En KrugerRock se está cuando se tiene que estar, y desde el viernes 29 de junio esta permanencia quedó en stand by. Se cierra una inspiración metódica por el caos, por la música que no se deja comprender, se abandona por un tiempo el pogo, la creación taciturna de caerse, ser uno y luchar con todos, sabiendo que son de los tuyos.
Kruger Eduardo Carrión es el creador de “KrugerRock“ un espacio dedicado exclusivamente al rock, punk, metal, hardcore, y otros humores de la misma tendencia, para que los “descarriados” estén en el mismo sitio y todo fluya “hacia la misma mierda”.
Esta crónica, por necesidades cualitativas, es un disco reversible de la última tocada en el bar maldito del rock.
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Lado A
Cruzando la puerta, que divide donde se fuma de donde se concentra, están los panas esperando por el jolgorio con el tradicional ritual: ¡Welcome to the jungle! La actitud: Biela en mano, el resto a escondidas.
Son las 21H00, la entrada de un $1 hasta las 20H00, subió a $2. Los primeros conocidos son Pancho y Rebeca. Pancho es un ecuatoriano residente en Argentina que ha venido a encontrarse con los panas que no ve hace tiempo y que, por principios del punk, no deberían faltar. Rebeca es la dama de la noche, la perra del mejor atuendo y maquillaje, una posible reencarnación de algún humano que alguna vez quiso ser parte del punk y por prejuicios de otros tiempos no pudo. Ahora muerde.
Las escaleras del bar se van llenando de a poco, las mesas son escasas e innecesarias. Las botellas comienzan a manifestarse al ritmo de “chupa brother”. Los descarriados caminan a la velocidad de la luz. El camino del punk no precisa de sostén alguno, se vale por sí mismo y hoy la independencia está en primer plano.
“La guerra es la paz, todos queremos paz, paz, paz” Es el ruido de bienvenida al público de Tony Montan, la banda de la cual Jonathan Fumarola es vocalista. ¿Quién contra él si canta con una rata sintética en el micrófono, un roedor que responde al llamado de Peter? Con el derecho que la santa rata le concede exclama en el silencio de las guitarras “Infelices noches bróderes” a lo que todos responden con un “Ya, chucha canta”. Un, dos, tres, se desafinan guitarras y Montana los increpa de vuelta “¡Este es el último concierto en Krugger así que vamos a sacarnos la chuchaa a a a!”.
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Tony instala su rata en el micrófono y de un aullido se van acumulando los puños en el alma del punk: el pogo. Las guitarras y la batería se unen al estruendo de voces. “Dentro del punk hay una calavera, dentro del punk hay una calavera”. El desastre sigue su ritmo, de pronto el baterista marca mal los tiempos y sus compañeros le reclaman con violencia “¿Qué crees que estamos ensayando, conchetu?”, pero el baterista disfruta la culpa, está fuera de órbita. Tony marca la sentencia de despedida “Así es como nosotros conquistamos nuestras vidas con sexo, drogas y alcohol”
El público toma descanso para las siguientes revoluciones.
Llegan al escenario Las Zabandijas de la 18 (sí, con zeta: es punk), una banda que ya podrán imaginarse dónde anida y se esparce. La masa excitada los declara “embajadores de esta huevada”. Para uno de los zabandijas, esto se debe a que han tocado en exceso en esta cueva. Afirma que es complicado encontrar otro lugar donde “los aguanten con sus peculiaridades”. Hoy en Kruger les toleran todo; excepto que se retrasen. El público vino a desquitarse del cierre del bar maldito del cerro y como ordena el zabandija vocalista, Marcos: “Esto no es un partido en diferido así que vamos a sacarnos la chuchaa a a ”
Marcos abre los ojos en proceso de hipnotizar a su público, como un encantador a su serpiente, se mueve de derecha a izquierda y sin saber cómo, termina con la camisa desabotonada, las guitarras se desbordan y grita “desahuévate chucha”. El calor crece, hay más partículas de odio y energía que en cualquier rincón de Guayaquil y se están chocando entre sí a punto de desencadenar un meltdown musical.
