Llevo 7 años de haberme graduado de arquitecta y toda una vida de tener que caminar frente a construcciones. Por mucho tiempo, ver un poco de escombros y la malla de protección verde, era motivo suficiente para cruzar de vereda, cambiar el rumbo o acelerar el paso, todos síntomas de un piropo inevitable.
Los hombres no se dan cuenta, pero ellos pueden circular libremente por la ciudad sin ser víctimas del morbo del maestro de obra. La población mayormente masculina dentro de esas labores y la vista telescópica que proporcionan los varios pisos de las construcciones los convierte en máquinas de fabricación de amorfinos de acero, acompañados de silbidos condimentados con dedos de mortero.
Ahora que mi profesión me obliga a ingresar en el mundo de los cascos y las botas de obra, puedo ver todo desde el interior de ese universo. Debo confesar que al inicio sentía temor, pues lo que yo conocía de los maestros, eran esos incómodos segundos en que debía huir, pero ahora, luego de tenerlos de compañeros de trabajo por casi 7 años, me doy cuenta de que son seres inofensivos y especialmente divertidos, muchos obligados por la necesidad y la falta de estudio a trabajar desde niños en jornadas extenuantes de esfuerzo físico. La visión monstruosa y la sensación de estar siendo observada y desvestida por los ojos de un maestro es una simple ilusión nuestra, chicas. Sí, tal como lo oyen, una simple ilusión.
La realidad es que un obrero no es más morboso que un abogado o un doctor, no existe diferencia en cuanto a estrato social. ¡Todos son hombres! A todos se les salen los ojos al mirar a una chica bonita o que viste provocativamente, la única diferencia es el entorno, las “oficinas” de los maestros tienen una ventajosa vista panorámica y al no usar corbata que les apriete la garganta, sus pensamientos no se ahogan en sus cabezas, sino que salen con naturalidad por su boca.
¿Los maestros “piropean” por morbo? La respuesta es NO. La verdad es que lo hacen por diversión, si pudieran ver tal como yo, lo chistosas que nos vemos tratando de evadir la mirada y acelerar el paso con cara de bravas, lo entenderían. ¿Entonces por qué tenemos la sensación de estar siendo acosadas sexualmente? Pues porque mientras más picaresco, o incluso grosero, es el comentario, más chistosa es nuestra reacción. Siento decir esto, pero soy una mujer de obra, y a veces no puedo evitar reírme de mis congéneres en proceso de huida; me río a escondidas y luego por lealtad al gremio, regaño a mis maestros exigiendo respeto.
¿Quieren el antídoto para los piropos de cemento? Se ha comprobado científicamente (por mí) que éstos cesan cuando el maestro pierde el anonimato. La siguiente vez que un obrero le grite “tsss tsss hola mi reinaaaaaa”, pare de caminar, busque con la mirada al autor, y dígale “Hola mi rey”. Las burlas que iban destinadas a usted, ahora irán en contra de él, y de esta manera podrá pasar por esa construcción las veces que quiera, sin ser molestada nunca más. Ellos no esperan que una mujer les regrese a ver y peor aun que les conteste, como dije al iniciar este artículo, son seres inofensivos, y se mueren de miedo ante una mujer decidida y fuerte.
Es un juego de equipo, no se atreven a “piropear” cuando están solos, necesitan de muchas miradas y risas de apoyo, necesitan cómplices. He ido desarrollando el arte del “contra-piropo”, me atrevo porque ya conozco todo desde dentro, sé que al pasar por una construcción, no como arquitecta sino como mujer, debo regresar a ver primero a los ojos de cada maestro que se asome para garantizar el silencio. Con esto descifrado, ahora sólo me queda investigar cómo es que logran “silbar hacia adentro”.