@veropotes

El caso de un pareja de mujeres que planeó una familia y que ahora quieren inscribir a la hija común de ese plan parental ha levantado una serie de comentarios en contra, de los más notables revelan una animosidad digna de mejores causas en este mundo de odios, violencias y constante sufrimiento infligido por humanos mismos.

Para mí, y me atrevo a decir, para cualquier persona con “estilo de vida inmoral” (léase sexualidades no convencionales, glbts y de más siglas y hasta heterosexuales disidentes), nada de lo escuchado/leído es nuevo. Hay sí, insultos trillados (“inmorales”, “corruptos”, a cargo de un representante de una institución que dice amar religiosamente al pecador), nostalgias de un pasado que ni se conoció siquiera (si yo, que tengo 43 años no viví las épocas de caballeros de sombrero de copa, menos lo hizo el autor de ese artículo que es menor que yo) y expresiones de asco y repugnancia (que además de dar a conocer el particular estado anímico del columnista, no aportan nada en concreto al debate).

Decía que nada de esto es nuevo, son expresiones repetidas como martilleo viejo en la tele, en la casa, en la escuela, en la calle. Ad nauseam. No tenían que aparecer en vistazo y el comercio para que el resto nos enteráramos que vivían por aquí. Lo que revela su publicación es la desesperación, las patadas de ahogado, ya sin máscaras, ante lo inceptable: que los glbts decidieran no callarse más, ni ser meros receptores de burlas y vejámenes varios, ni ocultarse, y en cambio, que hayan decidido salir a plena luz del día a besarse, a tomarse de las manos, a decir, sin temor ni vergüenza, «somos, pocos o muchos, pero somos, y aquí nos quedamos porque esta sociedad también es la nuestra, también la hacemos nosotros».

Si los medios de comunicación desean hacer aportes al tema podrían recoger muchas de las “aseveraciones” que sin ninguna restricción se emiten, e investigar y reportar al respecto. Algunos medios de comunicación han ofrecido espacio al tema más allá de la cobertura del caso Satya. Lástima que haya sido eso precisamente, aportes concretos al debate, los que provocaron reacciones virulentas de estos sujetos, toral y macías.

Yo aporto desde mi experiencia propia y no, no soy ideóloga de género. En este tema de las sexualidades, discuto, expongo, comparto y respondo a partir de mis varias experiencias como ciudadana de a pie, abogada, lesbiana practicante, hermana, académica, hija, colaboradora de nacionalidades indígenas, pareja, izquierdosa, nuera, cuñada, amiga, y como seguramente en el caso de todos uds, lectores, la lista sigue y sigue. ¿Cuál de estos sombreros me define? Todos y ninguno, como a uds también. Y es que hablar de sexualidades no es hablar sólo de las experiencias en la cama, pues. Indudablemente, la experiencia de vida da una perspectiva especial, en muchos aspectos.

Peleas como las de las madres de Satya no son meramente peleas léxicas (p/maternidad, matrimonio, familia); no es una cuestión formal, quiero decir. La falta de reconocimiento tiene consecuencias prácticas que quienes no las han vivido ni se han de imaginar que suceden. Tienen que ver con acceso a beneficios como seguros de salud; a poder de decisión en caso de urgencias médicas; a régimen de visitas en esos casos, a extensión de visas y beneficios de residencia para la pareja extranjera. Y así, una serie de situaciones de la vida diaria. Pero hay también una cuestión de fondo: es una pelea contra la discriminación, contra el premio consuelo (matrimonio no, pero vea, aquí tiene “uniones de hecho” o “uniones civiles”), contra el prejuicio denigrante (¿adoptar un niño? ¡cómo se le ocurre!…).

