Cuando los señores respetables y normales hablan (o escriben, como en el caso que nos concierne), y consecuentemente se dejan ver de cuerpo entero en su pequeñez de mente y de espíritu, hacen un bien al mundo porque cada vez son menos los que quieren parecerse a ellos.
Estos señores, por ejemplo, entienden por normal el siguiente comportamiento: ser parte de una iglesia cuyo pilar es el amor al prójimo (al que hay que amar como a uno mismo, según manda su dios) y, simultáneamente, condenar, denigrar y amenazar con el infierno a cualquiera que no viva o piense como ellos suponen que es correcto vivir o pensar. Ser normal de esta manera debe ser lo más parecido a un pederasta que predica, con sermones severos y grandilocuentes, a favor del bienestar de la niñez mundial.
Pero no solo hay que huir de los normales (que está comprobado que son indeseables), la gente respetable también suele ser peligrosísima. Sucede que estos señores, algunos de ellos con títulos académicos y un rosario de cargos públicos en su haber, están convencidos de que cualquier persona que no viva bajo los prejuicios morales, la ignorancia vergonzosa, los complejos/traumas sexuales o la grisura que rige sus propias vidas es simplemente repugnante.
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Parece un cuento de terror pero no me estoy inventando nada, el cura Paulino Toral y el abogado Miguel Macías Carmigniani son las pruebas vivientes de que la normalidad y la respetabilidad se encuentran entre nosotros. Por suerte, yo creo (por optimista o por desinformada, que viene a ser un poco lo mismo) que cada vez son menos los normales y los respetables. Qué alivio.
Al menos esa sensación me dio la indignación que se dejó sentir por todos lados contra la famosa carta de Toral a la revista Vistazo (el 7 de mayo) y la columna que Carmigniani publicó en diario El Comercio el jueves pasado; y es que parece que cada vez somos más los que no estamos dispuestos a tolerar la incitación al odio y a la discriminación, que es lo que hacen estas dos personas.
Por suerte este par y su combo ya pueden ir a dar con sus respetables huesos normales a la cárcel por cometer este delito. Así, los repugnantes, los inmorales, los perversos, los anormales, los criticables, los corruptos, los inaceptables, los desadaptados, los pecadores y un larguísimo etcétera podremos vivir y dejar vivir a los demás, amarnos sin tabúes ni corsés, respetarnos por sobre todas las cosas, aceptarnos como distintos…
La buena noticia –y juro que ahí paro con el optimismo– es que somos más los que no somos ni normales ni respetables.
Ivonne Guzmán