El conservadurismo político-cultural es un envase con contenidos de claras variantes. Qué se conserva en cada territorio o era, desde luego, es algo absolutamente distinto. Son conservadores un ayatollah iraní, un rabino ortodoxo judío, un stalinista (en la Rusia de los 1950’s), un Legionario de Cristo (en el México de los 1990’s), pero también lo son Thomas Sowell, Pat Buchanan y Sarah Palin. ¿Qué tienen en común estos personajes, al margen de las -ojalá- obvias diferencias? Probablemente todos queremos ciertas certezas en un mundo incierto pero eso no nos vuelve conservadores culturales y políticos.
¿Qué cosas sí tienen en común los conservadores? Estimados lectores, permítanme un intento de síntesis y crítica dentro de lo que este espacio permite.
1) La naturaleza humana
El conservador considera que el ser humano es básicamente defectuoso. No está a la altura del Paraíso o Era Dorada (que puede ser el Edén judeocristiano, el comunismo primitivo de Marx-Engels o cualquier otro tipo de mitología conveniente) por lo cual debe ser liderado con firmeza y vigilancia, por un pastor digno de su rebaño.
Pero no, el ser humano es el portentoso fruto de millones de años de evolución. Posee capacidades cognitivas[1] y morales únicas por su grado de desarrollo. Nunca un gato pensó “qué paisaje tan hermoso” ni una ardilla“¿a dónde va mi vida?” ni un perro jamás[2] pensó “¿qué significa ser leal a mi mejor amigo en este contexto particular?”. Pero al mismo tiempo hay rasgos parciales en otros animales avanzados de estos procesos de formación de una psiquis. ¿Qué significa esto? Que esas capacidades vienen de procesos paulatinos y completamente naturales.
Es más, el ser humano viene equipado con ciertos circuitos (hardwiring) al igual que otros primates, para la empatía[3]. Es decir, venimos equipados para la cooperación. El gran descubrimiento del ser humano, y que ningún otro primate ni especie animal posee es el trueque. A diferencia del comercio entre los sexos que puede ser observado en los bonobos (comida o status a cambio de sexo[4]), el ser humano descubre una división del trabajo usando bienes enajenables. Es decir: entregar algo que valoramos (y es escaso y mensurable) a cambio de algo que valoramos aún más.
A través del comercio -que cabe recordar, es diez veces más antiguo que la agricultura– es que los seres humanos entablan división del trabajo (¡cooperación!) con extraños. Esto es algo absolutamente único en la naturaleza. Las hormigas y abejas tienen sistemas de división del trabajo relativamente interesantes, pero dentro de su familia biológica. El comercio va reemplazando cada vez más a la agresión como forma de relacionarse con extraños, y nos recuerda Steven Pinker que este es el momento más pacífico[5] en la historia de la humanidad.
Y es el comercio el mecanismo para liberar tiempo (invito al lector a estudiar el principio más esencial de la cooperación recurrente con extraños: la ley de ventajas comparativas) que permite ir construyendo civilizaciones mediante el encuentro de ideas, arte, lenguaje y otras instituciones mengerianas.
¿Qué tiene que ver este -aparente- desvío hacia la biología, la antropología y la economía con el conservadurismo?
Todo, en realidad. Si el ser humano es cooperativo por naturaleza y a la vez el fruto de al menos dos millones de años de evolución biológica y cultural[6], no podemos decir tan a la ligera que es “malo” o “degenerado” (fallido, defectuoso) ni tampoco, desde luego que es “bueno” en algún sentido soso. Si bien los contextos no necesariamente condicionan las decisiones individuales podemos poner como polos extremos el Stanford Prison Experiment -o Auschwitz/Treblinka- por un lado y por el otro los miles de gestos de generosidad, ternura y heroísmo anónimos que jamás llegan a aparecer en los noticieros. En el medio una inmensa franja marcada por la cooperación y la confianza[7] en menor o mayor medida. Mientras más amplios los lazos de confianza -demuestran psicólogos sociales como Esteban Laso– en una sociedad, mejor será su calidad de vida cultural y material. Los entornos asfixian, envician o potencian, pero ciertamente el individuo tiene la capacidad de tomar decisiones morales[8] -esta palabra no tiene nada que ver con religión, por cierto- más que cualquier otra cosa basado en su autoimagen y sus prioridades vitales -conocidas también como valores, otra palabra que los conservadores han pretendido monopolizar).
2) Su actitud vital: puritanismo, oposición al cambio y sumisión.
