Esto es un ensayo. Lo digo como quien anuncia un crimen, pero en realidad es una confesión; lo confieso para empezar a justificarme, o mejor dicho, para empezar a justificar al ensayo, que es un género que desde siempre ha tenido que explicar su caótica existencia, como si la arbitrariedad de su contenido y forma fuera lo más parecido a un laberinto.
Aproximación al ensayo # 1: el género del descuido.
Robert Musil, interesado por las posibilidades del género, escribió: “Ensayo es: en un terreno en que se puede trabajar con precisión, hacer algo con descuido… O bien: el máximo rigor accesible en un terreno en el que no se puede trabajar con precisión”. Ensayo, del verbo ensayar, significa intentar, probar, adiestrar. Dicho de otra manera: es una aproximación a algo, un acercamiento indecoroso a un tema importante (o que parezca importante), o banal (o que parezca banal); como por ejemplo, lo que hizo Groucho Marx en Camas; un fabuloso ensayo sobre sábanas, colchones, ovejas y vida.
Sin embargo, esa no es la acepción por la que la mayoría conoce al ensayo. Pese a su nombre y su tradición, se lo sigue hermanando con textos científicos, de divulgación, tesinas y monografías. Como experimento, me aventuré a preguntar a varios amigos y conocidos qué entendían por ensayo. Sus respuestas siempre se inclinaron hacia lo mismo: un texto crítico que analiza e intenta demostrar algo. El ensayo, en realidad, no intenta demostrar nada, les dije; sino hacer las preguntas necesarias —e innecesarias— sin una real preocupación por obtener respuestas unívocas. “El ensayo es la broma”, les dije, citando a Chesterton; pero no les hizo ninguna gracia.
Preocupada por el resultado de mi experimento, al día siguiente, ensayé una entrada casual al despacho de mi profesor de ensayo en Barcelona, Domingo Ródenas. Me habló de Montaigne, el padre del ensayo, de sus textos llenos de digresiones, de ideas, de pensamientos íntimos, de juegos retóricos, de lo poco serio que era al escribir; de lo literario que era al escribir. ¿Será por eso que casi nadie piensa en el ensayo como un género literario, porque creen que es un texto que se escribe con seriedad? ¿Es que en la literatura no puede haber seriedad?, le pregunté. La hay, pero es una seriedad descuidada, me respondió; es una seriedad ensayística.
Aproximación al ensayo #2: ensayar es discurrir.
El ensayo es un género literario. El ensayo es literatura. La literatura es un ensayo. Y mientras caminaba por Barcelona pensando en el desprestigiado —¿qué más desprestigio que atribuirle a algo características ajenas?—, poco leído y poco comprendido ensayo, me subí a un bus y recordé un texto de Augusto Monterroso en el que contaba que, en el interior de un bus, una señora le había preguntado a qué se dedicaba. “Yo escribo ensayos”, le respondió él. “No importa, no importa”, le dijo la señora con algo de compasión. Pero la compasión en ese momento la sentí yo y, como la señora, también hacia Monterroso. Porque, ¿cómo explicarle a alguien lo que es un ensayo? Monterroso aventuró una respuesta mental que, por desgracia, la señora del bus no tuvo el gusto de oír:
“El ensayo, sabe usted, es un texto más o menos breve, muy libre, de preferencia en primera persona, sobre cualquier cosa, o acerca de equis costumbre o extravagancia de uno mismo o de los demás, escrito en tono aparentemente serio pero idealmente envuelto en un vago y ligero humor y, de ser posible, en forma irónica, y preferible, autoirónica, sin el menor afán de afirmar nada concluyente; (…) y si una digresión se desliza de aquí o allá, mejor que mejor, pues la libertad de pasar de un punto a otro sin excusas ni rebuscamientos, y hasta de interrumpirse y olvidarse (o hacer como que uno se olvida) de por dónde va, puede ser lo que venga a dar al ensayo ese encanto parecido al que se desprende de una conversación inteligente”
Ensayar es discurrir, agregué en silencio a la cita de Monterroso; y el ensayo, en sí mismo, es un laberinto.
Aproximación al ensayo #3: El germen de todo.
Al ensayo hay que buscarlo como se busca lo incompleto, y con esto quiero decir que hay una mayor posibilidad de hallarlo en los fragmentos.
Walter Benjamin escribió en su cuaderno de escritor, Calle de dirección única, algo que justifica los breves párrafos de reflexiones e ideas que lo componen: “Para los grandes autores, las obras acabadas son menos importantes que los fragmentos en los que van trabajando durante toda la vida”. Ésta podría ser la cita que abriera todos los cuadernos de escritor existentes, pues resume con precisión lo trascendental de lo inacabado —de los bocetos, de los esbozos— para los ensayistas. Porque, ¿qué es un cuaderno de escritor sino un libro de minúsculos ensayos?
En busca de esa fragmentariedad —o debería decir: de esa rapsodia literaria en la que encuentro al ensayo literario más vivo que nunca— he leído con gran interés los siguientes cuadernos de escritor: Para no olvidar, de Clarice Lispector; Especies de espacios, de Georges Perec; Cuadernos de todo, de Carmen Martin Gaite; Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, de Rafael Sánchez Ferlosio; El corazón secreto del reloj, de Elias Canetti; El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa; y Cuadernos, de Paul Valéry. En todos ellos he descubierto verdaderas piezas ensayísticas disfrazadas de apuntes que vale la pena rescatar y recitar, en voz alta, en el interior de un bus, a aquellas señoras y señores que se resisten a comprender la dimensión del género.
También hay que tener en cuenta —y esto no lo he descubierto yo— que desde siempre los mejores ensayos se encuentran en la poesía, en la novela y en el cuento. Lo recordé cuando, un día cualquiera, hallé en mi buzón el regalo de una amiga: Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, traducido por Javier Marías —otro amante del ensayo—. Entonces, tuve una revelación: mientras la literatura exista, al ensayo no habrá que reivindicarlo. El ensayo es —¿habrá quien me lo discuta?— el germen de toda literatura.
Mónica Ojeda