Una señora camina por el centro comercial, parece un caramelo envuelta en cientos de fundas con compras del mismo color, el dibujo animado de moda la atacó y la envolvió en sus formas. Su mejor amiga recién hizo la fiesta infantil de su hija y todo estuvo espectacular, hasta el papel del baño tenía dibujos de princesas, y eso debe ser superado.
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Recorrió toda la ciudad por meses para conseguir un pastel con la foto de su hijo impresa en tinta comestible, máquinas de algodón azúcar, saltarines y shows de magia. Todo esto es legítimo, no soy madre, pero entiendo esa necesidad de consentir a un hijo y de querer lo mejor para él, y pensé que las fiestas infantiles eran iguales en todos los países, pero conversando con mi amiga Elizabeth Pérez, chilena de nacimiento, me comentó que le sorprende la manera en la que se realiza este festejo en nuestro país. ¿Por qué les hacen competir a los niños en lugar de compartir? – me dijo, y eso dio pie a un análisis profundo que incluía payasos, madres, vestiditos de fiesta y muchos, pero muchos niños desconsolados.
Un cumpleaños debe ser un motivo para reunirse con los allegados, y pasarlo bien, pero en el caso de los niños, la fiesta se vuelve casi una olimpíada (en la que encima las niñas deben competir con vestidos y mallas). Son niños, ¿por qué no se reúnen sólo a jugar y a comer pastel? ¿Por qué hacer concursos en los que uno de ellos gana, y se convierte en la envidia del resto? ¿Por qué decirle al otro “ya, no llores, aprende a perder” si simplemente no debería llorar?
Las fiestas infantiles son un nido de ratas, el semillero y la “muestra gratis” de lo que va a ser el futuro. Ser competitivos desde chicos, y haber sido acostumbrados a recibir recompensas por nuestros actos, se refleja en la necesidad de comparar nuestras vidas con la de otros y en generar envidia incluso dentro del núcleo familiar.
Fiesta infantil que se respeta, hace llorar a por lo menos a 5 niños, mismos que seguramente son los que de grandes “no llevan la fiesta en paz”, los que compran todo el trago porque su tarjeta de crédito es su nueva piñata. Aquí no hay más amiguitos que le quiten los caramelos, ahora se los quita el banco, pero los estados de cuenta son confidenciales y por lo tanto ya no existe el peligro de la humillación pública. De grandes son ellos los que pagan el show orgullosamente, pero no se dan cuenta de que se contratan como su propio payaso, son los que en la vida adulta, dan énfasis a la profesión y se presentan con una extensión de su nombre, de esta manera, son doctores, arquitectos, ingenieros o licenciados. Con el simple nombre, no se puede competir, el nombre nos hace iguales y no masajea el ego. Sin escala para medir méritos, no se ganan premios.
Existe una capacidad única en los niños y es saber dejar de jugar en el preciso momento en que se aburren y enseguida emocionarse con cualquier otra cosa, entonces, ¿para qué organizar competencias? ¿Por qué mejor no dejar que los payasos sigan siendo payasos, y los niños sigan siendo niños? Abran las puertas de sus casas, entreténganlos un rato con algo ingenioso y luego suéltenlos en el jardín, son una mafia, están organizados y sabrán qué hacer; llenen las piñatas con algo efímero, como confeti, lodo y harina; permitan que hagan mierda sus ropas de fiesta, luego mangueréelos y déles pastel. Será la mejor fiesta a la que jamás hayan ido, y es que, al estar tan preocupados en ser los mejores, dejan de ser lo que quieren, no los hagan competir, permitan que se diviertan y su futuro será más humano.
Rose Regalado