De lo que he podido observar, el rasgo personal más importante del modo de ser conservador es un grado elevado de puritanismo. Como lo definía el magnífico periodista y libertario) H.L. Mencken:
Puritanismo: el atormentante miedo de que alguien, en algún lugar, pudiese ser feliz.
Esa frase va al corazón del altruismo -la doctrina de Comte, ampliamente confundida con generosidad, solidaridad o caridad y que a su vez son distintas entre sí- en el plano del disfrute de la vida. El mensaje parece ser “que nadie disfrute hasta que todos puedan disfrutar”. Es como esa falacia usada por alguien de la familia en la niñez, “tómate la sopa, hay niños en África que no tienen qué comer”. Sí, es cierto, pero tanto la sopa como el disfrute son intransferibles a cientos o miles de kilómetros. Y a veces a pocos metros. Y de hecho la sopa o los recursos para hacerla/comprarla pueden al menos ser donados. Pero la alegría no. Que suframos no eleva el estado de ánimo de otros. Que nos neguemos placer en la vida tampoco hace ipso facto del mundo un lugar mejor. El placer de abrazar a un hijo para supuestamente enseñarle templanza. El placer de hacer el amor con alguien que apreciamos profundamente. El placer de bailar sin medir cada gesto por el que dirán (las voces en nuestra mente, incluso estando a solas). El de compartir carcajadas sin cálculo ni estrategia.
Esto no implica ser mezquinos y poco compasivos. Al contrario. Se puede hacer voluntariado con alegría, se puede luchar por causas impostergables con gusto y se puede ser generosos sin creer que eso nos resta permiso para darnos gustos necesarios.
El conservador no concibe nada de esto: quiere impedir por medio de mandatos morales o legislación el consumo de sustancias y el ejercicio de actividades recreacionales entre adultos. Por eso considera virtuosos los sacrificios y valores propios de la guerra: tanto en la formación como en el combate se “tiempla” el carácter de una forma que la sociedad comercial no puede ofrecernos a su modo de ver. Para el conservador no sólo debemos ser parcos, abnegados y castos sino que deben serlo los demás también. De hecho muchos conservadores suelen promover estándares de -supuesta- perfección humana para la cual claramente nadie pueda “estar a la altura.” De esa forma pueden sembrar culpa y manipular a los demás para obtener su atención, su tiempo y su dinero.
Los conservadores en esencia son platónicos y no artistotélicos. Platón decía que este es el mundo -ilusorio, pasajero- de lo fenomenal mientras que lo eterno y real es noumenal. Las eras platónicas de Occidente han sido las más oscurantistas pues bajo esa idea el conocimiento, la justicia y la alegría eran asunto de ultratumba. Siguiendo a Aristóteles, rechazo esa noción enteramente. Yo creo que ésta es la vida que debe ser vivida. Si existen otras o no es quizá irrelevante. En esta vida podemos y debemos buscar la eudaimonia. Es decir, la plena expresión en todos los campos. Personalmente tengo gustos modestos en muchos temas -que no en todos- pero ciertamente defiendo el derecho al lujo, el exceso y a aprender de los propios errores para todos.
Tampoco quiere el conservador que las familias puedan tener arreglos afectivos ni legales distintos que el que consideran tradicional. En realidad esa tradición tiene bastante poco tiempo en la historia. No que ser antiguo o nuevo vuelva a algo bueno per se, pero apelar a “lo natural” cuando hay cientos de especies animales que tienen relaciones homosexuales o a lo “tradicional” cuando hay familias nucleares hace muy poco tiempo en la historia, es un argumento de lo más fantástico. Es fantasía pura.
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Formas de matrimonio en el Antiguo Testamento de la biblia cristiana.
Otra actitud vital conservadora es la oposición al cambio drástico. En ese plano sólo diré que fueron conservadores quienes querían una respuesta sobre “¿quién cosechará los campos?” antes de liberar a los esclavos. Muchas instituciones han demostrado éxito y complejidad asombrosa por su evolución a lo largo de cientos o miles de años. En esto el conservador muestra cierta prudencia sabia que buena falta le hace a un revolucionario. Sin embargo esa prudencia sin una vara para evaluar las instituciones y costumbres termina asfixiando toda riqueza y volviendo a los países (y familias) meros museos de glorias pasadas. La razón, en el sentido humeano -limitado- y no cartesiano -ilimitado- nos puede ayudar a evaluar si una institución -legal o cultural- es a) justa o b) productiva. Es muy difícil reformar racionalmente, pero sí se debe abolir lo que sea que traiga injusticia o sufrimiento innecesario.
