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@arduinotomasia

He sido más feliz y no me había dado cuenta. Todos hemos sido más felices y algunos no nos habíamos percatado de aquello. Despiste, quizá. O quizá sólo se trató de malos hábitos de investigación: de haber revisado el informe “Felicidad, desigualdad y pobreza en la Revolución Ciudadana, 2006-2009”, seguramente hubiésemos estado todos más alegres en el último feriado. Y por las mañanas camino al trabajo, mi vecina me hubiese -sin duda- saludado en lugar de mirarme con esa cara de orto que pone cuando me la encuentro en la panadería.

El informe fue elaborado por René Ramírez cuando fue funcionario público de la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo. Hojeé el documento brevemente por agosto del año pasado, pero de alguna manera volví a dar con él hace algunas semanas. Y esta vez me senté y pasé por esas 61 páginas saturadas de datos, tablas, cuadros estadísticos, porcentajes. Un trabajo extenuante para el lector, pero que al final permite evidenciar algo muy sencillo: somos más felices desde que inició el proyecto de la Revolución Ciudadana.

Por supuesto, esa afirmación también merece su desglose: aunque ahora somos más felices, no todos lo somos en la misma proporción.

Porcentaje de crecimiento de la felicidad de la población, 2006-2009

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Tomado de: Ramírez, R. Felicidad, desigualdad y pobreza en la Revolución Ciudadana, 2006-2009. Documento de trabajo N°3. Senplades. p.30.

Así, con base en los datos levantados, el estudio nos permite darnos cuenta de que en Carchi, Esmeraldas y Pichincha hay gente más feliz que en Bolívar, Cañar y Cotopaxi. Respecto al crecimiento de la felicidad: en Guayas la población es un 88% más feliz. Un porcentaje de crecimiento alto, pero no tan alto como el de la Amazonía o Loja, con cifras de 102% y 118% respectivamente. Aunque tampoco tan bajo como el de Cañar, que tuvo un 63%.

Y me volví a preguntar qué hacer con estos datos. Qué traducen para la vida diaria, para la cotidianeidad contingente. Cómo interpretarlos; qué lectura darles. ¿Me permite preguntar(me), por ejemplo, por qué en El Matal, Manabí, la población no ha tenido un incremento de la felicidad como el de –digamos- Chunchi, Chimborazo? Después de todo, los datos empíricos indican que Manabí creció sólo un 65%, en contraste con Chimborazo, que tuvo el segundo más alto repunte de todas las provincias con un 131% de personas que ahora “se sienten «muy felices» con su vida” (sic).

Menciono esos dos casos a propósito. A propósito del viaje que hicimos a El Matal para el estreno de Pescador, y a propósito de la crónica de Marcela Noriega: “Chunchi, el pueblo de los niños suicidas”. ¿Habría que ir mostrarle a la gente con la que chupamos en Manabí que no son tan felices en comparación con otros lugares? ¿Habría que ir a mostrarles esos datos a los niños de Chunchi, enseñándoles ese 131% de crecimiento, el segundo más alto de entre todas las provincias? ¿Qué hacer con esos paquetes de datos, con esas líneas de tendencia fundamentadas en la particular mirada metodológica de los trabajos realizados por Van Praag & Ferrer-i-Carbonell?

Porque ese cuaderno de trabajo no se trata tan sólo de una crítica al enfoque liberal-utilitario. Eso está muy claro: se trata de una investigación cubierta con el velo académico, con el velo de la rigurosidad científica, pero que sirve para avalar a un proyecto político. Es por eso que Ramírez escribe, luego de un bombardeo de cifras y de balbuceos filosóficos (que van desde un rescate de la filosofía ética aristotélica hasta la consideración de la cosmovisión de las comunidades indígenas), que “[c]omo se ha podido evidenciar, los niveles de felicidad en Ecuador han crecido de una manera importante en el período de gobierno de la Revolución Ciudadana”.

Y yo me quedo mirando las páginas del estudio con preocupación. Y con algo de ira. Ira por el tipo de trabajos que hace la institución encargada de la planificación del desarrollo nacional.

Pero quién sabe, quizá sea yo un dato aberrante y todos en el país estén en realidad más felices gracias a la Revolución Ciudadana. Quizá en Pichincha todos estén un 86% más felices; en Chimborazo, un 131%; en Manabí, un 65%. Quién sabe y quizá yo merezca que mi vecina me mire con su cara de orto por las mañanas en mi camino al trabajo, a pesar de encontrarse ella un 88% más feliz gracias a la Revolución.

Arduino Tomasi