En ese momento mi cerebro era una olla hirviendo.
Cuando me pongo nerviosa, me muerdo los labios, transpiro, y en mi tono de piel a las venas se les nota cuando se asoman disimuladitas en mi frente. A mis ideas aún no las tengo gobernadas, por eso luego de que me gritaron en la calle “Hasta por atrás te diera” la ira me dio apenas unas fracciones de segundo para pensar algo inteligente que responder a mi puto agresor. No se me ocurrió nada y solo quedó bajar la mirada y acelerar el paso. Mi estrategia fue fingir demencia, no vaya a ser que si le regreso a ver, o si le contesto, sea motivo para recibir otra golpiza verbal.
Ahí parada debajo del sol, atufada por el acoso sexual de un completo extraño hubiera querido encontrar la manera más apropiada de decirle a mi agresor que su frase asusta, intimida,y me degrada en maneras que él difícilmente podría entender. Pero eso solo pasa en las fábulas que leen los niños, en donde algún animalito le enseña alguna lección de vida al prepotente león. En el mundo real es diferente, claro, una no puede pararse en una banca y sacar el megáfono en cada cuadra para dar una cátedra sobre respeto a este Don Juan de cuarta.
La mayoría de las mujeres no tenemos problema con saludos o cumplidos, pero en gran parte de los casos, esto no es lo que ocurre en las calles. Cuando nos halagan es porque quieren exaltar alguna cualidad que tengamos y se lo hace de frente y de manera amigable. El acoso, por otro lado, es un acto violento disfrazado de “piropo”. El típico macho alfa latinoamericano no pretende cortejar con sus frases morbosas. Esta consciente que si le dice a una mujer: “Me monto en vos y no me bajo” no terminará en una cita romántica con ella. Sabe que sus vulgares insinuaciones no halagan. No creo que luego de gritar “qué buenas tetas” él espere que nos demos la vuelta con los ojitos en forma de corazón y respondamos “qué bueno que lo notaste”.
Es que a estos galanes de medio pelo, se los encuentra en todas las esquinas y en diferentes presentaciones. La variedad que existe es amplia:
El cantante:
Es el individuo que es demasiado tímido como para hacer una insinuación directa a la mujer pero lo suficientemente desinhibido para sacar el cantante frustrado que lleva dentro. Bota la zanganada al disimulo, casi como que no fuera con él, de forma melódica y rítmica. Utiliza canciones que ya existen, o cambian la letra a su conveniencia para llamar la atención de la transeúnte. Aprovecha que ella pasa sola por la vereda, y se convierte en un performer de a media luca para cantar: “amorcito corazón, yo tengo tentación de sexoooo”.
El obsceno:
Este es el que morbosea haciendo gestos indebidos. Esta es una de las formas de acoso más agresivas e intimidantes para la mujer. Puede ir desde algo simple como lamerse los labios, hasta algo mucho más invasivo como mostrar su pene. Los albañiles utilizan los tubos de la construcción para simular una masturbación y los empresarios su comida para sostenerla de forma embarazosa u obscena. Todos ellos violentan la tranquilidad de la mujer y la hacen sentir insegura con estos gestos que, más que inapropiados, son amenazantes.
El insoportable:
Es el morboso menos arriesgado y aunque no es violento como el «obsceno” es simple y llanamente molesto e inaguantable. Él no nos trata como objetos, sino que prefiere tratarnos como a los animales haciendo el mismo sonidito que hacen los domadores para llamar la atención de un caballo o un perro: “Tssssss, tsssss, tssssss, mamita, tssssss, tssssss” .
El badulaque de trolebús:
Él saca ventaja de los lugares cerrados como el bus, la ecovía, el trole, etc., porque ahí la agredida no podrá escapar con facilidad. Le encanta sentir el “choque” pero no precisamente el del bus. Aprovecha el tumulto de la gente para arrimarse lo más cerca posible de la mujer y en cualquier frenada del bus él exagera el movimiento para toparla. En un espacio donde la mayoría de pasajeros van parados, él se ubica cerca de su víctima ya sea para manosearla o decirle cualquier cosa que le salga del testículo aprovechando el claustrofóbico escenario.
La podrida autoridad:
Es el militar o policía que se aprovecha de la autoridad que le da su uniforme para inmiscuirse en esta red putrefacta de hombres acosadores. Su psicología medieval seguro les dice que sus funciones dentro de la sociedad los ponen en una escala superior a las mujeres, en donde los gestos inapropiados, frases subidas de tono o galanterías inadecuadas que ellos les hagan a ellas deben ser bien recibidas. Por supuesto la agredida teme más que con otro agresor defenderse o sublevarse por el miedo a alguna repercusión. Esta es la imagen más clara de la autoridad corrompida, en su máximo estado de putrefacción.
Galán Incompetente:
Este es el caso menos común dentro de los acosadores, ya que la motivación de este individuo es “conquistar” con sus frases sexualmente explícitas o comportamientos inapropiados. Existe un pequeño porcentaje de hombres que en serio creen que existe una posibilidad aunque sea leve de establecer una relación más íntima con la víctima luego de agredirla con alguna frase soez. La explicación para estos excepcionales casos son sin duda aptitudes sociales deficientes e inteligencia nula… o viceversa.
El zángano guapo:
Él cree que por su aceptable apariencia física puede hostigar con tranquilidad a las mujeres. Está convencido que las horas que pasan en el gimnasio esculpiendo su cuerpo junto con su cara bonita le dan la potestad de tirar veneno a cualquier mujer que pase por su camino. Piensa que las ofensas que se le ocurren decir en la calle no molestan en lo absoluto, y que por el contrario con todas las mujeres que lo desean, él nos hace un tremendo favor fijándose en nosotras.
El majadero democrático:
Este es el individuo que piensa que la libertad de expresión es un importante valor de la democracia, y por lo tanto seguro la constitución lo amparará cuando se exprese libremente gritando: “!Oye, presta el culo para armar relajo!
La característica que une a estos especímenes de hombre (aún lejos de la extinción) es esa ignorancia de pensar que si la mujer usa falda, una blusa destapada, o está bien maquillada es porque le gusta que le digan patanadas en la calle. Esta es una estrategia intimidatoria porque estigmatiza a la mujer negativamente y revierte la culpa sobre nosotras. Las repercusiones del acoso verbal pueden ser mucho más dañinas de lo que se piensa. Las mujeres o niñas que experimentan acosos dentro de sus hogares o para aquellas que tienen un historial de abuso sexual, el acoso en las calles es sumamente traumatizante y las golpea con más fuerza. No solo eso, pero adjetivar públicamente a una mujer de “longa pero rica” muestra que el acoso puede estar inclusive cargado también de un tinte racista o clasista.
Esta inconformidad con el acosador de calle no es de feministas radicales con espíritu de Lorena Bobbit, esta inconformidad es de todas las mujeres que quieren caminar por su ciudad sin sentir miedo y su única exigencia es una sociedad más segura y equitativa. El zángano guapo, el obsceno, el insoportable, el badulaque de trolebús, el cantante, la podrida autoridad y el majadero democrático son la muestra más clara de que aún vivimos en una cultura profundamente machista en donde tratar a la mujer públicamente como una carne para comer, o como un objeto, es tolerado con impunidad. Sin duda lo único peor que el comportamiento de estos hombres es el silencio y la ceguera selectiva de todos los demás
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Andrea Costales