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@itsabela

No recuerdo si fue con chelas de por medio o un contexto más formal y de menor confianza. Estábamos un par de amigos y conocidos –todos abogados- y yo. El tema: el periodista y sus múltiples responsabilidades. Uno de ellos lanzó un comentario que me cayó como lanza: “Los periodistas no pueden equivocarse, esa sección de Fe de Erratas debería de desaparecer”.

Estoy de acuerdo con la segunda parte de la opinión, como periodista me encantaría que no exista un espacio fijo para publicar mis errores. A nadie le gusta cometer equivocaciones, o al menos a la mayoría de personas… ¿Por qué pensar que a los periodistas sí? No debo equivocarme pero no es que no puedo, tengo encima una serie de factores que no quisiera parezcan justificativos, pero son influyentes a la hora de producir un texto:

1. La presión del cierre: siempre hay una hora límite para entregar un escrito y muchas veces no hay el tiempo suficiente para revisarlo dos veces, hay detallitos y detallotes que se pasan.

2. El tiempo para producir ese contenido: me apena aceptarlo pero cuando se trata de noticias del día o temas para los que no hubo suficiente tiempo es más fácil que aparezcan imprecisiones, hay menos tiempo para re-revisarlo.

3. La presión de un tercero: se puede llamar editor, coordinador, corrector… esa recarga aumenta la tensión al momento de escribir. Una vez más se convierte en un factor que me vuelve más propensa al error.

Entonces, la escena es esta: publico un texto con un error o imprecisión. Pasa un día o dos y la carta de queja llega: de un ministerio, de una asociación, de una ONG, de un ciudadano, etc. ¿Qué hacer? No se puede generalizar porque hay cartas y cartas. De esas que copian literalmente lo que dice en el artículo y debajo escriben la aclaración con la misma información parafraseada y exigen (no piden) que se publique de la manera que ellos quieren. También las hay con quejas legítimas, algún nombre mal escrito, alguna cifra que requiere rectificación, etc.

Las cartas llegan directamente al editor o periodista. El periodista, al menos la mayoría, no es abogado y no conoce exactamente si el reclamo es o no legítimo y merece una respuesta (o no). Tampoco sabe si contestar mediante carta, si publicar en un espacio mínimo una disculpa, si darle el mismo espacio de la publicación a la rectificación… Para eso, señores, se requiere un defensor del lector.

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Para los lectores está clarísima la utilidad de contar con un defensor. Digamos que funciona como una mini defensoría del pueblo para los que leen determinado medio de comunicación. De hecho la Defensoría sí recibe este tipo de reclamos pero, hay que aceptarlo, su institucionalidad no es lo suficientemente sólida para receptar y darle seguimiento a todas las quejas de los aludidos por las publicaciones.

Para los periodistas parece no estar tan clara la utilidad del defensor. Desde mis necesidades (no quiero hablar por todos), el defensor del lector es un médium, un filtro, un cristiano que está entre el que escribe y el que lee. Es quien debe interceder para que únicamente los reclamos, quejas, comentarios legítimos y necesarios lleguen al periodista si es que se requiere una aclaración o disculpa.

Siempre habrá lectores en desacuerdo, algunos que se quejan públicamente y de esos hay los que tienen un comentario justificado. Para ellos es justo y necesario que exista el defensor.

Me siento responsable por cada letra que escribo y estoy consciente de que el lector tiene todo el derecho de recibir un material de calidad y de reclamar si es que siente que no lo recibe.

Los reclamos son necesarios porque me ayudan a crecer profesionalmente pero en este aprender diario, me sincero, necesito una mano para poder hacer las cosas bien, hacer las cosas mejor. Esa también es una atribución del defensor. El defensor me obliga a ser mucho más rigurosa y en pensar más en la gente que va a leer mi texto y podría sentirse aludida. Me obliga a ser más responsable y exigente en el oficio.

Consulté a cuatro colegas sobre el tema. Tres estaban convencidas de la necesidad de contar con un defensor y compartían la idea de que es un recordatorio de que existe la posibilidad del error y tienes que cuidar que tu trabajo sea lo más prolijo posible. El defensor, también, nos ayuda a ser humildes.

Lo que el defensor hace, de alguna manera, es darnos asesoría gratuita, nos señala las debilidades y errores y eso es lo que nos ayuda aprender más.

Los periodistas no somos todopoderosos, podemos herir a alguien, podemos hacer mal las cosas aunque no queramos. Pero si salen mal, tenemos derecho a tener al defensor del lector que al final del día es un defensor nuestro también. ¿Por qué? Porque si un reclamo del lector es ilegítimo nos apoya y defiende, y porque si es legítimo reconoce nuestro error, media nuestra relación con el lector y al mismo tiempo nos ayuda a pulir la metodología, a hacer mejor nuestro trabajo.

Isabela Ponce Ycaza