La discriminación no sólo se da en el trato diferenciado en situaciones equivalentes, sino que es producto y efecto de la carga negativa descalificadora. La no sujeción a la norma ideal sexual (heterosexualidad y monogamia) no es sólo tenida como conducta rara sino como intrínsecamente mala, indeseable y atentatoria a la estabilidad social. Y aunque en un debate en serio todos coincidimos en que las afirmaciones requieren alguna forma de demostración para que sean intersubjetivas (es decir, aceptables entre sujetos pensantes), en este “debate” la “inmoralidad” se da, para un bando, por verdad autodemostrada, y para el otro, como atavismo ignorable. Yo discrepo con ambos. A mí sí me importa el reproche moral. No el fundado en la adecuación en las costumbres predominantes, pero sí el fundado en la regla (milliana, por cierto) de “no hacer daño”. Y a mí nadie me ha explicado aquí, a quién mismo le hacemos daño quienes ejercemos la sexualidad en formas diferentes a la norma heterosexual-monogámica, sin abuso o coerción.

Mucha gente alude a una supuesta razón “natural” que justificaría el calificativo de inmoral. Eso es cuestionable también. En parte porque nunca explican dónde mismo está la maldad de lo no natural (considerando que bajo ese esquema restringido, el arte, el lenguaje, la ciencia, son todos artificios humanos) y porque, además, de plano no es cierto que las sexualidades diversas no sean naturales. A propósito, googleen ahí “intersex” “huevodoce” o síndrome de morris, para que vean que la naturaleza ha sido de lo más pródiga en alternatividades sexuales humanas. Eso, amén de las ni sé cuántas especies animales con prácticas homosexuales, bisexuales o transexuales, ejemplo al que no soy muy dada a recurrir porque me parece que bastante tenemos pendiente con las distintas manifestaciones de sexualidad humanas no estudiadas o mal estudiadas por el pudor del cual ni los científicos se han escapado.

Sobre el miedo a la extinción de la especie. La versión religiosa de este miedo es “homosexuales violan el plan divino de la creación”; la no religiosa es “no pueden reproducirse”. A ver, unas aclaraciones: 1) los homosexuales que tenemos nuestros órganos reproductivos intactos y sanos podemos reproducirnos sin problema y algun@s lo hacen con o sin asistencia de la tecnología moderna; 2) sí, leyeron bien: con o SIN asistencia de tecnologías. La incomprensión de la sexualidad, quizás por el pudor exagerado hacia ésta, la epitomiza el individuo aquél en los eeuu que recién propuso meternos a todos tras una cerca electrificada a que nos extingamos. A este caballero hay que darle un punto por original y quitárselos todos por perdido. Entérense, por favor, que los homosexuales no somos todos la versión homo de los heteros pudorosos. Sí, hay muchos y muchas así; pero estamos los que no le hacemos el feo al cuerpo del sexo opuesto. L@s que hemos tenido y l@s que tienen sexo consensual y placentero (dependiendo de la contraparte, la compatibilidad, etc. obviamente) con personas del sexo opuesto. Y no, eso no nos hace bisexuales, o sí. En mi caso particular, yo con todo y esas experiencias, dudo que algún día llegue a tener una relación sexo-sentimental-emocional con un hombre. ¿Instinto de reproducción? Yo no lo tengo, mi pareja, sí. ¿Actuaremos al respecto? Quién sabe. En todo caso, el punto es que homosexual no equivale a voto de no reproducción.

Por otro lado, suponiendo que en efecto los homosexuales no nos reprodujéramos (que no es así, pero bueno, vamos a suponerlo para servir a la idea), ¿por qué la profecía del fin del mundo, a ver? ¿Tan turro está el sexo heterosexual que creen que la gente está esperando sólo al reconocimiento social de las parejas homosexuales para pasarse todos en masa al bando temido de los verdugos de la especie? ¡no ha de serff! (A propósito, chicos, una sugerencia de pana, en vez de alardear tanto de sus destrezas en la cama pongan la lengua a mejor uso. En mi gremio conocemos bastantes señoras disidentes del suyo que llegan con cada queja…)

