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@arduinotomasia

Hace unos días en una reunión de cartel de la Nueva Escuela Lacaniana, dialogando sobre la figura del Más-Uno y su función de vacío, de incompletud, uno de los integrantes trazó un paralelo con “El maestro ignorante”, un texto de Rancière que se levanta sobre el trabajo del pedagogo francés Joseph Jacotot. Y más allá de platicar sobre las diferencias entre ambas figuras, tal derivación dio lugar a un breve intercambio que me pareció por demás enriquecedor. Al llegar a casa descargué una copia digital del libro y lo revisé con detenimiento.

Jacotot señalaba las contradicciones y paradojas del acto de enseñar, formuladas dentro de su contexto específico: la Revolución Francesa –de la cual fue partícipe- y sus proclamas igualitarias en todas las esferas del cuerpo social. Demandas de igualitarismo que penetraban especialmente en las instituciones educativas, pero bajo la lógica de la época: reducir la brecha entre los ignorantes y el saber; o lo que es lo mismo: el paradigma era lograr que la sociedad embrutecida lograra tener acceso al conocimiento con miras a su devenir culto. Donde el rol del maestro era explicar, conducir, formar los espíritus de jóvenes aún indoctos.

Nos cuenta que el usual acto de enseñar requería de un maestro-explicador; quien, para constituirse como tal, a su vez debía reconocer a alguien incapaz de comprender por sus propios medios. Porque en el momento en el que se afirma la necesidad de que alguien explique, subyace la demostración de que el otro es incapaz de comprender por sí mismo. “Hasta que él [el explicador] llegó, el hombrecito tanteaba a ciegas, adivinaba”. Así, la necesidad de la palabra del maestro inauguraba la división entre sabios e ignorantes, entre maduros e inmaduros, entre capaces e incapaces.

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Es ahí, pues, nos dice el Jacotot de Rancière, donde ha de buscarse la génesis de las contradicciones que devienen eternización de la desigualdad: “quien plantea la igualdad como objetivo a alcanzar a partir de la situación no igualitaria, la aplaza de hecho al infinito”. Porque dicha inauguración que hace el maestro-explicador construye percepciones entre inteligencias superiores e inferiores, cercando al estudiante en el círculo de la impotencia. Para Jacotot, tal es el principio del embrutecimiento: hacerle comprender al otro que no comprenderá a menos que se le explique.

Al contrario, nos dice, un método emancipador tiene como elemento constitutivo la verificación; verificación de una igualdad de inteligencias entre los seres que hablan, en lugar de ubicar al-que-sabe por encima de los otros: y el hacerlo articula una ficción estructurante de una brecha que confirma continuamente la desigualdad en nombre de la igualdad venidera.

Esa fue la lección de Jacotot que recogió Rancière: el embrutecimiento surge de una inteligencia subordinada a otra; por lo que el objetivo es emancipar al estudiante: “se pueden enseñar lo que se ignora si se emancipa al alumno, es decir, si se le obliga a usar su propia inteligencia”. Emancipación que un maestro logra al reconocer la igualdad de las inteligencias con el otro. Como ha de intuirse, no ocurre con cualquier maestro: esto no podrá hacerlo el maestro-explicador que presupone esa brecha, ese distanciamiento, que se explicita en que su palabra sea inauguración de una desigualdad.

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Esto lo hará el maestro ignorante: aquel que no pretende instruir, explicar o conducir, sino hacer que el alumno se valga de su razón y eche a andar sus propias capacidades. Maestro que escuchará atentamente lo que el alumno diga y comprobará que aquel-que-busca lo haga de manera continua y sin relajarse; velando para que permanezca “en su rumbo, ese rumbo en el que cada uno está solo en su búsqueda y en el que no deja de buscar”. Y que estará lejos de la forma socrática de enseñanza, donde el maestro-sabio se vale de una serie de interrogaciones dirigidas que llevan al alumno de la mano hacia el saber del maestro.

La lección de Jacotot, en definitiva, se levanta como una apuesta por la libertad y por la puesta en marcha de las capacidades intelectuales, descartando el anclaje en las fútiles deliberaciones en torno a las sofisticaciones del método pedagógico; el cual opera dentro de la mencionada lógica de volver sabio al ignorante, y que no hace sino asegurar la reproducción de la desigualdad.

Una lección formulada allá por 1818, pero que es quizá más actual que nunca. Actual para nuestras propias condiciones, donde dicho anclaje miope parece amenazar con repetirse y reproducirse, in saecula saeculorum, en las instituciones educativas y en las reformas que se ha venido planteando en los últimos años.

Arduino Tomasi