Es triste, absurdo y en resumidas cuentas inconveniente que la situación del Ecuador se mida únicamente por datos económicos. El termómetro con el que medimos como nos va, se restringe a las noticias televisivas diurnas, los periódicos y todo medio que nos provea con números confusos sobre la oferta, la demanda, la inflación, la deflación, la inversión extranjera y el comercio. Yo, sin embargo, como romántica empedernida que se respeta y con la autoridad que me doy yo misma en este momento, exijo que nuestra situación, sea analizada también por el índice de la felicidad.
La damita y el caballero, que va a dejar de leer este texto porque me encuentra un poco cursi, le agradezco por haberse tomado el tiempo de leer mis anteriores cinco líneas. Pero para el resto, que se queda un rato mas, le invito a escuchar algo importante que debo decir y es que la Felicidad Interna Bruta es más importante que el Producto Interno Bruto.
Yo quería hacer el aporte más hermoso del mundo a la Teoría de Desarrollo pero Amartya Sen se me adelantó. Este filósofo y economista bengalí, ganador del Premio Nobel de Economía en 1998, se replanteó el concepto de desarrollo y promovió un enfoque basado en la necesidad de incorporar la reflexión ética al discurso económico. En su visión no es posible que los referentes económicos que tienen que ver con la riqueza, la productividad, la comercialización prescindan de la sustentación moral. De manera que la felicidad no consiste únicamente en las posesiones materiales, sino en una serie de bienes y fines que dan sentido de plenitud a la vida. Este pensamiento marca una nueva pauta y el Gobierno de Bután ha introducido la “Felicidad Interna Bruta” (FIB) como un concepto para análisis.
Debido a que el Producto Interno Bruto (valor monetario de los bienes y servicios finales producidos por una economía en un período) no es capaz de mostrar las profundas diferencias sociales existentes que tenemos, ni toma en cuenta externalidades negativas como la contaminación ambiental y mucho menos va a mostrar cómo nos sentimos con las condiciones de nuestro entorno, con la FIB podemos analizarnos desde de otras variables menos tradicionales y que muy seguramente reflejan mejor nuestra condición.
Uno de los factores cruciales para reflejar la felicidad es el sentido de identidad que tenemos. El ecuatoriano, por ejemplo, se ha especializado en anhelar ser algo distinto a lo que es: busca apellidos extranjeros entre sus antepasados, procura buscar linaje árabe, judío, italiano o español, y busca una apariencia americana. Se aleja de las costumbres autóctonas, para crear una identidad confusa. Esta identidad hibrida puede ser un obstáculo mucho más dañino para el desarrollo que un sueldo básico bajo. Sentirse cómodos con la cultura de uno, motiva a la auto superación y por lo tanto puede tener un impacto importante en la economía. Como éste, existen otros ejemplos que muestran la importancia de incorporar la reflexión ética al discurso económico. La felicidad está directamente relacionada con la seguridad, la buena gobernanza, la participación ciudadana, la libertad de expresión, el valor a la familia y las habilidades sociales. Es decir que caminar tranquilos por el malecón en la noche, participar en un voluntariado para ayuda social, tener la libertad de protestar en una huelga, reunirse constantemente los domingos a almorzar con los abuelos puede ser mucho más influyentes para que el Ecuador prospere, a que la cantidad de banana que exporta, o que el precio del petróleo.
Si me encuentra inoportuna por hablar de algo tan subjetivo como la felicidad, creo que debo finalizar diciendo que debemos tener cuidado de no relativizarla demasiado. Los niveles de felicidad podrían ayudar a definir las políticas económicas. Y es por esto que es vital promover una economía que vuelva a una raíz más social, que ponga al ser humano y su bienestar por encima de los bienes materiales. Porque no es posible una nación salpicada únicamente de números y cifras estadísticas. Porque es necesaria una invitación formal a que nos pregunten menos cómo estamos, y más cómo nos sentimos.
Andrea Costales