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Este feriado de semana santa me quedé básicamente encerrado en mi casa, con los efectos diferidos de #unafanescapordia intoxicando mis primeros días de vacaciones. A pesar de ello, tenía claro mi compromiso con los panas de @gkillcitycom y, por ende, la necesidad de visitar alguna hueca pepa hasta antes del domingo.

A esta altura del partido no quería saber ya nada de fanescas -o viches reforzados, como el que prepara mi abuela para esta época en un acto de resistencia manabita- ni mariscos en general; en pleno sábado de gloria, lo que mi paladar ansiaba era un buen pedazo de carne de res o cerdo cocida a la parrilla. Fue así que, acompañado de dos comensales más, me dirigí al sur, a una hueca que no había visitado en mucho tiempo y de la que tenía excelentes recuerdos.

El Restaurante Chelín –así “recordé” que se llamaba al ver el letrero- queda en lo que algún momento fue sólo una casa, en todo Cañar entre Seis de marzo y Lorenzo de Garaycoa. El sitio puede reconocerse por la extensa reja que cubre el otrora patio frontal, por razones de seguridad para la clientela, según nos relataron.

Al sentarme pedí la carta, pero de antemano sabía a que veníamos: las famosas costillas de Chelín. Ordenamos un plato de costillas –para dos o tres personas, acotó el mesero-, una chorizo de ternera-no había el cuencano, que prefiero- y una pechuga de pollo. Como acompañamiento pedimos un moro de lenteja con tocineta y una menestra de lenteja con arroz, todo para compartir entre tres.

Vista la dimensión de las costillas que nos sirvieron, en realidad, el tiempo de espera fue cortísimo. Un rack completo de costillas de cerdo, de la parte más carnosa del chancho, rebosaba un plato grande de cerámica. Las costillas, bañadas ligeramente en salsa barbeque, se veían tostadistas y tiernas. A su lado, una pechuga abierta sin deshuesar y el chorizo de ternera- un megachorizo. Las costillas estaban como se veían: cocinadas en su punto, crujientes por fuera y jugosas por dentro. Sólo dejamos los huesitos; hasta el cartílago pagó.

Por mi parte, probé la menestra, ok por lo económico del precio, pero me enganché con el moro. El moro tiene algún refrito adicional y abundantes pedazos de tocino cortados en pequeños rectángulos que le agregan ese sabor especial a la mezcla.

Aun con toda el hambre que cargábamos encima sobró un poco de moro y casi la mitad del chorizo, que llevamos a casa en una bolsita de perro. Según el estómago de cada comensal se puede comer por un rango de entre 4 a 10 dólares por nuca. Yo por ejemplo, con mucha hambre buscaría una pata para pedir las costillas y dos moros, un festín de reyes por USD $10 cada uno o, si quisiera ahorrar algo, compartiría el lomo de cerdo que en este restaurante tiene sus fanáticos entusiastas. Creo, sinceramente, que este es uno de los grandes sitios de Guayaquil para comer parrilladas con cortes grandes –que siempre tienen mejor cocción-, para compartir, sin tener que someterse a precios exorbitantes. Da para regresar, muy seguido.

Ficha Técnica

Nombre: Restaurant Chelín

Ubicación: Cañar 910  entre Lorenzo de Garaycoa y Seis de Marzo

Horario: Lunes a domingo, de 5 PM a 10 PM.

Precios: Costillas $ 13,44; lomo de cerdo, $ 8,96; Lomo fino de res $ 11,96; porción de carne $ 2,54; porción pechuga de pollo $ 3,36; chorizos $ 2,24. Acompañamientos: Moro $ 3,08; menestra de fréjol o lenteja $ 1,34.

Rafael Balda Santistevan