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@marocape

El primer paso de la liberación fue el insulto público… en la inocente balada latinoamericana. A finales de los setentas ya se vislumbraban los reflejos de la revolución femenina sobre la cultura popular. Pero la verdadera fuerza resentida se manifestó en los ochentas, cuando un grupo de damas de distintas partes del continente se vistieron de colores, se alborotaron el pelo y le cantaron al objeto de su sufrimiento: el hombre ¿quién mas? Pero ahora, de una forma desinhibida y liberadora. Se atrevieron a insultarlo desde lo más alto del podio. Trepadas en un escenario, admiradas por multitudes, las hembras latinoamericanas que empezaban a tomarse espacios –tomemos en cuenta que en Latinoamérica nos tardamos un poquito más que en el primer mundo- no dudaron en mimetizarse con los nuevos tiempos y volverse -sin saberlo en algunos casos- las abanderadas de la causa feminista. En un principio, claro, con algo de odio…

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Si antes los temas de amor cantados por mujeres apelaban al sufrimiento inactivo, a la paralizada sensación de abandono e inutilidad, estas nuevas señoras del canto popular y la balada rabiosa, eran de armas tomar en sus letras. Si eran la mujer abandonada, pues nada, “¡me sobra orgullo para no rebajarme más!”. Si eran la “otra”, pues con dignidad, altivez y hasta sintiendo una inusual compasión por la esposa, aconsejaban al caballero de doble vida que “jamás dejes de amarla, en su mundo búscala, si su estrella se ha perdido, roba otra y dásela”… Estas mujeres ya no eran el pobre y débil pájaro herido, eran la loba sangrante que buscaba venganza, aunque sea diciéndole al mozalbete: “yo tampoco tengo nada que sentir y eso es peor”. Ellas eran las que podían ser infieles y lo admitían públicamente, por “una noche de copas una noche loca”. Y también podían sentir sin culpa los placeres de la carne, pues “por culpa de un deseo que flotaba, fuimos cuerpo, vida, amor y piel”.

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También, si les daba la gana, mostraban cierta putería provocando con frases como: “vendo una boca rosa, ¿quién me la puede pagar?”. Y también dejaban de lado sus modales de dama y eso de que “una mujer no debe armar escándalos” y se lanzaban con todo el coraje vocal a desenmascararle: “él me mintió, era un juego y nada más, era sólo un juego cruel de su vanidad”. Ahh… cómo olvidar a la furiosa Amanda Miguel y su cabellera salvaje, a la provocadora Ángela Carrasco vendiendo besos y diciéndole a su hombre “mira, no me agobies tanto… en mi agenda hay otros más”. Y qué decir de la dramática Mari Trini que escribió el himno de la amante compasiva que reivindicaba las ojeras y las arrugas de la esposa de su varón y que le daba a la señora la fuerza de un astro y un velero, de una lluvia hecha deseo por caer… Así como la señora Paloma San Basilio no tenía empacho en cantar “cariño mío no sé qué hacer, seguir callada, seguir con él, o ser sincera o serte fiel…”. Porque señores, estas mujeres por primera vez en la historia de la cultura latinoamericana de masas aceptaban que su cuerpo tenía deseo, dejaron de ser la virgen pudorosa y se sexualizaron descarnadamente. Y además, ya no se aferraban al único y primer hombre de sus vidas, más bien le decían al desgraciado “¡no te aferres!” como Isabel Pantoja que de paso acotaba: “soy honesta con él y contigo, a él lo quiero y a ti te he olvidado, si tú quieres seremos amigos, yo te ayudo a olvidar el pasado”… ¡Qué agallas carajo! Y para cerrar: “¡Ya no te amo!…”.

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Pero así como María Conchita Alonso demostraba un cierto masculino arrepentimiento de su noche de copas, diciendo “no te pido perdón, aunque a veces te llore y te jure mil veces que nunca más”, Yuri hacía la oda al one night stand o romance de una noche con su mil veces coreada “pasa ligera la maldita primavera”, pues “para enamorarse basta una hora”. ¡Salud! Pero si Lolita (hija de Lola Flores) le decía “estúpido” airadamente, la que se gana todas los aplausos y la corona a la mejor insultadora es Lupita D’alessio con “Ese hombre”. Vale la pena transcribir el coro: “Es un gran necio/ un estúpido engreído/ egoísta y caprichoso/ un payaso vanidoso/ inconsciente y presumido/ falso enano rencoroso que no tiene corazón/ lleno de celos sin razones ni motivos/ como el viento impetuoso/ pocas veces cariñoso/ inseguro de sí mismo/ soportable como amigo insufrible como amor…” ¿Quedó algún insulto en la cola?

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Confieso que de entre esa retahíla de insultos, mi favorito es “falso enano rencoroso”. Ah… aquellos tiempos, sin duda -aunque no parezca- son decidores a la hora de echar un vistazo a las generaciones que crecimos con esas canciones y que sobre todo, más allá de teorías y academicismos, vivimos la ruptura de los roles tradicionales. Ruptura que claro, nadie nos preguntó si la queríamos vivir pero que nos tocó por herencia. Herencia de esas señoras de voces rabiosas y pelos alborotados que representando a la masa femenina herida –sí, hay mucho de resentimiento en eso- nos dejaron esas perlas liberadoras. ¡Salud!

Rocio Carpio