Ahora, a propósito de JS Mill y el artículo de Xavier en la edición anterior de gkillcity sobre la libertad de expresión. Entiendo perfectamente el punto y la defensa de la libertad de expresión como principio guía. Yo, consistentemente, he sostenido que le tengo especial respeto pese al poco respeto con que la utilizan muchas personas para referirse a otras. Acá en la universidad en un par de ocasiones se ha presentado la disyuntiva de cómo reaccionar ante un expositor indeseable. La última que recuerdo, un cura tipo el criollo toral. Yo en esas épocas era parte del comité de igualdad de mi escuela y en la discusión sostuve que no reclamáramos contra la invitación sino que lo confrontásemos en la audiencia. Varias personas expusieron sus puntos de vista, a favor, en contra. Me llamó la atención una chica, que hablaba bajito y a la que se le notaba la dificultad en expresarse, que dijo que ella trataba con respeto a todo el mundo fuera que coincidieran o no con ella y que esperaba el mismo respeto; que el invitado era conocido por sus expresiones descontroladas y que ella no entendía porqué la comunidad universitaria -que funcionaba en el entendido compartido de que las discusiones se llevan con razones y no con gritos e insultos- daría micrófono a alguien que había demostrado en diversas ocasiones un absoluto desdén por esa norma básica de convivencia. Y no sé si fueron sus palabras exactas pero creo que dijo, yo soy parte de esta universidad y si lo invitan me sentiré estafada. Y yo no dije más.

Ese recuerdo me viene mucho a la cabeza cada vez que me enfrento con estas situaciones. Porque claro es muy fácil para mí, que soy confrontativa y respondona y que no tengo empacho en putear llegado el momento, decir dale, que hable y lo enfrentamos. Pero no todo el mundo es así NI TIENE PORQUÉ SERLO NI TIENE QUE NO IMPORTARLE. Es más, en un ideal a alcanzar, creo que son más valiosas actitudes como la de esta muchacha que bandolerismos como el mío. Ahora bien, con toda la razón que ella tiene sobre todo en cuanto a la actitud en el salón de clases, cierto es que la libertad de expresión es también un valor social y como derecho se pone a prueba no en las buenas sino en las feas. Y ahí es cuando la cosa se dificulta porque enfrentamos las legítimas expectativas de mínimo respeto a la dignidad de cada uno y de mínimo respeto a las libertades individuales.

La postura de Mill ha sido la base de la libertad de expresión en las sociedades liberales modernas y tiene mucho sentido, sobre todo, si se plantea como cuestionamiento a los poderes. La libertad de expresión es un derecho de los individuos contra fuerzas como el estado y la iglesia (favorecidas por figuras penales como el desacato y la blasfemia). Además de protección contra los excesos de poderes institucionales, la libertad de expresión cumpliría el rol, importante para Mill como señala Xavier, de promover la verdad. Según Mill, la libre exposición de las ideas, sobre todo de las disidentes, es imprescindible para llegar a la verdad y por tanto, impone la obligación no sólo al estado sino a la sociedad toda de permitirla sin trabas. Ojo, que aquí estamos hablando de niveles de respeto altos, no sólo mera tolerancia de no agresión o coerción social. Y sí, en principio, creo que todos podemos coincidir con eso. Tan altos son los requerimientos de la libertad de expresión -en tanto instrumental para llegar a la verdad y promover la mayor utilidad social, el progreso del hombre (Mill es utilitarista, no lo olvidemos)- que sólo la restringe el principio del daño. Ofensa no califica como daño para Mill y en ese sentido creo que es acertado decir que él no habría aprobado el discurso ofensivo como excepción a la libertad de expresión.

Pero, PERO, a la luz de la historia, algunas jurisdicciones modernas y liberales han encontrado que la ofensa sí constituye un fundamento legítimo para restringir la libertad de expresión y han instituido la figura de los delitos de odio desmarcados de la “incitación a la violencia”. Varios europeos y Canadá, por ejemplo. En R v. Keegstra, la Corte ratificó que la penalización de la propaganda de odio (no necesariamente vinculada a la incitación a la violencia) es una limitación justificada a la libertad de expresión. Las razones: 1) la memoria histórica sobre los potenciales efectos catastróficos de la promoción del odio, 2) las obligaciones internacionales contenidas en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la Convención para la Eliminación de Toda Forma de Discriminación Racial, la Convención Europea para la Protección de Derechos Humanos y Libertades Fundamentales, y la decisión del Comité de Derechos Humanos de la ONU de archivar un caso contra la misma Canadá iniciado por un hombre sancionado precisamente por difusión de odio contra grupos étnicos. (Taylor and Western Guard Party v. Canadá Comunicación 104-1981); 3) los valores de igualdad y multiculturalismo en la Carta de Derechos y Libertades de Canadá. Más aún, según la Corte, “la penalización de las expresiones de odio es un medio para publicitar valores necesarios para una sociedad libre y democrática, particularmente, la igualdad y el valor y la dignidad de cada ser humano”. Valores nada desdeñables, por cierto. Los abogados que trabajan en el tema saben muy bien que junto con la libertad, la dignidad y la igualdad son pilares del derecho de los derechos humanos. Repetidas una y otra vez, como mantra, en los preámbulos de los distintos convenios, declaraciones y pactos. Y más allá de eso, realidad nada desdeñable (ni ajena a nuestro medio).

