@HembraDragon

Fragmento de un diario femenino de viajes por los hombres

Dos

Te doy la razón en eso de que lo que diferencia a los turistas de los viajeros es que los viajeros quieren evitar cualquier incomodidad: viajan de noche, con almohadas, antifaces, tapones para los oídos , cinco libros en tres maletas… siempre demasiado. El viajero va al punto, el turista recorre. Yo viajo de día, hago anotaciones, registro con la cámara, a veces dibujo. Resumiendo: para mí, viajar es un oficio, y cuando lo de uno es el movimiento constante, ya al poco tiempo se sabe cómo desplazarse con lo indispensable y estar alerta al proceso. No he entendido jamás a los que duermen en los viajes. El viaje es también el viaje. ¿Entiendes lo que te digo? El viaje son las siete horas en bus, las quince de avión, la espera en los terminales, los bebes lloricosos, las puertas sin seguro de los baños y el miedo a no llegar. La ciudad a la que vas no empieza desde que arribas, empieza siempre doce horas antes. ¿Qué crees? ¿Estás de acuerdo conmigo?

 

Al amanecer, en la estación estaba un hombre dorado, otro turista pero uno del primer mundo, de esos que pueden, ponen un dedo en el globo y de dicen: “Aquí voy a ir” y va. Pero estaba perdido. Me apenó, ya salía yo de viaje y lo vi pedir instrucciones por la ventanilla, no pude ayudarlo porque no hablaba su idioma, parecía francés, no nos hubiéramos entendido, pero es una pena dejar a la especie sola, desamparada en un mundo de malos viajeros ¿Llegaría? Siempre hay un desconocido que te ayuda, eso es algo que yo he aprendido.

Es de otro hombre de quien quería hablarte, reparé en él porque tampoco descansaba. No apartaba la vista por las ventanillas del autobús como si fuera la primera vez que viera las hojas, el agua, las montañas y bueno, también tenía un bigote y una nariz que resultaban particulares y completamente anacrónicas. No era de aquí, creo que venía de lejos. ¿Te acuerdas que me decías que a mí siempre me llamaron la atención los marcianos? Este salió de algún planeta, pensé mientras el mastodonte en el que viajábamos daba vueltas y vueltas ascendiendo al cielo. Por fortuna en los viajes largos siempre hay gente rara en la cual descansar la vista e inventar cosas para no ahogarte de aburrimiento. Cuando saqué la libreta del portaequipajes para anotar esto que te digo, ya me estaba mirando. “Es cierto que los marcianos son verdes, al menos sus ojos lo son” escribí; y entonces sin pena y con puro interés antropológico clavé la vista en su cabello sujetado en una coleta, en su maltratado sacón de tono oliva, en los zapatos enlodados del barro de otros mundos e hice apuntes y dibujos en el moleskine, hasta que me dijo gritando de una fila de asientos a otra: “Si vas a seguirme mirando entonces mejor ven más de cerca” Bueno, y ya sabes cuál es mi filosofía con respecto al llamado de la aventura. Fui.

Tú me dijiste una vez que en el mundo habían dos tipos de personas: las que hacen que las cosas sucedan y las que esperan que las cosas les pasen. Casi todos los seres humanos de esta planeta están esperando lo segundo y mientras conjugan una vida en voz pasiva; esperando que los saquen a bailar, que los distingan, que los seleccionen. Yo no, ¿qué quieres que te diga? Puede que se trate de un asunto de profesión o de temperamento, pero creo fielmente en esa frase que se deseaban los griegos antes de lanzarse al mar: “Que tu viaje tenga aventuras dignas de ser contadas”, y las aventuras no pasan si no las convocas. Y así, terminamos el marciano y yo sentados en la última fila del autobús que se iba para el cielo, intercambiando impresiones sobre la realidad y la biología de los cuerpos. Puede constatar, como aplicada antropóloga que soy, que los marcianos y los hombres pueden estar constituidos anatómicamente de manera similar y realizar funciones que se creían atribuidas únicamente a la raza humana, que su cuerpo secretaba sustancias y exudada una vida que por alienígena no dejaba de ser menos intensa que la terrestre. Cuando terminamos de investigar nuestras diferencias y nos dimos por satisfechos, supimos que reinaría la paz en el universo, al menos por esa noche. Me dijo, mientras volvía a recoger su cabello enmarañado, que se llamaba Alonso. “Me pareció extraño que tú también hicieras apuntes como yo”, me dijo mostrándome una libreta con códigos y dígitos indescifrables. Le señalé el último que había anotado. “¿Qué dice aquí?” Pregunté. La última imagen registrada antes de hablar contigo, contestó con una seriedad de otro mundo “Una mujer de ojos bonitos me está mirando”. Lancé una carcajada. “Hay un Alonso famoso que recorría los caminos pero estaba un poco loco, Alonso Quijano”. “Para recorrer el mundo, como toca a veces, hay que ser un completo lunático. Ahora estoy volviendo a casa” dijo señalando hacia la ciudad, a mí me pareció que señalaba hacia el cielo. “Si te quedas un poco más podríamos hacer un recorrido juntos”. No lo creo, pensé, pero tanto a los hombres como los marcianos hay que dejarles la ilusión de que han podido decidir su destino ¿De qué podrían seguir hablando seres de razas distintas una vez satisfecha la curiosidad? Lo mío no era el turismo intergaláctico.

Lo cierto es que terminó lloviendo esa garúa helada que empieza a caer a medida que uno se acerca a lo alto de las nubes y como la ventana del lugar donde habíamos realizados el experimento, no cerraba, debimos volver a nuestros asientos separados, otra vez. Atardecía y la mayor parte de los pasajeros continuaba durmiendo. Así entramos a la ciudad que parecía incendiada por el fuego del fin del mundo, una ciudad dividida entre la noche y la mañana, dorada por luces eléctricas y por los últimos rayos de un sol que se moría.

Entonces llegó el final. Ya sabes cómo son estas cosas, lo puso por escrito Raúl Pérez Torres, pero creo que lo quiso transcribir justamente para que doliera menos: “La historia de amor es el inicio, el resto es el final”. En la estación estaba ya esperándonos una marciana, se la reconocía fácil por los ojos verdosos, que en este caso, estaban congestionados. Apenas bajamos se lanzó al cuello de su pareja marciana dando grititos de alegría. Fue un escandaloso reencuentro ¿Cómo serían los bebes marcianos que tendrían juntos? ¿Sería cierto que entre sus planes estaba conquistar nuestro mundo como vaticinó a principios de siglo H.G. Wells? Fácil les sería… tanta gente está dormida. Y viéndolos irse es que te llamo desde la estación, solo para contarte eso. Jamás nos devolvimos las libretas de apuntes que intercambiamos. Él se lleva mis impresiones en clave de tres ciudades, yo me llevo su letra indescifrable donde se cuentan quien sabe qué sucesos. Él, mientras los abrazos de ella se lo permitieron, hizo lo posible por girar la cabeza en todas las direcciones intentando buscarme ¿o está desesperado por tomar aire? Tú que me entiendes bien, sabes que dar con un hombre particularísimo de entre todos los hombres, es difícil y es más difícil todavía es dejarlo irse. Pero la ruta continúa, hoy será recorrer la ciudad que está entre las montañas, mañana Saturno, tras pasado bajo tierra. Te llamo luego para contarte. Que sea buena tu noche y apunta por favor que los marcianos y los hombres son, tanto en lo bueno como lo malo, básicamente iguales.

 

Solange Rodríguez