La hipnosis no fue en vano, todos se consumen en el mismo centro “En esta realidad que aprieta el gatillo”. Rebeca, la dama perra de la noche, marca el orden con sus mordiscos hasta que termina con la lengua afuera, le dan agua pero ella prefiere la biela regada en el piso, porque, como buena punkera sabe que biela es biela, así haya que lamerla del suelo. Las sabandijas se van satisfechas.
Cuando Esputo Catatónico llega al escenario, el bar se reduce, el calor aumenta, los olores se concentran, la indolencia se desprende y la congregación crece. “¿A quién le gusta la periquita?; ésta va para los pericos”, ofrenda Javier Esputo. Los descarriados vienen a darse cabezazos furiosos, expidiendo rabia y sudor. Mientras en el centro del pogo se riega biela, que nadie alcanza a tomarse porque muy pocos tienen ajustados los cinco sentidos y otros pocos conocen el arte de introducirse en el pogo con los lentes puestos, cámara en el cuello y biela en mano. Es toda una declaración de principios: el punk no obedece ni a la gravedad. En el cinturón de miseria de este relajo están también los que se explayan con la de Trópico. Algunos saltan al escenario para corear en el micrófono, y como todos lo hacen con distinta euforia, nada se entiende. O esto es puro sentimiento o ya todos están borrachos.
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“Esta bar siempre olerá a mierda y sonará a mierda pero es nuestra casa”, dice Javier mientras es ovacionado.
Cuando se van los esputos, muchos se van a tomar aire, han quedado asfixiados un punkero anónimo toma la palabra y anuncia “Los señores que van por la línea recta blanca sí hay coca, abastécete rápido que sí haaay”
Lado B
La gente se riega en la calle que tiene dirección oeste hacia la droga y lo olvidado del cerro. La policía anda merodeando, los vecinos están asomados y por ahí algún sapo quiere silencio.
A los que han llegado a habitar Kruger se los reconoce de una: cabezas rapadas, ropa extravagante, deshilachada y gastada. Sufren las consecuencias del desentendimiento y la policía los quiere dentro del bar o todo se acaba, esta vez sin un buen final pero ellos son los mismos que cantan “Somos rebeldes caminando por la acera”. Aquí tiene que intervenir Kruger Man, porque sino se le acaba la última fiesta. Con el favor de otros interesados por llevarla en paz logra meterlos a todos donde deben estar. Pero son demasiados y toca NoToken, legendaria banda de hardcore guayaco con más de 20 años en escena. Se hace trizas el espacio y a menos espacio, más heavy es el pogo.
Pero como la anarquía y la independencia ordenan, también están quienes no obedecen a la ley con uniforme y se quedan afuera, más debajo de la salsoteca, tomando aire y bebiéndose la noche. De vez en cuando pasa un vendedor de brownies con American-una derivación de cannabis que, según dicen crece rico porque en lugar de agua se le echa orine-. El vendedor probablemente murió esa misma noche por una sobredosis de autorrobo, porque su mercancía estaba muy cara y para rematar una mala mujer lo mandó a retirarse: ¡Loco, nadie te va a comprar, puedes retirarte!
En la vereda ya no se habla, se murmuran ideas porque la boca pesa, algunos perdieron la conciencia de quién le gana a quién: si el papel le gana a la piedra o la piedra al papel. Bielas van, cañas vienen, el principio es fraternizar.
A la 01h00 se levanta una fila india saliendo de Kruger. Los que alcanzan a lo que queda de caña en esta vereda dicen que solo se han quedado dentro del bar los verídicos periquitas.
2h00 y sí, llegó la Policía:
– Señores, deben retirarse, no se puede estar libando en la calle;
– Pero no estamos tomando;
– Ya son las dos a eme, a sus casas.
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Uno que otro borracho salió en defensa del resto de panas, porque se debía acolitar. Al final, se dan por vencidos, se levantan y los chapas se encuentran con el último tesoro adquirido: una botella blanca, a solo 3 copas de ausencia, el resto puro líquido vital. No se puede confiar en los policías, ellos te botan del espacio público porque es la ley y ya que mientras trabajan, se supone, no beben, se desquitan echando al suelo cada milímetro de alcohol. La gente llora. Se debaten entre el orden policial, la realidad y los principios anárquicos del punk.
Y así, nos quedamos sin rock, punk, pogo y sin un lugar donde abastecerse humanamente de alcohol, sin Kruger.
Jessica Zambrano