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A Peter Greenaway, uno de mis directores preferidos, no le gusta ir al cine. “Me aburre”, dice en casi todas sus entrevistas. Muchos lo escuchan y fruncen el ceño, se rascan la cabeza o cruzan los brazos en una actitud distanciadora. Hay quienes, desde el preciso instante en el que lo ven renegar de la filmografía de directores tan canónicos como disímiles (Tarkovski, Hitchcock o Scorsese), le dan la espalda y lo tildan de pedante, de insoportable, de prevaricador. Pocos de éstos últimos, quizás una ínfima parte, conocen su argumentación en torno al término “post-cine”:

 

INTERIOR. CUALQUIER LUGAR. TARDE.

GREENAWAY

(Con temeraria osadía)

El cine contemporáneo está gobernado por cuatro tiranías de las que debemos liberarnos: la tiranía del texto [el cine no debe seguir siendo esclavo de la literatura]; la tiranía del actor [el cine es vehículo para los intérpretes virtuosos y sus actuaciones miméticas]; la tercera tiranía es la del encuadre; y por último, la tiranía de la cámara. Este cuarteto de tiranías podrían quedarse atrás con las nuevas tecnologías, que nos permitirán ir allí donde ha estado la pintura en los últimos dos mil años.

CORTE A

Pero la pregunta clave es: ¿se puede erradicar la naturaleza híbrida y palimpséstica del cine? ¿No sería esto inclinarse más hacia el videoarte que a lo cinematográfico? ¿Existe una diferencia fundamental entre ambos géneros? No es de extrañarse que Greenaway tenga una inclinación hacia el videoarte —ahora más que nunca al alcance de todos con ayuda de sus museos virtuales: Vimeo, Ubuweb, Youtube, etc.—, pero esto nos lleva a otra pregunta esencial: ¿qué es el cine?

 

La tiranía del texto

INTERIOR. EN CUALQUIER SITIO DE BUENOS AIRES, ARGENTINA. DÍA.

ANDRÉS HAX

(Confundido)

Entonces, ¿va a dejar de hacer largometrajes tradicionales?

GREENAWAY

(Acariciándose la barbilla)

No. Pero cuando los hago siento que me estoy comportando como un fósil.

CORTE A

Una de las razones por las que el director galés considera que las películas de hoy en día son obsoletas —esqueletos de dinosaurios— es el exceso de narratividad que hay en ellas. “La experiencia cinematográfica no es narrativa”, afirma con convicción. Sin embargo, su cine está salpicado por esa misma narratividad que rechaza. La influencia directa de ciertos escritores en su filmografía es innegable —Borges, García Márquez, Calvino, los dramaturgos de la Restauración—. Sus películas desarrollan estructuras narrativas acuñadas por la literatura: ensayo ficcional, autoficción, metaficción, falso biopic, etc. Y es que la tiranía del texto es una de las características natas del cine, así como también lo son las tiranías de la pintura, de la fotografía y de la música.

 

INTERIOR. EN CUALQUIER SITIO DE BARCELONA. DÍA.

VOZ EN OFF

Si damos por sentado, entonces, que el cine es un arte híbrido y que contiene en sí mismo a todas las artes, ¿por qué renegar de esa característica esencial que lo construye? El interés de Greenaway se centra en la experimentación con la imagen, pero ¿es ésta experimentación contrapuesta a su connatural narratividad? La literatura y el cine han dialogado de forma abierta desde siempre: después de todo, ¿qué sería de la filmografía de Greenaway sin Borges?, ¿qué sería de la obra de Manuel Puig sin toda una tradición cinematográfica y sus efectos en la sociedad que recrea? Hay escritores reconocidos que han escrito guiones para filmes —Marguerite Duras, Graham Greene—, y ni hablar de las películas que han sido inspiradas en obras literarias, ni de los libros que han sido inspirados en películas.

CORTE A

El primer paso para crear una película suele ser la escritura de un guión. Godard, uno de los pocos directores que Greenaway confiesa admirar, quiso deshacerse de la tiranía del texto y se negó a escribir guiones para varias sus producciones fílmicas —los escribió, sin embargo, en imágenes: filmó pedazos sueltos de lo que podría ser la estructura de un filme—. El resultado: algunas de las películas más literarias que existen.

 

La tiranía del actor

INTERIOR. CUALQUIER LUGAR. NOCHE.

VOZ EN OFF

¿A qué se refiere, señor Greenaway, con eso de la tiranía del actor?

GREENAWAY

A que el cine no se ha inventado para que sea el patio de juegos de Sharon Stone.

CORTE A

 

La tiranía del encuadre

En el cine de Greenaway no existe un único encuadre, sino múltiples cuadros que se nos presentan en una misma pantalla (Prospero’s booksThe Pillow Book, The Tulse Luper’s suitcases). Las nuevas tecnologías —esas en las que él ve el futuro, la posible evolución del cine— le permiten realizar una edición que rompe el encuadre único tomado del teatro y apropiado por el cine tradicional. Esta ruptura produce un distanciamiento en el espectador, a quien se le obliga a reconocer que lo que ve es una representación y no la vida misma. La experiencia del espectador, entonces, se vuelve netamente cinematográfica; no emotiva.

 

La tiranía de la cámara

INTERIOR. CUALQUIER LUGAR. CUALQUIER HORA DEL DÍA.

PRIMER PLANO de Peter Greenaway tras un fondo negro.

GREENAWAY

Esta es la peor tiranía de todas: que yo hable y que la cámara no haga nada más que grabar lo que pasa. El cine propone una narrativa artificial, un marco falso, la estupidez de la cámara.

Greenaway, además de director, escritor, curador y pintor, es “videoartista”. Su experimentación con la imagen en movimiento y la música es lo que, probablemente, lo ha llevado a decir que “el cine está muerto”. Él encuentra en las posibilidades que ofrece el videoarte la única forma de escapar de las garras de la tiranía de la cámara —en el videoarte no reina la pantalla, también están las videoinstalaciones—. Sin embargo, el cine —ese palimpsesto—, sigue diferenciándose del videoarte por su narratividad no sólo a nivel estructural —guión—, sino visual —el arte de contar con imágenes, como lo hace el cómic (¿otra tiranía?)—. El videoarte se centra en la construcción y deconstrucción de conceptos y se vale de lo visual y de lo tecnológico para ello. El cine, en cambio, aún pone todo al servicio de una narración o de múltiples narraciones.

 

INTERIOR. EN CUALQUIER SITIO DE BARCELONA. DÍA.

VOZ EN OFF

¿Qué pasa, entonces, con la cámara que filma lo que ya ha sido filmado? ¿Qué hay de la reescritura en el cine? Tal vez allí esté la vuelta de tuerca a todo este asunto. El remake, tan demonizado en la literatura —¿a quién se le ocurriría reescribir a Borges? Respuesta: a Borges—, tiene en el cine un mayor grado de aceptación y hasta se considera normal que Brian de Palma haya reescrito la escena del baño de Psicosisen seis de sus películas; que Gus Van Sant haya filmado, plano a plano, lo mismo que Hitchcock en Psycho, su remake —a lo Pierre Menard— de Psicosis; que Hou Hsiao Hsien haya reescrito a Ozu en Café Lumiere; Tsai Ming Liang a Truffaut en What time is it there?; Carlos Reygadas a Dreyer en Luz silenciosa; y, por supuesto, que Haneke y Won Kar-wai se hayan reescrito a sí mismos en Funny Games y Ashes of time. Tal vez, si pensamos en la reescritura de cámara, encontremos otras salidas que Greenaway se ha rehusado a descubrir.

FUNDIDO A NEGRO

FIN.