Ya sé que hay discotecas de las cuales no se quiere salir porque solo tocan música de los ochentas. Ya sé que el PacMan es inolvidable. Ya sé que fue en aquella época cuando conocimos a Luke Skywalker. Ya lo sé. Con lo que no estoy de acuerdo es con esa cantaleta de que todo tiempo pasado fue mejor, y con los suspiros nostálgicos por lo bien que estábamos en los ochenta.
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No, señores, no estábamos mejor en los ochenta. No voy a hablar de los avances en la ciencia, el estado de la medicina, los derechos civiles o la aún ingenua visión sobre las dictaduras (siempre que fueran de izquierda) que se tenía en la época. Los ochenta fueron la época del miedo. Del miedo al fin del mundo provocado por la locura de los otros.
Dos películas reflejan los miedos de cada generación. Y el saldo es positivo para nuestro presente. En los ochenta ‘The day after’ puso en pantalla los miedos de todo el planeta. La cinta, hecha para la televisión, fue estrenada en 1983 con una audiencia de cien millones de personas. Una guerra entre las fuerzas de la OTAN y el Pacto de Varsovia terminaba en un intercambio de misiles nucleares entre Estados Unidos y la Unión Soviética. ¡Boom! Chao a media humanidad. ¿Habría un día después cuando algún loco intolerante apretase el botón?
Esos eran los ochenta. Los años en los que el bienestar del planeta estaba en manos de otros. Y éramos impotentes, meros observadores, seres temerosos de que el mundo acabaría sin poder hacer nada.
Nuestros días tienen más que ver con ‘Una verdad incómoda’, la película de Al Gore. El mundo sigue en peligro, pero la responsabilidad de salvarlo o destruirlo no está del todo en manos ajenas. Cada uno puede ayudar a frenar la destrucción con pequeños cambios en nuestras costumbres o rutinas. Cada quien puede votar por el proyecto político que mejor se adapte a la protección del planeta. El botón no está en manos de un cowboy o de un cosaco.
Cuando alguien me viene con el cuento de que los ochenta fueron mejores, no puedo hacer otra cosas que imaginarme a esa persona como un fanático de la línea dura de Ronald Reagan, quien devolvió la apariencia de duro imperialista a un país que, después de Jimmy Carter parecía derrotado en cualquier guerra. Alguien que encontraba mejor a nuestro continente sumido entre crueles dictadores y guerrilleros con no mejores intenciones. Alguien con nostalgia de los tiempos en que la democracia –con todas sus fallas- era un producto de consumo exclusivo. Ay, señores, los primeros años de Pac-Man también fueron los últimos años del gran miedo.
Sabrina Duque