Inicio esta sección dedicada a cómo nuestras taras idiomáticas crean nuestras taras, desmenuzando una que es, de las muchas expresiones desafortunadas de la tierrita, una de las que más odio.
Llevar la fiesta en paz. Si lo piensan, tienen un espíritu, como lo diría yo, acojudado, servil, cómplice, peguepatronezco, colonial, mediocre, entre varias otras definiciones que estoy segura que aquí debajito, en los comentarios, ustedes irán poniendo.
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El análisis superficial (no sé hacer otro) de la primera expresión pop llevar la fiesta en paz nos remite a que alguien nos está jodiendo de alguna manera y tenemos que dejarlo hacer para no alborotar el avispero (si es que estamos sembraditos de estas frases aborregadas).
Por llevar la fiesta en paz en los restaurantes, por ejemplo, nos tragamos platos inmundos, mal hechos, mal condimentados, fríos, crudos, pasados, equivocados, con pelos y un etcétera tan largo como indignante.
Por llevar la (fucking) fiesta en paz no decimos (con educación, tampoco hay que ser salvaje a la primera):
–Disculpe, esto no fue lo que yo pedí.
Y si lo queremos hacer… Los amigos que sí llevan la fiesta en paz nos cogerán la mano como pidiéndonos piedad por un hijo al que estamos a punto de abalear. Nos dirán no por favor, yo te lo pago, no hagas problema.
No hagas problema.
Predico con el ejemplo: en mi penúltima visita a la patria chica fui a Sport Planet, lugar en el que juré no volver a comer, aunque sí a beber en el happy hour. Pero vamos al punto: el sánduche que pedí, de carne, estaba compuesto por grandes y chiclosos pedazos de pellejo y/o de piltrafa completamente imposibles de masticar, menos de tragar. Fue como si hubieran ido a una tercena de barrio y:
–Deme lo peor que tenga.
–Ya se lo di a los perros.
-¿Y no le queda nada de nada?
–Bueno, hay esto que los perros no comieron.
-¡Vendido!
Hice una seña para que se acercara el chico que nos atendía para -muy amablemente les juro- decirle lo que sin amabilidad hubiera sido:
-Trata de mascar esta mierda pues a ver si puedes.
Mi amiga, desencajada, fuera de sí, me rogó que no dijera nada, que no reclamara, que por dios. Cuando vino el chico pidió la cuenta y pagó por lo de ella y por mi sánduche de despojos.
Así nos movemos con todo. ¿Qué van a pensar si reclamo? ¿Me escucharán los de las otras mesas? ¿Me verá fulanita? ¿Dirá que soy fregada?
Coño.
Aquí la pregunta es: ¿qué van a pensar si no reclamo? ¿Que su comida y su servicio son magníficos? o, lo que me temo, que los clientes ecuatorianos somos imbéciles y pagamos por cualquier bazofia por llevar la fiesta en paz.
Yo le hago la guerra a esa expresión. No quiero, no voy a llevar la fiesta en paz si considero que la fiesta se la están dando otros jodiéndome a mí la vida.
Llámenme bochinchera: soy fan número uno del sano arte social de reclamar. Creo, supongo que creemos todos, que la única manera de mejorar es que nos digan qué está mal.
-¿Estaba todo de su agrado? -a veces (pocas) pregunta algún joven camarero con voz aflautada.
–Sí, perfecto -suelen responder nuestras gentes aunque el pedido estuviera alrevesado, aunque la carne estuviera dura como miembro en peli porno, aunque el arroz tuviera un tufo a ahumado que ni el salmón.
No lo entiendo, ¿alguien lo entiende? Por qué no decimos lo que en verdad pensamos en lugar de decir, ya afuera, ya a solas: a este lugar no hay que volver.
Número uno. Le estamos jodiendo el proyecto empresarial a alguien al no decirle cuáles son sus puntos débiles.
Número dos. ¿Por qué le tememos tanto a la crítica? ¿Acaso si fuéramos dueños de un negocio no nos gustaría que nos dijeran ve, pelada, mejora esto y lo de más acá?
Y en relación a nuestros mandatarios (a fin de cuentas gente a la que nosotros le pagamos por un servicio) tres cuartos de lo mismo. No te quejes ciudadano, ciudadana, lleva la fiesta en paz, trágate el inmundo sánduche que te doy y agradece (si es posible agachada, más, otro poco, un poquito más, ahí).
-¿Es mi gobierno de tu agrado?
-Sí, perfecto.
Ahora proyectemos, si tenemos el valor, esta tara de silenciar los fallos a la vida personal. Ay carajo, cuántos disgustos nos ahorraríamos por una crítica a tiempo, por un decir oye esto no me parece, pero no: a callar, a tragar, a ponerse en cuatro, a asentir, a sonreír, a tomar un antiácido diario y seguir con la vida. Todo por…
Díganlo conmigo:
Llevar la fiesta en paz.
Basta ya, boicoteemos esa expresión que nos hunde.
Creo que podría ser un enorme pequeño paso para conseguir lo que todos queremos: que no nos sigan dando puro pellejo cuando estamos pagando por lomo fino.
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María Fernanda Ampuero