punto.
Convertir es personal: Finalmente, creo que el debate se puede beneficiar de un concepto religioso, pero que opera para ambos bandos. Este es el concepto de conversión. La conversión nunca es una experiencia racional, sino un cambio radical en la visión de mundo, propiciado por experiencias y emociones que no se pueden comunicar de forma lineal, sino en bloque, no en palabras sino en gestos. La única salida para el dilema del aborto es la conversión de uno de los dos bandos, o de ambos bandos en una posición sincrética. El pro-elección solo tendrá su victoria cuando logre que el pro-vida experimente su visión de mundo y viceversa. Reconocer esto cambia todo, pues el énfasis deja de estar en los argumentos que no nos llevan a ninguna parte, salvo a la frustración cuando el otro “no puede entenderlos”, sino en mostrar una forma de ser, una forma de vivir que las otras personas puedan ver como noble y valiosa. Reconocer esto fortalece la necesidad de argumentar desde una posición constructiva y ética, que no puede dejar de ser íntima y personal.
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* Sobre la dependencia de los axiomas de la lógica deóntica en nuestras teorías sustantivas de la ética, ver B. C. van Frassen, «Values at the Heart’s Command» (1973) The Journal of Philosophy 70. Así, no puede presuponerse que porque A y no A son contradictorios en la lógica de proposiciones, es imposible que alguien pueda tener una obligación de hacer A y que al mismo tiempo hacer A le está prohibido.
** Aunque debe señalarse que la democracia no es un valor intrínseco para muchas posiciones seculares.
Gustavo Arosemena