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Un “erro de portugués” puede ser dos cosas. Un error gramatical. O confundirse de persona (de persona portuguesa, claro).

Desde que un escritor brasileño preguntara si los académicos del Nobel no habrían cometido un “erro de portugués”, la broma se convirtió en un lugar común usado por los lectores de Antonio Lobo Antunes que creen que su escritor favorito debió llevarse el primer Nobel de Literatura a un autor de lengua portuguesa y no José Saramago.

Yo, lo confieso, nunca aceptaré que hubo un “erro de portugués”: desde que leí el ‘Ensayo sobre la ceguera’, un préstamo de mi querida amiga Mónica, me aficioné a Saramago como quien se encariña de un enamorado difícil: a veces me costaba entrar en su historia, después sufría para dejarlo.

Pero Lobo Antunes no me era indiferente. De cuando en cuando coqueteaba con él. Desde lejos, ellos eran la literatura portuguesa. Ellos y nadie más. Cuando me mudé a este país de diez millones de habitantes, me deslumbré al visitar las librerías y al leer los suplementos culturales de los diarios: había vida, mucha vida, en la literatura portuguesa.

Quizás el más conocido fuera de la esfera de países de lengua portuguesa es valter hugo mãe y no, no me he equivocado al escribir su nombre. El hombre desterró a las mayúsculas de su firma y de sus textos. Quiere que sus poemas y sus historias se acerquen lo más posible a la forma en la cual se habla. Desea que los lectores tengan el poder de colocar los énfasis y hacer nuevas lecturas. Pero no crean que es confuso: sus textos fluyen, son divertidos, agudos, reflexivos. Si lo buscan en Facebook y se unen a su página, leerán cada día sus comentarios sobre la pesca, la música de los vecinos, el arte, las canciones, el sonido de la calle: pequeños fragmentos escritos con maestría.

Otra autora que vale la pena buscar es Dulce Maria Cardoso. Ella es, quizás, la autora más elogiada por escribir un tema que parece estar de moda en la literatura portuguesa: el de los retornados.

‘Retornados’ es el nombre que en Portugal dieron a las personas de origen portuguesa que salieron de Angola y Mozambique cuando esos territorios dejaron de ser colonias lusas. El Estado portugués envió aviones para recoger a familias de abuelos, padres e hijos que nunca habían sido portugueses. Africanos expulsados por motivos políticos. ‘Portugueses retornados’ a un país donde nunca habían vivido. A una tierra que no sentían suya.

Dulce Maria fue una de ellos. Una niña que vivió el desarraigo y el desembarco. Que vivió durante meses en un hotel de lujo pauperizado de un día al otro, cuando el Estado ocupó cualquier lugar posible para instalar a los recién llegados. Su novela ‘O retorno’ (El retorno) conquistó a la crítica.

Pero no crean que eso es todo. En la oferta editorial portuguesa hay novela histórica dedicada a los tiempos de la Casa de Bragança. Hay novela romántica, con la versión portuguesa y con faldas de Nicholas Sparks, una autora llamada Margarida Rebelo Pinto, que ha vendido más de un millón de libros en un país de diez millones de habitantes, con historias de amores, desafectos, traiciones y reencuentros. Hay autoayuda. Hay libros de dieta de médicos locales. Hay novelas políticas que ponen a hablar a los perros de los primeros ministros para desentrañar la causa de la crisis. Hay cuentos. Nuevos autores (por lo menos para mí) que aparecen en los segmentos de cultura (donde hay por lo menos cuatro críticas de libros locales y una gran entrevista a algún escritor).Y hay poesía, tanta poesía, que parece que este es el verdadero paraíso de los poetas.  Pero al mirar las cifras de mercado, la poesía representa el tres por ciento de los libros vendidos. Igual que los cuentos, otro tres por ciento. La narrativa, en cambio, vende el nueve por ciento.

Las secciones de literatura local no son esas tímidas estanterías a las que estaba acostumbrada: son destacadas, con promociones, los libros puestos en exhibición de forma tan atractiva que parecen tortas en una pastelería. Dicen que el mercado está saturado: los vendedores de libros convierten a las obras en pasteles para entrar por los ojos al lector. La crisis económica ha hecho que las cifras de compra de libros bajen. La Feria del Libro, en Mayo, ocupaba solo la mitad del parque Eduardo VII, cuando en años anteriores se lo tomaba entero. Aún así, el porcentaje de portugueses que por lo menos lee un libro al año es de 56,5 por ciento: más de cinco millones y seiscientas mil personas. La venta de libros originales, según un documento de la Embajada de España en Portugal, supera a la de los libros traducidos: en un año en el que entraron 6700 títulos originales al mercado, también lo hicieron 2700 títulos traducidos. Las proporciones se mantienen.

Dos grupos locales, Leya y Porto Editora tienen el cuarenta por ciento del mercado. Eso sí: abundan los sellos independientes y la competencia se hace con uñas y dientes.

Saramago tiene sus herederos. Lobo Antunes sus sucesores. Pero eso no es todo en las estanterías portuguesas. Lo malo es que Portugal parece una isla literaria y toda esa riqueza se desconoce fuera de este país.

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Sabrina Duque