Caminando por las calles de mi desgastado Quito, descubro con exagerado horror la nueva moda de las vitrinas: Maniquíes Tetonas. -Y si digo exagerado es porque, vaya, más fue risa que horror-. He deseado desde hace algunos días que un papá Noel veraniego me trajera una cámara de fotos para poder retratar tan singular encuentro con una copa doble D, en el níveo cuerpo de un maniquí. Lastimosamente dentro de mi canasta básica no encuentro ninguna cámara, por lo que debo conformarme con describirles lo que he presenciado hace algunos días.
Voy en el trole. No es hora pico pero como siempre algunitos van de curanderos y cada frenada se convierte en un caluroso abrazo colectivo… a ese entrañable colectivo quiteño que te da pisotones, codazos, empujones e insultos muy justos y acertados, mientras tratas de sobrellevar la cuasi-imposible tarea de bajarte en tu parada. En fin, iba yo, hombro con hombro, cadera con cadera, nalga con nalga, aliento con aliento en una unidad camino al centro, tipo tres de la tarde, distrayéndome con la idea de comprarme ropa barata en las tiendas de la 10 de agosto, cuando de repente, una voluminosa delantera marmórea atrapó mi atención. Fueron segundos de confusión a los que les siguieron otros cuantos de tensión psicológica, tratando de entender las implicaciones sociológicas y culturales de aquellos tetones talla triple D. Ha llegado el fin de los tiempos, me dije. Los cuerpos desproporcionados están gobernando la estética-erótica-inanimada. Hemos materializado nuestras fantasías, no sólo en carne y silicona, sino que ahora lo hacemos en polímeros y fibra de vidrio.
Recuerdo que desde los ochentas reinaba el cuerpo barbie en las maniquíes. Absurdamente flacas, caderas semi-estrechas, senos grandes pero aún aceptables, nalga plana. Punto. Nadie se quejaba, nadie se lastimaba en su pundonor. Las muñequitas de vitrina lucían a la perfección la ropa y máximo nos hacían exclamar: “pero no me queda como al maniquí”. Hoy la historia es otra. La era de los senos gigantescos –o monster boobs, según la categoría XXX- ha llegado para quedarse. En menos de tres días he visto tres tiendas que ya exhiben a estos desproporcionados y altamente estimulantes modelos de mujer. Unos bikinis para exultantes senos infinitos que se abren paso entre las multitudes cabizbajas y que nos hacen soñar en una hiperrealidad muy lúbrica.
Sí, esos senos son definitivamente hiperrealistas. Porque, claro, tetas de ese tamaño existen de sobra, pero no en esos cuerpos esbeltos, sin un gramo de guata ni celulitis y con cinturitas de avispas y caderas de niña. ¿Alguien me puede explicar de dónde salió este insulto a la proporción áurea? O mejor, ¿alguien me puede aclarar cómo es que se sostiene en pie una mujer delgada con tetas enormes?
Bue… lucha perdida. Irónico resulta pensar que días atrás –meses quizás- en una vitrina cercana a mi casa, una maniquí lucía una teta mochada como una forma de remover conciencias en el tema del cáncer de seno. Hoy esa misma vitrina luce una hermosa modelo de fibra de vidrio que parecería caerse hacia adelante por la inevitable sensación del peso de sus pechos….