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@josemarialeonc

El fútbol es el deporte más hermoso del planeta y una de las expresiones culturales contemporáneas mejor logradas.

Negarlo es un manifiesto de necedad.

Es, además, no entender que el juego más hermoso del planeta es tal, precisamente, porque es mucho más que apenas un juego: en el fútbol se lidia con las mismas vicisitudes con las que el ser humano se enfrenta en su vida y en él desnuda su carácter en la manera en que vence o es vencido. No se trata de ganar, perder o empatar, que en los procesos de creación, el resultado es solo un accidente causado por el momento en que se decide poner el punto final. La cuestión esencial en el fútbol es cómo se gana, se pierde o se empata; es decir, cómo se juega y “se juega como se vive”, como dijo Jorge Luis Menotti.

Esa frase conlleva un evidente –pero no por eso falso– retruécano: se vive como se juega.

Ayer el Ecuador jugó como viven muchos ecuatorianos: con la sensación de avanzar a empellones, sin un rumbo fijo, pero con la convicción pertinaz de que la sucesión del milagro se repetirá. Lejos han quedado ya (y por eso estos son mejores tiempos y este un mejor país) aquellos días en que este era el país de los imposibles y se va convirtiendo lentamente en un país de pesimistas responsables que, a decir de Samuel Beckett, son los verdaderos optimistas porque reconocen que la situación está mal y que hay que cambiarla y se ponen manos a la obra.

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Es ahí que se erigen figuras que distan del prototipo del héroe convencional, pero que terminan siendo los héroes que se precisan en esos momentos. Figuras como las del Chucho Benítez.

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Benítez lució errático ayer durante buena parte del partido. Venía haciendo, como el resto de la tri, un partido menos que discreto en Buenos Aires, donde Messi dio una clase magistral de eso de vivir como se juega y jugar como se vive de la que se benefició el resto de la albiceleste.

Pasó demasiado tiempo en el suelo, más preocupado del piscinazo, de buscar el partido por el andarivel de la viveza y no por el del talento. Esa fórmula no funcionaba. Sin embargo, insistió en ella reiteradamente. Nada cambiaba en el Olímpico de la capital del país en que los talentosos prefieren a veces la astucia.

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Entonces, el Chucho se ofuscaba. Y la hinchada también.

¡Chucho tu madre! gritó más de uno en el Estadio, frente al televisor, junto a la radio, leyendo los tuits que narraban lo que sucedía en la cancha.

El tiempo pasaba y la desesperación, como una plaga apocalíptica se esparcía por el Ecuador entero. Todo el que estaba por fuera de las líneas de juego vociferaba órdenes, impartía indicaciones, hacía gestos con la mano pidiendo un tiqui-taca más catalán que criollo. Otra vez el Ecuador, ofuscado por el rope-a-dope colombiano, fallaba. Esos yerros llevaban muchas veces la marca de Benítez y de nuevo la tribuna pidiendo el cambio y rezongando ¡Chucho tu madre!

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Las conversaciones del entretiempo eran casi todas iguales. Quien debía entrar, quién debió haber sido convocado y quién no, quién debía sustituir al opaco profesor Rueda en la dirección de la selección consumieron quince minutos de cervezas y cigarrillos de nervios, hasta que el juego se reanudó en un estadio que estaba copado hasta las banderas. No faltó quien comente que Benítez hace goles en todos lados, pero menos en la selección.

En el segundo tiempo, Benítez estuvo más incisivo que en el primero, aunque seguía resbalándose y mortificando a la hinchada con la imprecisión en el toque final, en lo que los entendidos llaman el último cuarto de cancha, mal generalizado del que padeció el equipo capitaneado por Walter Ayoví.

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Sería Walter Ayoví, a quien el arquero Ospina le había sacado un remate imposible al final de la primera parte, quien en el minuto ocho del segundo tiempo (cincuenta y tres del global) lanzase el centro con el que Benítez se redimiría de todos sus errores pasados.

El centro de Ayoví hizo una parábola y cayó como un meteorito apenas pasado el punto penal del área colombiana, lo cabeceó hacia atrás un defensor paisa y Benítez estuvo en el lugar preciso, en el momento justo e, ironías de la vida, se lanzó una vez más pero esta vez no por vocación histriónica, sino por olfato goleador, por talento innato, le puso la frente y el estadio entero –bueno, excepto los ocho mil colombianos que a él llegaron– reventó en un grito de júbilo y confeti, de alivio y orgullo:

¡Chucho tu madre!

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Los colombianos reclamaron un supuesto offside, porque Benítez cabecea solo y muy por detrás del último hombre colombiano. Cualquiera que conoce el reglamento sabe que la regla once es clarísima: cuando un jugador del equipo que defiende es quien retrocede el balón, no hay posición de adelanto

El gol es tan legítimo como las aspiraciones ecuatorianas de volver a un mundial.

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Después del gol, Ecuador volvió a mostrar destellos de su fútbol preciso y veloz que lo llevó a ser apodado el tractorcito amarillo en el Mundial de Alemania y estuvo a punto de aumentar el marcador. Benítez se llenó de confianza y se aplomó, aunque la fortuna no le quiso regalar lo que hubiese sido un golazo, cuando desde detrás de la media luna del área grande remató de zurda, dejó a Ospina parado y la pelota tuvo el capricho de pegar en el vertical derecho del portero.

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El resto del partido, Ecuador siguió jugando como vive: con la mano en el bolsillo, viendo si le alcanzaba, algo nervioso y equivocándose, pero con la mente puesta en cerrar el partido con el uno a cero.

Por su parte, el Chucho se hizo amonestar por no detener una jugada que ya estaba pitada y se ganó una amarilla absurda, que lo dejará fuera del siguiente partido. Así, en ese vaivén entre la desesperación y el alivio, entre el acierto y el error, entre el amor y el odio, terminó Christian Benítez el partido con Colombia, cuando el árbitro lo dio por finalizado cinco minutos después del minuto noventa.

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Ese pitazo largó un grito eufórico de jugadores, cuerpo técnico e hinchada presente y remota; un grito que se sintió más como un suspiro de alivio, como si el Ecuador entero hubiese lanzado un indescifrable y ambiguo:

¡Chucho tu madre!

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Para ver la crónica gráfica del partido, da click.