La zona más verde de la ciudad es casualmente la que más carencias tiene. Los 2800 habitantes del golfo de Guayaquil (estuario interior) no tienen servicios básicos pero igual conservan el manglar.
Vivir entre la carencia y un ecosistema natural riquísimo, ha sido el dilema de los habitantes del estuario interior del Golfo de Guayaquil desde el siglo pasado. Tal como lo contó Demetrio Aguilera Malta en su novela Don Goyo, talar o no talar el manglar de la zona siempre ha sido el dilema. Es fascinante este sitio: hay miles de hectáreas de manglar (10 mil), que descansa sobre el estero de agua brillante, en un entorno de bosque seco que florece dos veces al año. Es un paisaje idílico. Tan verde y natural que a ratos uno olvida que forma parte del cantón Guayaquil, parroquia Ximena y parte de la parroquia Puná.
Sus pobladores se dedican a la captura de cangrejos y ostiones, y la pesca de pequeñas corvinas de esos mariscos que aún saben a mar. Viven de eso. Madrugan en sus pequeñas pangas y recorren el estero en busca de pescados, luego se meten al manglar y con una paciencia fuera de este mundo, buscan cangrejos, uno por uno, enterrándose en el fango por horas.
En lo que se refiere a la salud de los habitantes de la zona, hay un pequeño subcentro de salud en Cerrito de los Morreños donde se brinda atención primaria. María, quien tuvo un bebé el año pasado, me contaba que cuando dio a luz debió planificar su visita a la maternidad del sur de Guayaquil. “Nos fuimos con mi esposo en panga”. No es cosa fácil acceder a atención de salud para estos guayaquileños, porque no olvidemos que son de Guayaquil.
Conversé con Don Pedro también. Pasa los 90 años. Cuando era joven, el golfo no era el paisaje natural de hoy (desde el 2000 fue declarado zona protegida). En sus tiempos, por el contrario, los pobladores se dedicaban a talar manglar para venderlo a los astilleros e incluso a algunos traficantes de tierra. Se dice que las primeras invasiones del sur de Guayaquil fueron levantadas con madera de manglar “sí, a nosotros nos compraban harta madera. Luego ya fue prohibido y no pudimos cortar nada”, me cuenta mientras veo sus ojitos entrecerrados bajo sus párpados llenos de historia, nostalgia y quizás algo de cansancio.
Hoy estos habitantes, que siguen esperando que el agua potable llegue pues deben comprarla a los barcos que por ahí ingresan al puerto de Guayaquil, no solo dejaron de talar el manglar, sino que además se dedican a cuidarlo. El año pasado recibieron de manos del Ministerio de Ambiente la concesión de 10 mil hectáreas de manglar. Es enorme. Más grande que Guayaquil y les permitirá desarrollar ecoturismo y otras actividades que no afecten al manglar y que más bien lo conserven. Es la zona con mayor cobertura de este ecosistema muy frágil, que ha sido depredado entre los 80 y los 90 por las invasiones, el crecimiento urbanístico y las camaroneras. Es re importante saber de la existencia de esta zona, el mayor pulmón de la provincia del Guayas.
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Es increíble recorrer las aguas del estero por donde siglos atrás entraron los piratas a saquear a la ciudad de Guayaquil. Hoy, todavía hay piratas pero con otras motivaciones. Son choros que se roban los motores de los pescadores, y se ocultan en las ramas del manglar. Esta zona se compone de circuitos que parecen laberintos. La policía patrulla la zona, pero hay tantos rincones que para los choros hay grandes oportunidades de ocultarse.
En Cerrito de los Morreños el Ministerio de Energía implementó un plan piloto de dotación de energía eléctrica a través de paneles solares, con lo que las familias de la zona pueden tener una pequeña tele de 14 pulgadas y la refrigeradora conectada. Hay una escuela donde estudian los chicos de la zona. Cuando pasan al colegio, deben mudarse a Posorja o a Guayaquil, no es cosa fácil terminar la secundaria para los chicos del Golfo.
La Prefectura del Guayas, a través de la Dirección de Ambiente también les ha brindado asistencia técnica para la obtención de la concesión, y en otros temas como el manejo y monitoreo pesquero, que mejoraría el control y vigilancia del sector para evitar la depredación de los recursos. Además de charlas de concientización y reforestaciones en el cerro, lo que promueve entre sus habitantes la conciencia ambiental, que en realidad está mucho más desarrollada que en la gente de la ciudad.
¿Y el Municipio? Es una buena pregunta, no tengo la respuesta. Pero si esta gente ha tenido tal nivel de organización para el cuidado de este ecosistema, creo que la Alcaldía debe involucrarse y encontrar la manera de destinar algo de los más de 500 millones de dólares de asignaciones anuales que recibe en este sector.
Así pasan los días en este rincón de Gkillcity, el más verde, el más lindo y también, el más pobre.
Fotos por: Camilo Pareja (@camilopareja)