Mi primera impresión sobre la religiosidad de Portugal tuvo que ver con la visita a Portugal del papa Benedicto XVI, hace ya dos años. Llegó a Lisboa el día de la llegada de mi mudanza, así que supe del caos y las concentraciones humanas enormes por la televisión y los comentarios de los conocidos. Me impresionó la cantidad de gente acumulada para verlo, más que en la celebración del campeonato del Benfica, unos días antes. Me impresionaron los fans (es la palabra justa para describirlos) acampando frente a la Curia, con la esperanza de que en algún momento asomase por la ventana para saludarlos. Me impresionó el contraste, varios meses después, con la sociedad civil española, que cuestionó cuánto le costaba al Estado una visita del Papa. Acá a nadie se le ocurrió la pregunta.
La segunda impresión, le agregó matices a esa primera: fueron las miradas irónicas, las risas disimuladas, los ojos revirados que surgían cada vez que alguien hablaba de la Virgen de Fátima en alguna ocasión social. Algo había por ahí. Hasta que Ana Lúcia lo dijo con todas sus letras durante un almuerzo: “Fátima es una farsa heredada de los tiempos de Salazar”. Un par de rostros horrorizados se dejaron ver, pero el resto de las comensales aportó a la charla con anécdotas, cosas que escucharon de alguien más y hasta interpretaciones de las alianzas del dictador con la jerarquía católica, para legitimar aquellos años de opresión y de conservadurismo exagerado.
Yo estaba fascinada: ¿por qué no se dice nada? ¿para mantener el turismo al santuario? Fue después de ese almuerzo que empecé a investigar sobre el asunto y me encontré con el padre Mário de Oliveira. En realidad es una lástima: no lo he visto en persona, pero sí compré su libro, ‘Fátima nunca más’.
El título explica, desde la perspectiva de un sacerdote católico, por qué algo como Fátima no debe repetirse. El padre Mário se niega a promover el miedo de la gente, le disgusta el fenómeno de las multitudes caminando, le da la sensación de que no es una manifestación de fe, sino de paganismo. Él recuerda que el gran mensaje del cristianismo es “no tengan miedo” y que en Fátima, el miedo es el motor.
El sacerdote no se estaciona en la teología, sino que escarba en la historia de Portugal. La caída de la monarquía, la primera república y la dictadura de Salazar son los escenarios que se deben conocer para entender la historia del 13 de mayo, cuando, dice la canción, bajó de los cielos la virgen María.
¿Qué tienen que ver los Reyes de Portugal con Fátima? Bastante. Cuando los republicanos pusieron fin a ocho siglos de unión entre la corona y la iglesia Católica, el clero perdió privilegios. La iglesia fue separada del estado y, en venganza, empezó a predicar en las aldeas contra la república y los ‘ateos’ revolucionarios. Sus textos estaban en el Libro Misión Abreviada.
Luego, el padre de Oliveira nos cuenta sobre las dos Fátimas. Desde 1917 hasta 1930 los testimonios eran unos: Fátima I. Después de que en 1930 la iglesia reconoció las apariciones, el guión cambió. Y en 1935 comienza a conocerse Fátima II, basada exclusivamente en el testimonio de la hermana Lúcia, la única vidente que quedaba viva. Jacinta y Francisco habían muerto hacía bastante. Fátima I no dice nada especial. En Fátima II, Lúcia hace revelaciones espectaculares. Por cierto, Lúcia era monja y tenía voto de obediencia a su confesor y al Obispo. Ella, que casi no sabía leer ni escribir, “escribió” unas memorias muy poéticas, donde lo que se dijo en 1917 casi no aparece. Asoma, sí, la historia de un Ángel de Portugal que había preparado a los niños para la aparición. (En la primera versión no se mencionan ángeles) Y aquello de combatir a Rusia y acabar con el comunismo… ¡no era un tema en la época de las apariciones! Pero en 1935 tenía el mayor de los sentidos.
El santuario es otro tema. No puedo negar que hay algo especial ahí: pero es imposible que no lo haya, son cientos de personas que llegan desde varias partes del planeta en busca de consuelo y de milagros. Los sentimientos y las lágrimas de quienes llegan parecen flotar en el aire. Esa explanada no tiene que ver nada con el pacífico lugar donde tres primitos arreaban sus ovejas en un día de clima complicado. Y las calles que están al lado son un centro comercial especializado en ‘souvenirs’ de estampitas, rosarios e imágenes fosforescentes de la efigie de Fátima.