Dos helicópteros estadounidenses Apache, cada uno con cañones de 30mm, asesinaron a alrededor de una docena de personas en Bagdad, Irak, el 21 de julio del 2007. Entre las víctimas se encontraban Saeed Chmagh y Namir Noor-Eldeen, dos reporteros de la agencia de noticias Reuters. Caminaban por una calle de Nueva Bagdad, sin sospechar que los tenían en la mira. “Thats’s a weapon”, dijo uno de los tripulantes del helicóptero, refiriéndose a Saeed, quien lo que llevaba era una cámara fotográfica. “Request permission to engage”, solicitó. “You are free to engage. Over”, le llegó como respuesta.
Imágenes de cuerpos caídos tras el impacto de las balas calientes desgarrando la piel y atravesando los órganos. Imágenes de cuerpos arrastrándose en el piso. “Keep shoot’n”, se dicen. Alguno de ellos se ríe. “Got a bunch of bodies layin’ there”, informa. “We’re shootin some more”, reportan. “Oh, yeah, look at those dead bastards. Nice. Good shoot’n. Thank you”, se dicen entre ellos. Saeed, herido de muerte, intenta levantarse sin saber que le apuntan. Una camioneta llega por los heridos, unos hombres levantan a Saeed, y una ráfaga de balas llueve sobre todos ellos. “Oh yeah, look at that. Ha ha!”, dice uno de los soldados ante el panorama de la camioneta destruida y el cadáver de Saeed tirado a un costado.
Esto es parte de un vídeo liberado por Wikileaks, con Julian Assange como fundador y principal vocero, el 05 de abril del 2010, bajo el título Collateral Murder; que a su vez es parte de una serie de archivos que empezaron a ser filtrados por dicha organización: los documentos revelaban, además, hechos como las torturas sistemáticas en Irak, civiles asesinados en Afganistán y los archivos de Guantánamo (con casos de reclusos como Abu Zubaydah, quien fue sometido 83 veces a waterboarding, una técnica de tortura que consiste en “una forma controlada de asfixia por ahogamiento”).
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La respuesta/condena del Departamento de Estado y del Departamento de Defensa de los Estados Unidos fue inmediata: dicho acto amenazaba la seguridad de las tropas (en ese caso, de las que permanecían aún en Irak) y la seguridad nacional. En palabras de Hillary Clinton, “puso en riesgo las vidas de personas inocentes en todo el mundo, sin tener consideración para los más vulnerables, incluyendo periodistas”. En sintonía con ello, un congresista, Peter King, afirmó que “Wikileaks son un montón de terroristas”, y que “esto es peor que un ataque militar”, pidiendo que se considere a dicha organización como terrorista.
¿Qué significan, pues, estos documentos y las discusiones que han tenido lugar desde entonces? ¿Qué lectura darle tanto a los documentos filtrados como al hecho mismo de filtrarlos? Se debe analizar por partes, partiendo de una lente que permita interpretar los discursos que se generan desde distintos sectores/sujetos en torno a las acciones de Assange y Wikileaks. Esbozos necesarios.
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Considero lo que Foucault se pregunta en El orden del discurso: “Pero, ¿qué hay de peligroso en el hecho de que las gentes hablen y de que sus discursos proliferen indefinidamente? ¿En dónde está por tanto el peligro?”. El discurso y las prohibiciones que recaen sobre él -afirma Foucault-, lejos de ser transparente o neutro, es “uno de esos lugares en que se ejercen, de manera privilegiada, algunos de sus más temibles poderes [de la política, de la sexualidad, etc.]”; muestran y revelan la vinculación con el deseo y con el poder, manifestado en: sobre qué se puede hablar, qué no se debe decir, cómo se debe articular un mensaje.
Tenemos, así, por un lado, la condena al acto de revelar archivos, vídeos, documentos, al punto de considerar a Assange y a los partícipes como terroristas que amenazan con la seguridad internacional. Un asalto contra documentos diplomáticos que podrían vulnerar las relaciones bilaterales/multilaterales entre países; que, en el caso de Ecuador, significó la declaración de persona non grata a la ex embajadora Heather Hodges, por un supuesto espionaje a las filas de la policía para vincular al presidente Rafael Correa en casos de corrupción (“el presidente Rafael Correa nombró al comandante general de Policía Jaime Hurtado, sabiendo que era corrupto”).
En conjunto, pensar a «lo diplomático» como del orden de lo secreto y lo hermético; impregnándole una suerte de sacralización que no debe desnudarse por la propia seguridad de la población. Esto es, en última instancia, pensar en la necesidad de trazar límites a las miradas y demandas de democracia de la ciudadanía: hay cosas que es mejor que no se sepan.
Por otro, el leer las acciones de Wikileaks como necesarias para evidenciar el secretismo de los gobiernos, interesados en mantener a la población de distintos países al margen de lo que ocurre. Como dijo Chomsky en una entrevista con Amy Goodman: “debemos entender que una de las razones principales de los secretos gubernamentales es para proteger al gobierno de su propia población”.
En este caso, se señala la necesidad de ruptura de ese orden del discurso, de esa sacralización de lo diplomático que termina por clausurar espacios de participación. Y la acción de Assange irrumpe, en ese sentido, violenta; filtrando y tirando abajo lo que había permanecido envuelto en un caparazón hermético.
Estos son, grosso modo, los dos grandes discursos enfrentados hoy debido a la acción de Wikileaks; y que, sin duda, varía dependiendo del lugar desde donde se hable: los medios de comunicación y su relación con los gobiernos; la academia y la cuestión del financiamiento de proyectos de investigación en armas, etc. Pero que, creo yo, pueden agruparse en estas dos grandes líneas.
Tema que atraviesa al Ecuador con especial énfasis, en vista del asilo solicitado en los últimos días por Assange. Pude haber trazado otras preguntas (por qué lo solicitó; si lo concederá o no el gobierno: si es perseguido político o delincuente común; mencionar que Inglaterra no tiene obligación de conceder el salvoconducto y deliberar en torno a los posibles escenarios probables y poco probables para que lo otorguen), pero me parece que existe otro espacio, otra carga que contiene ese mensaje de ruptura que inauguró Wikileaks; el cual es, precisamente, el que creo que es necesario rescatar. Y colocarlo en nuestro escenario, en nuestras propias condiciones, y hacer que colisione con el orden actual: los debates en torno a la ley de comunicación, las regulaciones en materia de lo que debe o no transmitirse, las intenciones de que los ministros no concedan entrevistas a medios privados, las demandas en procesos poco transparentes a periodistas.
Cómo leer, en definitiva, las actuales acciones del gobierno bajo la óptica del mensaje inaugurado por Assange y Wikileaks.
Arduino Tomasi Adams