Mesas vacías en restaurantes que antes estaban llenos. Una huelga tras otra. Trabajadores públicos que ven su salario quedarse en los huesos. Feriados que van a desaparecer. Quince mil portugueses que se fueron el año pasado y no regresaron. Portugal está en crisis, pero en las páginas editoriales de los diarios hay un tema que parece más importante que el despiste del Gobierno y la pérdida de la calidad de vida: la ortografía.
Quiero aclarar, eso sí, que los periodistas están haciendo su trabajo. Las historias de la crisis ocupan varias páginas, gracias a las cuales me entero de las torpezas de una administración que parece no entender cómo enfrentar al dragón, de la oposición inconforme que no puede protestar porque fue su dura nte su mandato (el del ex primer ministro Sócrates) que se maniató a Portugal con las medidas que ahora se aplican y de las personas que ajustan sus presupuestos, se desesperan, postergan sus planes, buscan al tío que está en Minas Gerais para emigrar a Brasil, hacen planes para mudarse a Angola. Historias. Gente. Rostros para entender las cifras.
Cuando llego a las páginas editoriales, que están al final del diario, me parece que cruzo un portal mágico. Porque ahí importa más la desaparición de la ‘c’ en ‘facto’ que el desplome del turismo interno o los malabares del presupuesto que la gente está haciendo. Día sí, día no, artículos y más artículos de opinión debaten sobre el Acuerdo Ortográfico de la Lengua Portuguesa. Hay diarios que aún no se adhieren a su aplicación y al final de alguna columna de opinión se aclara que el artículo fue escrito “de acuerdo a las normas del acuerdo a pedido del autor”. Los periódicos que ya lo aplican, en cambio, escriben al final de determinadas columnas que el artículo fue escrito “sin aplicar las normas del acuerdo ortográfico, a pedido del autor”.
Y es aquí donde no entiendo lo que pasa con los intelectuales de este país. No es tiempo de hacer berrinche. Si no estaban conformes con el acuerdo ortográfico debieron protestar a tiempo, hace más de veinte años. El acuerdo fue firmado –por todos los países de lengua portuguesa- en 1990. Y el escándalo se armó ahora porque allá, a inicios de los años noventa, pusieron una cláusula que decía que su aplicación comenzaría cuando tres de los firmantes lo hubieran aprobado y empezado a aplicar. Y pasó bastante tiempo.
Brasil, por ejemplo, comenzó a aplicarlo en 2009 y este año termina el proceso. Cabo Verde va por el mismo camino. Portugal debería terminar la transición en 2014.
Pero en el Centro Cultural de Belén, el director prohibió que se siguieran las reglas. El Secretario de Estado de Cultura, Francisco Viegas, no criticó la rebeldía y habló de ajustes que deberían ser hechos al acuerdo (22 años después). Y en las páginas editoriales, ¡fiesta!
No comparto el espíritu del acuerdo, que es unificar la escritura en todos los países de lengua portuguesa. En español, a ningún ecuatoriano le duelen los ojos al leer ‘setiempre’ sin p en los libros de los escritores peruanos. A ningún colombiano le da agruras leer una novela argentina donde alguien ruega ‘venite’ y no ‘ven’ o ‘vente’. Pero tampoco estoy de acuerdo con no honrar los contratos. Si lo firmaste, asúmelo.
Y ahí voy yo y pienso mal. ¿Por qué tanta alharaca? Y se me ocurre que a la industria editorial lusa no le conviene un portugués universal. Primero, por miedo a que venga el oso brasilero y se los coma de dos bocados: ¿textos escolares –con la misma gramática- a mejor precio? ¿casas editoriales con mayor poder de negociación? Y ni hablar de la industria de las traducciones portugués/portugués, que a mí me espantó apenas supe de ella. En Portugal, señores, se traducen al ‘portugués’ los libros que vienen de Brasil. Y así, una ‘menina’ en un cuento brasileño pasa a ser una ‘rapariga’ en la versión publicada en Portugal. Aunque para un brasileño ‘rapariga’ signifique prostituta (en especial en el nordeste). La práctica es tan amplia que alguna vez encontré un libro de un autor brasileño -publicado por una editorial portuguesa- que venía con una explicación: no lo traducimos porque… Al otro lado del océano es la misma cosa. José Saramago peleó para que no se tradujeran sus libros al ‘brasileño’. Él ganó. Pero, claro, era Saramago.