El tema del discurso de odio contra GLBTs también ha llegado a las cortes canadienses, sobre todo a partir de sanciones administrativas impuestas por Tribunales de Derechos Humanos establecidas en algunas provincias. Está para decisión de la Corte Suprema el caso de la Comisión de Derechos Humanos de Saskatchewan contra William Whatcott, sancionado por repartir volantes que supuestamente promueven odio contra homosexuales y contravienen el Código de Derechos Humanos de esa provincia.

Ciertamente, no es un tema fácil de tratar. Yo me he pronunciado muchas veces en contra de la criminalización porque en general, desconfío del derecho penal para mediar conflictos sociales. Pero para nada desdeño las razones de fondo de las personas y grupos sujetos a propaganda de odio, peor cuando ésta es activa y sistemática y cuando sí hay razones para pensar que la violencia física esté ligada a ese discurso (Danieles Zamudio y Evelyn Ormeños no son casos aislados en el Ecuador). Mi problema, insisto, es la desconfianza en el derecho penal y el peligro de que en efecto, la criminalización coarte desproporcionadamente la expresión. Yo no espero que el derecho y el Estado me protejan de todo mal (sinceramente, no creo que las personas GLBTs lo esperen tampoco, acostumbrad@s como estamos los “inmorales” a valernos por nuestros propios medios en las situaciones prácticas). El reclamo lo tomo más como un hastío y, no, señor, no acepto -ni tenemos que aceptar- que nos digan que toleremos “el lenguaje que odiamos en nombre de la búsqueda de la verdad y la democracia”. Si en sentencia, Holmes me hubiera dicho eso a mí, le habría contestado: “Su Señoría puede meterse ese sermón político por el culo” y a ver si entonces Holmes se autoaplicaba eso de aguantar el lenguaje que odia. Lo dudo, porque la administración de justicia tiene una figura, el contempt of court, precisamente para escudarse del lenguaje que odia. Y es que, como dice Jeremy Waldron, es bien fácil hablar en esos términos e ignorar al afectado. (Recomiendo altamente a Waldron sobre “hate speech”). En cambio, el juez puede llegar al mismo resultado de no justificar la penalización pero demostrando el respeto y consideración que todos merecemos diciendo algo como: “Señor@s, a nombre de esta sociedad que no termina de entender los daños reales de la homofobia les pido disculpas por la conducta de este mal ciudadano que no sólo no contribuye a la verdad sino que además atenta contra principios elementales de convivencia reconocidos en nuestra Constitución incluidos la dignidad, la igualdad, la libertad sustantiva, la interculturalidad. Lamentablemente, estimamos que el derecho penal y este caso en particular, no son la vía para avanzar estos temas. Esperamos que puedan entender estos motivos pero no están en la obligación moral de hacerlo. Ojalá encontremos juntos vías de entendimiento civilizado.” Así, la cosa cambia, ¿no les parece?

Y bueno, en parte es por esto mismo que estoy en desacuerdo con la etiqueta “fuck you curuchupa”. Esa etiqueta no es un ejercicio de libre expresión, por cierto. Uno se expresa porque tiene tráquea y porque articula letras y palabras. La libertad de expresión se alega contra la censura. Así que si nadie me está mandando a la policía no corresponde gritar libertad. La pregunta es de fondo: ¿qué justifica la etiqueta? A mí, amigos queridos, me sigue pareciendo una agresividad innecesaria. Y mal orientada además. Primero, si el objetivo es el debate, creo que en general esa agresividad de entrada previene más que fomenta la discusión. Algunos comentarios ya les han hecho al respecto, en buena onda pero con firmeza.

