hospital_a7.jpg
hospital_a1.jpg
hospital_a2.jpg
hospital_a3.jpg
hospital_a4.jpg
hospital_a5.jpg
hospital_a6.jpg
hospital_a7.jpg
hospital_a8.jpg
hospital_a9.jpg
hospital_b1.jpg
hospital_b2.jpg

Carlos Pozo Albán

Es más de media noche. El frío cala en los huesos y una decena de personas deambulan con pasos cortos, miradas perdidas y conversaciones silenciosas frente a la puerta de emergencias del hospital Eugenio Espejo, en Quito.

https://gkillcity.com/sites/default/files/images/imagenes/56_Pozo/hospital%20a7.jpg

Ya en la sala, un calor triste entumece mis manos y comprime mi pecho mientras varios médicos van de camilla en camilla diagnosticando, recetando, y en otros casos, consolando a los pacientes y familiares.

Gabriela Zapata, es una de los médicos residentes que esta noche realiza su turno en emergencia, con cálida voz anuncia a una paciente el procedimiento que se le va a realizar, lo que llama mi atención y me invita a conversar con ella. Gabriela es estudiante de posgrado de medicina de la Universidad Católica, cada 2 meses rota en los hospitales públicos y privados de la capital.

“Los primeros años son los más complicados, poco a poco muchos compañeros van desertando de la carrera, se van dando cuenta que no es lo suyo, mientras que los que vamos quedando llegamos a ser internos de los diferentes hospitales”

La sala se encuentra abarrotada de gente y comienzo a sentirme incómodo para conversar, le pregunto a mi entrevistada si hay un lugar más tranquilo para poder retomar el hilo de la plática, a lo que asiente invitándome a la residencia.

Caminamos por las entrañas de la colosal construcción, pasillos oscuros y húmedos donde solo el eco de nuestros pasos acompañan el diálogo.

Las condiciones de trabajo son diferentes entre un hospital público y uno privado, lo que es palpable por la disposición de recursos materiales y humanos. Sin embargo, el contexto es similar en cualquier sala de emergencias.

“Lo más duro es el trato con la gente, cada persona que ingresa tiene su dolencia y cada dolencia es importante, pero hay unas más graves que otras y la atención es prioritaria para las personas con mayor riesgo, esto limita la capacidad de acción del personal lo que molesta a los usuarios menos delicados ya que serán atendidos tarde y los comentarios no se hacen esperar, gritos y hasta agresiones físicas”. Nos detenemos frente a una puerta y continúa contando como si por primera vez hablara de esto con otra persona.

“Muchos pacientes son visitantes frecuentes del Eugenio Espejo, ya que su vida gira en un circulo de violencia, alcohol y delitos que los conduce hasta esta casa de salud, se los atiende como a todos y siempre regresan, es como si no les importara su vida”.

Ya son más de las dos de la mañana y Gabriela abre la puerta de aquel pasillo oscuro del hospital, y frente a mí se revela la residencia médica donde rebosa la vida. Varios internos hablan sobre suturas y operaciones, mientras otros buscan lugares más silenciosos para descansar.

Gabriela me cuenta que el trabajo del interno es duro, turnos de 28 horas seguidas desgastan a cualquiera y la residencia es el lugar donde conviven y encuentran un espacio para reposar de la agotadora labor, con suerte una hora para dormir y unas galletas compradas en el kiosco de la puerta darán las fuerzas para el resto de la noche.

Ahora 3 médicos residentes, 1 tratante, 3 internos, 1 médico en triaje (que es quien clasifica a los enfermos), 6 enfermeras, personal de limpieza y guardias trabajan en el área de emergencia, entre decenas de pacientes y familiares. Ellos hacen que mientras pasen las horas me vaya acostumbrando a aquel dolor que flota en el ambiente y de alguna manera también me sienta parte de ese lugar, me muevo haciendo fotografías y casi soy invisible.

Son casi las cuatro de la mañana y 28 personas han sido atendidas desde las 20:00, hoy es un día tranquilo, un repentino grito y llantos me regresan de nuevo a la realidad, una persona falleció y su familia sufre su pérdida, de repente la sala se queda en silencio a excepción de los respiradores artificiales, con mi mirada busco a Gabriela quien tiene los ojos cerrados y una mueca de tristeza contenida que dura unos pocos segundos, abre los ojos y continúa con su trabajo.

Carlos Pozo Albán