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La esclavitud puede ser todo lo tradicional que se quiera -de hecho aún existe entre ciertos grupos negros en África- pero eso no la hace justa. Las tradiciones deben ser tratadas con prudencia pero evaluadas sin misericordia.
Finalmente, su fijación con la autoridad y sumisión. Para la mentalidad conservadora, la autoridad debe ser respetada a como dé lugar. El conservador no reflexionó sobre la frase de Proudhon que dice “La libertad es la madre y no la hija, del orden”. Es en realidad a través de tratos libres (merecer y dar confianza) que las instituciones se plasman. No es el más fuerte el que impone las reglas en los grupos humanos exitosos. El uso de la fuerza tiene usos adecuados en sociedad, pero suplantar líderes con jefes no es uno de ellos. Si el “líder” obtiene su autoridad con engaños (¿la amenaza de un fuego eterno?) o amenazas (paredones, cárcel, expulsión del núcleo humano) entonces no es líder, es un jefe cualquiera.
Tampoco la sumisión a un texto sagrado, al padre, al marido, al hermano, al partido, al Estado, a la ley o a la mayoría es una virtud. Existen múltiples libros sagrados. Invito a los católicos a leer el Bhagavad Gita, a los musulmanes a leer el Zend Avesta y -ya que estamos en esas- a los ateos a leer “Lo que el Buda enseñó” de Walpola Rahula. El padre tiene cierto liderazgo evolutivo en los primates, pero la madre tiene otro en muchos planos así como superioridades en muchos planos. El marido es un compañero antes que nada (luego ya ambos verán sus roles dinámicos). El Estado tiene orígenes ilegítimos y funcionamientos truculentos inherentes, como nos enseñó el sociólogo Franz Oppenheimer. Y sobre la ley diré lo mismo que sobre la esclavitud: cada regla debe evaluarse contra una noción universalizable de derechos individuales. Si la ley viola los derechos innatos, la que debe violarse es la ley. La sumisión no es una virtud: sí el respetar los tratos y respetar a los demás. Cuando un trato (personal, social) nos exija someternos a lo que Ayn Rand llamó los Atilas del Cuerpo o los Atilas de la Mente, es hora de cambiar nuestro entorno.
Conclusiones
El conservadurismo es una actitud vital que mira hacia el pasado o a fuentes de autoridad supuestamente inapelables para hallar respuestas. No se trata de combatirlo con irreverencia ciega ni con escepticismo paralizante. Pero sí de entender sus aportes y limitaciones. Algo de conservadurismo es no sólo sano sino inevitable en cualquier grupo humano y frente a cualquier corriente nueva. Sin embargo no es es una filosofía para ser feliz ni dejar ser felices a los demás aquí y ahora. Parece propia de quien no cree en los demás y por eso pretende gobernar su mente y acciones. Yo creo que el ser humano tal y como es, es capaz de hacer un mundo mejor, por eso no soy conservador.
[1] Ver conferencia TED de V.S. Ramachandran “on your Mind”, http://www.ted.com/talks/vilayanur_ramachandran_on_your_mind.html
[2] Sin embargo, hay especies animales con capacidades parciales en varios de estos sentidos. Ver “Do dogs dream?”, Psychology Today (2010), http://www.psychologytoday.com/blog/canine–corner/201010/do–dogs–dream
[3] Es por eso que los animalistas (veganos), que aman a los gatos y vacas pero nunca derraman lágrimas por una serpiente o cucaracha no son necesariamente mejores personas que el resto de nosotros -como parecería que creen- sino probablemente tienen una configuración cerebral distinta en ese ámbito. Cuando nos dicen “hay que evolucionar” irónicamente habrá que recordarles que nuestro gran salto evolutivo (incluyendo poder debatir estos temas o inventar vacunas para mascotas o domesticarlas) vino de empezar a dominar el fuego para cocinar (carne incluída). Ver http://news.harvard.edu/gazette/story/2009/06/invention–of–cooking–drove–evolution–of–the–human–species–new–book–argues/
[4] Ver “Female bonobos use homosexual sex to increase social status”, Phys.org http://phys.org/news/2012-03-female–bonobos–homosexual–sex–social.html
[5] Pinker es científico cognitivo y filosofo en Harvard, aquí una reseña de su indispensable libro: http://www.guardian.co.uk/commentisfree/video/2011/nov/07/steven–pinker–better–angels–nature–video
[6] Sobre las características sociales emergentes del ser humano se puede revisar más aquí: http://humanorigins.si.edu/human–characteristics/social
Juan Fernando Carpio