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Lucien Febvre sintetizó la omnipresencia del desasosiego en el siglo XVI en los que coinciden otros historiadores de la edad media y de la primera modernidad: “Miedo siempre, miedo en todos lados”. (Kessler, El sentimiento de inseguridad: sociología del temor al delito, Pág. 22-23).

La poca credibilidad que a lo largo de la historia ha tenido el Estado ecuatoriano en cuanto a la transparencia y eficacia de sus instituciones, así como el aprovechamiento de las élites guayaquileñas de este escenario, dio para que Guayaquil se desarrolle con un estilo corporativista que no sucede en ninguna ciudad del país. En este contexto es que se desarrolla desde hace 2 décadas la ya conocida “Regeneración Urbana” de la ciudad con un claro actor político, el socialcristianismo o «Madera de Guerrero» -al fin y al cabo sus integrantes son los mismos- lema que el Municipio utiliza para mostrar a sus ciudadanos que Guayaquil está cambiando.

El discurso de la “autonomía” (entiéndase por tal el discurso que empodera al corporativismo guayaco representado en sus instituciones locales -Cámaras de la Producción, Junta Cívica, Junta de Beneficencia, el Municipio y su red de fundaciones) es el eslogan netamente político por el cual se desarrollan los proyectos “urbanísticos”, que consiste en el control de la población que ha transformado a Guayaquil en una ciudad genérica (adoquines y palmeritas decorativas) y que gracias al plan “Más ciudad” ha convertido a sus ciudadanos en meros espectadores de sus espacios públicos, lleno de restricciones a los comportamientos gracias a su programa complementario “Más Seguridad”, con el cual, el sentimiento de inseguridad y su vigilancia es el motor para que se siga “re-generando” los espacios para la comunidad y re-dirigiendo a los guayaquileños en su conducta.

El proceso urbano de Guayaquil en las últimas décadas se ha orientado a la desarticulación y la segregación. Es así como el aislamiento urbano que es el eje central del programa “Más Seguridad” utiliza un factor predominante para mantener el control social de la población: el miedo.

El miedo se lo define como una emoción de shock a menudo precedida por la sorpresa y toma de conciencia de un peligro inminente. Si antiguamente los parques, las plazas, eran espacios abiertos para el intercambio cultural de sus habitantes, hoy han pasado a ser lugares amurallados y controlados para mantener una conducta “apropiada” en los cuales las rejas, los guardias de seguridad y las áreas verdes -sin ninguna funcionalidad más que veredas ornamentales- crean una interacción excluyente entre el individuo y el entorno en que vive.

“Si el miedo es una emoción, el miedo al crimen debería definirse como un sentimiento, en la medida en que se expresa una relación duradera con un objeto definido” (Kessler, Pág. 47). En este caso, el miedo estaría relacionado con las características sociales y físicas del entorno urbano.

Si las estructuras arquitectónicas y urbanísticas de la ciudad siguen así lo único que aumentará es el imaginario urbano de la criminalidad ya que debemos de suponer que al estar en estos espacios cerrados nuestras probabilidades de ser víctimas –sentimiento- de la delincuencia disminuye. Estos nuevos lugares son los Centros Comerciales, Urbanizaciones Privadas, Ciudades Empresariales (Ciudad del Sol, Ciudad Colón, Ciudad del Río), sustituyendo la realidad con lugares artificiales llena de imágenes y símbolos, o sea un mundo hiperreal donde el conjunto de conceptos de estas áreas, que no son otra cosa que la privatización de las áreas comunitarias, crean nuevas formas de relacionarse y, por supuesto, nuevos patrones de consumo.

Es así que está ciudad diseñada exclusivamente para el principal medio de transporte individual, el automóvil (puentes, pasos a desnivel, ensanchamiento de vías), convierte a sus calles en un sitio de desplazamientos (sin vida urbana) donde recorremos este mundo hiperreal (efímero) y el espacio público deja de existir como antes se lo conocía.

Si nos dejamos llevar por el pánico que en palabras de Jacques Attali en su Diccionario del Siglo XXI (Pág. 267): “El pánico se autoalimenta: es una de sus características más alarmantes. Su fuerza está en sí mismo. Acusa a los que ceden y castigan a quienes se resisten por lo que nutre de sus resultados y no encuentra límite, lo mismo que un incendio, más que en la combustión de todas las materias inflamables, en la liquidación de todos los beneficios”.

Esos beneficios que son autorregulados mediante la limitación en los comportamientos de los individuos en el espacio urbano, aplicadas por medio de sistemas de seguridad (Policía Metropolitana, Cámaras de Vigilancia) sin ninguna capacitación previa para poder llegar al ciudadano por medio del diálogo sino simplemente dirigidos básicamente por un reglamento simple de lo que está o no prohibido hacer, en muchas ocasiones con el uso de la fuerza excesiva y sanciones punitivas sin lógica, que lo único que logra es el descontento por parte de la ciudadanía, logrando una “Más Ciudad” por medio de la represión; resumida por X. Andrade, allá por 2004 como “la creación de disciplinas cívicas fundamentadas en reingenierías espaciales y dispositivos arquitectónicos, estéticos y disciplinarios que sirven para catalizar ideologías autoritarias” («Más ciudad»: renovación urbana y aniquilación del espacio público en Guayaquil«).

Debemos entender que las ciudades aceleran la innovación y son puntos de comunicación y culturas; que no están hechas de hormigón, sino de carne. La participación de la ciudadanía debe ser activa y el exigir un mejor manejo de los recursos. Fomentar la capacidad urbana y generar espacios de interacción con un entorno amigable y accesible sin restricciones por medio de reglamentos obsoletos sino por medio de políticas inclusivas para las cuales arquitectos, urbanistas y la ciudadanía en general deliberen sobre lo que es mejor y necesario para su ciudad. Con una premisa clara: el entorno es la principal riqueza del hombre desde siempre. Desde siempre su peor enemigo y su víctima.