Una ciudad difícil es una ciudad donde aparte de los criminales, tienes que cuidarte de la policía. Me habrán asaltado unas cinco veces en toda mi vida pero he sido víctima de algún tipo de abuso policial en incontables ocasiones. De hecho, uno de los asaltos lo perpetraron 'agentes del orden'.
De los policías que trabajan, es difícil encontrar un elemento que no haya abusado, alguna vez, de su uniforme. Es lo natural y lógico: dale a una institución el monopolio de la fuerza, permite que sus miembros usen trajes distintivos que los avalen y tendrás represión como respuesta. No sé qué pensaban los estatistas cuando se inventaron a la Policía.
Mejor dicho, no sé qué pensaban los demócratas cuando se creyeron el cuento de la Policía (que fue creada por estatistas para defender al Estado, jamás al ciudadano). El individuo y el Estado son, como lo explicaba Stirner, 'potencias enemigas entre las que es imposible la paz'. La burocracia y quién cuida a la burocracia, por definición intrínseca, teme a la disidencia pues su naturaleza es consciente que en un mundo de individuos libres, ellos simplemente carecerían de función. La naturaleza del Estado no es defender al ciudadano de los demás ciudadanos, sino defenderse a sí mismo; mantenerse con vida.
Por esa razón, el Estado no castiga el crimen, castiga a quien no obedece su ley. Crimen es la violación a un derecho y derechos solamente pueden tenerlos los sujetos; es decir, no existe un crimen sin víctima. Lastimosamente desde que Rousseau nos convenció de que existe un contrato social, todo análisis parece partir de la lógica de que uno otorga parte de su libertad para hacer posible la convivencia colectiva. En ese sentido, quien se vanagloria de ser mas libre, está atentando contra el bienestar del conglomerado social. Aunque no exista un afectado específico, individuo; se argumenta una afectación general abstracta. Es el capricho de la aristocracia, reutilizado por la burguesía a través del Estado de Derecho. En ambos casos, lo que se castiga es la transgresión de la norma, la desobediencia, el acto de resaltar demasiado. Lo que pasa en Guayaquil, no es ajeno a esta lógica, solo que está focalizada a nuestra orgullosa ignorancia.
Uno de los sucesos más típicos dentro de nuestro folklor represivo, el gas en los conciertos (como en el estadio), ha saltado a la opinión pública gracias a un texto publicado por Alejandro Varas en LaRepública.ec. Interesante fue la reacción de muchas personas, pero sobretodo la reacción de la gobernadora Viviana Bonilla, quien en Twitter argumentó que “no se puede juzgar una gestión integral por un caso aislado.” Yo creo que tiene razón, ella es funcionaria hace poco, los policías han sido bestias toda la vida. Pero si el gobernador Cuero era responsable de lo que sucedía en su administración, ella es responsable de lo que suceda en la suya. Hay una denuncia ciudadana provista a través de la propia web de la Policía Nacional; los gendarmes son identificables, si ella dice que esos casos se investigan y sancionan, que lo haga o está solapando.
Porque casos aislados no son. Guayaquil es la hija bastarda y pobre de Rudolph Guiliani. Aún no somos dignos de llevar el apellido pero el abuso policial se vive cada día en nuestras calles. Basta con asustarlos para ser atacado, y a los ignorantes nos asusta todo lo diferente. Varas lo dejó claro en su artículo: “La policía no sabe lo que hace y le tiene miedo a un par de pelados con camisetas de calavera que se empuja como muestra de entretenimiento”. Esa noche no solo lanzaron gas, sino que luego de empujarme, un miembro de la Policía Nacional quiso apostar (literalmente) que tenía derecho a golpearme y llevarme preso si no me movía de la escalinata.
La Tolerancia Cero parte de la premisa que no se puede dejar una ventana rota en un edificio, porque inmediatamente la gente creería que tiene derecho a romper los demás vidrios. Bajo ese concepto, hay que castigar severamente cualquier infracción, porque caso contrario la ciudadanía creería que es permisible cualquier cosa. Es decir: no se puede permitir que nadie beba en la vereda, porque luego nos inyectaremos crack y saldremos a asaltar ancianas; y no importa si no estamos bebiendo, basta con que parezca que lo hacemos para ser desalojados. Mezclemos dicha teoría con los prejuicios de nuestra idiosincracia y tendremos exactamente lo que sucede en nuestra Perla. Suficiente argumento tiene el policía con verte 'sospechoso' (dicho por uno de ellos) para poder detenerte y revisarte. Si eres rockero estás jodido; si vas con chaqueta y pelos parados, estás jodido; si te identifican como hincha de algún equipo de fútbol, estás jodido; si eres negro, travesti, hippie, chiro, lo suficientemente feo o un infinito etcétera de grupos sociales que no conozco pero tampoco entran en el status quo, estás jodido. En varias ocasiones nos ha tocado mirar a la pared por el simple hecho de llevar 'símbolos' (léase chaqueta con parches de bandas) o poner las manos en la nuca por tener la (¿buena o mala?) suerte de vivir en barrio bajo y gustar de tomar cola sentado en una piedra afuera de la tienda. Basta con no parecer un ciudadano modelo para estar jodido.
El peligro está en que dichas normas no escritas de ciudadanía modelo son dictadas por una burocracia incapaz de pertenecer a toda una sociedad y su cultura. Entiéndase, que el burócrata es un individuo también; nacido, criado y crecido en determinado ambiente y estrato, con determinada cultura y normas. No es de extrañarse que todo lo ajeno a su contexto, sea tomado como disidencia. Por eso no creo en educar, ni en mejorar los servicios de la Policía, eso es tapar el bache con aserrín. La única solución real es eliminar el monopolio de la fuerza para no permitir que se merme, por prejuicio y miedo, la libertad ajena.
Ernesto Yitux