@arduinotomasia
El 17 de noviembre del 2011, René Ramírez, en calidad de secretario de la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, escribió un tuit que generó varias reacciones: “necesitamos una ciencia no pro-capitalista sino anti-capitalista, pero sobre todo pro-buen vivir!” (sic). Reacciones que se movieron entre la burla (bajo el hashtag #CienciaAnticapitalista: “ningún cuerpo físico puede desplazarse a mayor velocidad que el Señor Presidente de la República”; “la fuerza de gravedad no es lo que hace que una manzana caiga, es el hambre del pueblo lo que la atrae”) y el apoyo; pero, ¿de qué hablaba Ramírez? ¿Fue solo un comentario sin sentido?
Yo me mostré parcialmente de acuerdo con esa sentencia. Digo parcialmente, en tanto encuentro la necesidad de colocar una carga de prueba en la supuesta objetividad y neutralidad de la ciencia en las actuales condiciones, esto es, en la producción de investigaciones y de conocimiento científicos en el andamiaje de relaciones capitalistas de producción.
Varios puntos; entre ellos: no es complejo encontrar casos concretos que sirvan como ejemplo para la elaboración de reflexiones: la creación de bombas atómicas en el período de la Segunda Guerra Mundial, utilizadas en las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki; la carrera armamentista durante la Guerra Fría; la proliferación de armas químicas como el gas nervioso, que aún continúan llevándose a cabo. Casos que llevaron en su momento a Adorno y Horkheimer a formular perspectivas en torno a la dialéctica de la ilustración, y el hecho de que la barbarie y la autodestrucción del siglo pasado hayan encontrado su raíz epistemológica en el juego lingüístico de la ciencia, mostrando así su potencial opresivo.
¿Cómo pensar esos episodios, y –sobretodo- por qué plantearlos para el debate actual? Algunos se muestran a favor de la clausura de esas preguntas, que termina inevitablemente clausurando la posibilidad del autocuestionamiento.
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Veo la necesidad de no descartar una crítica a la razón instrumental, a la razón tecnológica y a la supuesta objetividad y neutralidad de la ciencia. Críticas que formuló muy bien Lyotard con el trazo de la relación existente entre la investigación y el principio de performatividad (tener la máxima producción con el mínimo esfuerzo). ¿No es esa, acaso, la actual medición de éxito de tecnologías? ¿No es ese el parámetro para la producción no sólo de mercancías sino de armas? ¿No es necesario acaso plantearlo hoy, cuando el gasto militar de varios países ocupa un porcentaje importante dentro de los presupuestos nacionales (acá, acá y acá)?
Producción de tecnologías y de investigaciones que, para darse a mediano-largo plazo, necesitan de un fuerte apoyo financiero de algún sector interesado. Relación entre poder y conocimiento que llevó a Lyotard a afirmar, con carácter perentorio: “se establece, pues, una ecuación entre riqueza, eficiencia y verdad”. Ecuación hinchada de actualidad.
¿No es ese un contenido parcial de la sentencia de Ramírez? ¿Por qué clausurar las interrogaciones en torno a la ciencia y la tecnología?
Como estudiante, siempre he pensado que de lo que se trata es de colocar cargas de prueba, de desmontar construcciones, para ver lo que subyace en aquello que nos parece incluso –especialmente- no merecer mayor atención.
Arduino Tomasi Adams