Segundo, están cargándole todo el peso a un sólo pato. Pato importante, fundamental en esto, pero no el único. Un ateo puede ser curuchupa-homofóbico. Claro que puede. La revolución cubana era oficialmente atea y más homofóbica no pudo resultar. De hecho, habría sido el paraíso para los torales y macías porque, me atrevo a decir, fue el régimen donde la homofobia se elevó a niveles de política oficial de la forma más brutal y sin vergüenza en Latinoamérica. (Fresa y Chocolate, de Titón Gutiérrez toca el tema aunque no presenta tan crudamente la realidad). Dirán que el ateísmo oficial era un barniz y sí, puede ser. A fin de cuentas. Fidel Castro fue educado por jesuitas y, según dicen, tiene su santero personal. Sin embargo, vale notar también que la política pro-aborto en Cuba ha sido también muy notable. La cosa es más compleja, en todo caso.Yo creo que la homofobia y el curuchupismo en general, trascienden la religión. En los países nórdicos donde al menos en Suecia creo que la religión protestante es oficial aún, los niveles de injerencia del pudor sexual en las políticas y en la vida en general son bajos en comparación a los EEUU, por ejemplo. Por otro lado, en el tercer mundo, los mismos curas católicos que trabajan en áreas pobres con tasas elevadas de natalidad son conocidos por sus posturas bien laxas o abiertamente a favor de los anticonceptivos. En las comunidades amazónicas, no es que tienen obsesión fija por la familia «ideal»  ante la costumbre de la poligamia. El problema es que el pudor respecto al sexo y la religión se han casado a conveniencia.

Tercero, la diversidad sexual es algo a celebrar. La denuncia de los odios, la ignorancia, la injerencia indebida en el Estado Laico, debe ser fuerte, como la hacen/hacemos en gkillcity, cada cual en el tono que mejor le parezca y conciente, espero, de cuánto contribuye al o previene el debate. Pero, en general, la etiqueta parece que uno hace lo que hace, cantarle a la sexualidad, abrir los ojos a realidades no cubiertas en los medios tradicionales, y reclamar por lo que está mal, con el objetivo primordial de espetárselo al curuchupa religioso. Parece obsesión revertida. Yo no comparto eso. No fue mi idea cuando escribí el artículo sobre la vigilia para Evelyn Ormeño con el que me inauguré aquí (¡y que me han censurado, por cierto! jaja, revisen ahí).

