@minitaduque

En Portugal no existe un registro de minorías. No hay cuotas basadas en el color de la piel para el ingreso a la universidad o para entrar al servicio público. En el censo, nadie te pregunta de qué origen étnico te consideras. En Portugal hay portugueses. Punto.

Pero a la Unión Europea esa lógica no le suena. Dicen que la ausencia de números no es buena, que puede dar lugar a una discriminación velada, que se necesita rastrear a las minorías para conocer sus problemas. Y exigen que Portugal se ponga a contar a sus ciudadanos por el color de su piel.

Y yo me pregunto, ¿qué es mejor? ¿Ser todos iguales y confiar en que los unos no discriminan a los otros? ¿O es más lógico etiquetar a las personas para asegurarnos de que la proporción de luso-goeses en las escuelas se equipare con la de lusos-europeos y la de lusos-afrodescendientes?

No voy a decir que la xenofobia y el racismo no existen en Portugal. Lo que puedo asegurar es que son mínimas, aisladas y hasta ahora no he escuchado sobre hechos violentos asociados al racismo o al odio al extranjero.

Los portugueses son un pueblo tolerante con el otro, porque se reconocen como inmigrantes y mestizos. Cuando llegué a Portugal, hace más de dos años, aún no caía sobre las cabezas el peso de la crisis económica y nadie pensaba en emigrar. Pero todos me hablaban del tío, el primo o el cuñado en Brasil –confundidos por mi acento medio-, para ser simpáticos. Ahora, los portugueses se están yendo, como tantas otras veces, a Brasil, a Angola, a Mozambique, a Suiza… a donde haya trabajo.

En dos años en Portugal, la única vez que escuché un comentario dirigido contra una población en particular fue de un vendedor de manteles, que les advertía a mis amigos brasileños que estaban haciendo turismo en Lisboa, que cuidaran la billetera cuando estuvieran en el barrio de Alfama, “porque una banda de rumanos anda asaltando turistas”.

Al oír aquello, me acordé de que fue un portugués, José Manoel Durao Barroso, el lisboeta presidente de la Comisión Europea, quien defendió a los rumanos gitanos que fueron deportados de Francia –en un absurdo que atentó contra el alma de la Unión Europea- por el ex presidente Nicolás Sarkozy.

Los portugueses también son mestizos orgullosos, y no hablo solo del color de la piel. En la calle, aquel hombre que parece salido de un filme de Bollywood, con toda la pinta de tener el papel de abuelo de la protagonista, seguro que es el hijo de la sexta generación de goeses que llegaron a la metrópoli desde la colonia, y aquí se quedaron. O Rita, una de las cajeras del supermercado que encuentro a menudo , una muchacha negra cuyos padres llegaron a Portugal desde Angola  mucho antes de ella nacer, para enamorarse en Lisboa y formar aquí su familia. Ella es mucho más portuguesa que muchos de los ‘retornados’, gente de familia portuguesa que vivió por generaciones en las colonias africanas y fue obligada a abandonar la tierra donde nacieron para viajar a Europa al final de la guerra colonial. Africanos blancos que aún están procesando el haber sido arrancados de sus casas y sus cosas para llegar a un país que los llamó ‘retornados’, cuando ellos no estaban retornando: llegaban por primera vez.

 

Sabrina Duque