Entre oficinistas, familias y demás integrantes hay más que un condominio compartido: a todos, religiosamente les llega por medio de Arce –el mensajero de este lugar–, la factura de las expensas. Para algunos, éstas representan al monstruo debajo de la cama que suele habitar por igual: en el sueño o el insomnio. El monstruo no se va hasta que se ha cancelado el valor correspondiente. Bien, sea como sea, a nadie le gusta tener el rol de publicano, (en realidad, administrador del condominio). Pero alguien debe hacer ese trabajo.
Hace un rato, Doña Ingrid vino al departamento y nos regaló una torta, y a la vez, vino muy puntual el pago mensual de su factura. De la correa jaloneaba a Dolly –que irónicamente es una pastor ovejera–, no resiste estar quieta antes de su paseo de cada mañana. Dolly es leal con su dueña, tiene ojos brillantes y los colores del ying yang en su pelaje, lo que cautivó a un perro de la calle. La dueña de Dolly comprendió que en el amor no hay diferencias y así, viva la anarquía. Bien, a Doña Ingrid le debemos la vistosidad de las plantas, ella les dedica abnegadamente su tiempo. A lo mejor un día de éstos salgo del departamento y encuentro a Indiana Jones cortando a grandes rasgos vegetación espesa. Volviendo a la realidad, se preguntarán si el IESS cubre los gastos de Doña Ingrid. Pues ya saben la respuesta: no. Ella maneja un Spark requetebién. A su edad, transporta a quien lo solicite, y además de ser confiable, cobra lo justo. Ella solía llevarme a clases de ballet cuando niña. Cierto, olvidaba comentar que no se puede tener mascotas en el condominio, pero si se cumpliera esa regla… quién sería compañía incondicional de mi vecina pues su pareja es un señor bohemio y viajero.
Otra vez escucho el clásico ding-dong. ‘Viene alguien más a cancelar la factura’, pensamiento de primera instancia. La mirilla de la puerta estaba y sigue estando partida, pero eso no impide componer la imagen que se aprecia distorsionada. Ropa colorida, ceñida a la masa corporal, gafas, rostro recién maquillado, mejor dicho: mutado. Eso se logró ver. Abrí la puerta…
-Hola, ¿agencia de publicidad Equis? Vengo al casting.
-Hola. No es aquí. Es en el departamento que está al pie de las escaleras.
-Ay! Gracias (dijo Señoritamaquillaje casi-saltando).
-Adiós.
‘Oh no. Los maniquíes del almacén de la planta baja han cobrado vida’, pienso después de tal encuentro con lo desconocido. Ya superado ese momento, vuelvo a lo mío, pero mejor es entretenerse en lo que vivo y revivo en este condominio que intenta ser cosmos, pero la diversidad –que se deriva del caos– le gana.
Haciendo un recuento de los protagonistas de mi hábitat que nunca parece descansar, aparecen en mi mente una señora italiana, que va a misa aunque el idioma español no domina aún. Un chino y su pareja que nombraron suyo el departamento de un amigo que pasó a mejor vida bajo el umbral de Buda, también cultivan plantas. Kelly, una periodista colombiana que sabe divertirse con las reuniones que organiza en su departamento. Y recuerdo a una familia de Machala, a la que su gato se le escapaba y etc. Además de las ya mencionadas facturas de expensas, lo que nos une es hacer del condominio un lugar habitable dentro de Urdesa.