Y a propósito, esta larga descarga ¿es queja sobre mi experiencia como lesbiana practicante? En lo turro, sí. Pero tengo la suerte de que la vida me sonríe o que yo tengo una actitud positiva al mundo, o las dos cosas, y realmente, sin arrogancia, digo que mi balance es positivo. He pasado algunas de las cosas que he narrado arriba y las he sabido sortear con ingenio, maña de abogada y el apoyo incondicional de mi hermano (cristiano converso él, por cierto). He pasado cosas bien dolorosas con gente muy cercana a mí y aunque no las hemos podido superar sí las obviamos en lo posible a través de una tregua tácita. He conocido colegas del “gremio” que habría preferido no conocer nunca; gente mala, desleal, egoísta. He vivido cosas hermosas, he tenido mi historia de amor de verano que se extendió y fue eterno lo que duró (gracias, Vinicius, eres grande); he llorado por amor y han llorado por mí. Un pelado risueño y bueno, hijo de una pareja que tuve, me daba regalo y beso el día de las madres y aún, ahora que ya su mamá y yo no estamos más juntas, nos llevamos con mucho cariño. Tanto con mis exes y sus familias mantengo contacto porque los lazos creados fueron hondos y sinceros pero quizás también porque, como leí a un gay decir, lo bueno de no tener matrimonio es que nuestras relaciones no terminan en feos divorcios con enredos legales y abogados de rapiña (puntazo ahí). He conocido mujeres y hombres cuyas historias parecidas o no a la mía, me han enseñado lecciones de humildad y solidaridad. He conocido activistas y sus luchas, l@s he acompañado en algunas de éstas. He conocido familias alternativas, radicalmente alternativas, personas que no están unidas por lazos de pareja ni sanguíneos sino no sé ni cómo explicarlo. Que fueron pareja y ya no lo son o que no lo fueron y están juntas a partir de una mezcla de necesidad y afecto, porque no se tienen más que unas a otras porque sus respectivas familias las echaron de sus vidas o porque ellas voluntariamente decidieron alejarse y cortar el conflicto. Pero que lo que empezó como necesidad se volvió una realidad única. No hablo aquí de amor dulce infinito o la familia Fisher Price posmoderna. No. Hablo de la familia de la vida real; ahí donde pasan las cosas más maravillosas y los afectos a prueba de bala merecidos o no; y donde pasan las cosas más terribles también; merecidas o no. Como en cualquier familia, vaya. Lo fácil ha sido reconocer las diferencias pese a ese instinto arraigado de querer uno imponerse como la norma entre los distintos (al parecer es algo muy humano); lo no tan fácil ha sido, volverme más sensible y menos juzgadora de lo que no entiendo, de lo que no necesariamente comparto. En el balance, esto que no escogí me ha enriquecido mucho porque me ha permitido vivir cosas que de otra manera quizás no habría experimentado. Que he perdido otras experiencias también, me dijeron una vez. Y sí, claro que sí. Pero no entiendo bien cuál es el punto en eso. La historia de la vida de cada persona es una sucesión de experiencias vividas no de las experiencias pasadas por alto, voluntariamente o no. Estoy hablando de lo que cada cual puede hablar de sí, de lo que ha vivido no de lo que no vivió, y que en mi caso ha sido una mezcla de todo, bueno, feo, hermoso, relevante, intrascendente, etc. A partir de esto, opino y aporto en estas discusiones. Y no por esto me creo la dueña del tema, por cierto.

¿Curarme ? Gracias por la oferta, pero yo paso. Si mi vida fuera un desastre derivado de mi “orientación sexual”, si sufriera internamente por eso, si sintiera eso que muchas personas con poco corazón y bastante prepotencia quieren hacer creer a quienes por la razón que sea, natural, cultural, hormonal, epigenética, etc., no cumplimos la norma. Si ese fuera mi caso, digo, quizás me pensaría esa oferta de cura. Pero no lo es, no insista. Y no tomen esto que he dicho como que avalo esas “curas”. Rechazo visceralmente esos centros de tortura a donde llevan gente obligada. Sólo que entiendo que hay lugares/servicios a los que algunas personas acuden voluntariamente y no las torturan (no al menos en el sentido crudo). En todo caso, si mañana la ciencia descubriera que soy producto de un gen defectuoso o de una epidemia o de una experiencia traumática que mi memoria ha borrado (o ponga aquí su teoría favorita), ¿qué haría? Me metería de lleno en el tema, buscaría todas las fuentes posibles para averiguar más. Soy académica; mi hobby es enterarme y escudriñar en los temas. Sin miedo a lo que encuentre. Y si me convenciera lo que encontrare, lo tomaría a face value, como dicen en inglés. Diría, qué bacán, al fin sabemos. Y seguiría mi vida como la tengo ahora, sólo que con una curiosidad menos. Quienes esperan que algún resultado me llevará a renegar de lo que soy se llevarán un chasco enorme. Hay varias cosas pendientes en mi vida, en lo personal y en lo profesional, pero en el campo “love life” estoy plenamente satisfecha. Soy feliz, en una relación monogámica y estable (las épocas de loca ya las pasé), de varios años, voluntaria y comprometida con una mujer maravillosa cuyo recuerdo ahora que estoy temporalmente lejos me hace sonreír y aflorar una que otra agüita por la esquina del ojo. Tenemos planes y sueños. Esta felicidad cursi me descalifica para escribir literatura, dicen los expertos. Y bueno, creo que tienen razón. De esa experiencia también puedo pasar…

Verónica Potes