Se puede decir que crecí, aunque no creo que es la manera correcta de decirlo, en Guayaquil. Digo que no es la manera correcta ya que siento que me desarrollé, durante mi infancia y adolescencia, dentro de un régimen escolar conservador y controlador que trataba de censurar mi conocimiento, lo que yo realmente veía en el mundo. Hoy, a mis 20 años de edad y estudiando en los Estados Unidos en una universidad pública he podido crear mi propio conocimiento lejos de la sociedad que me “educó”. Y gracias a esta oportunidad he podido llegar a conocer muy bien a alguien súper importante en mi vida, yo.
Toda mi vida -a excepción de 3 años- estudié en unidades escolares privadas, que, aunque se autoproclamaban laicas, eran católicas en la práctica y gritaban los pasajes de Escrivá de Balaguer a los cuatro vientos. Aparte de haber aprendido los teoremas de Pitágoras, las guerras púnicas y los ismos de arte del siglo XIX estos colegios me enseñaron cosas que no creía necesarias ni mucho menos ciertas. Y si había algo de historia era la mera y puerca glorificación del emperador romano Constantino. Hasta el día de hoy me enferma el sonido que hacían mis educadores al decir la palabra “gran” seguida por el nombre “Constantino”.
En las clases de religión me decían que la homosexualidad era una enfermedad, un desbalance químico y hormonal que se podía curar y que implicaba una vida caótica y llena de pecados si no se trataba inmediatamente por psicólogos. Todos mis aprendizajes de historia relacionados con la Biblia los hice independientemente, ya que estas clases se transformaban siempre en un monólogo de lo que el catolicismo quería que seamos.
Durante ese mismo periodo cuando cursé mis años de secundaria, me obligaban a ir a misa por lo menos una vez por semana. Siempre me las ingeniaba para no ir y me escondía debajo de mi mesa leyendo a Julio Verne o escuchando a Billie Holiday en mi iPod. No quería ir a un lugar donde me sentía vacío, y donde se me acercaban a preguntar por qué no había comulgado. Seguido por una recomendada confesión con el sacerdote que me preguntaba mi nombre al final de la denominada confesión. La razón de esto no la sé y no la quiero saber, siempre me inventé nombres (es un hobbie mío).
Este lugar donde me “eduqué” es reconocido como uno de los mejores en la ciudad, de la mejor calidad de educación y de educadores. Pero teniendo estos títulos (por llamarlos irónicamente así) se olvidaron de algo muy importante, se olvidaron de inculcar en sus estudiantes el libre pensamiento fuera de la religión. Dentro de estas enseñanzas no existía el ejercicio del libre albedrío si no estaba ligado a la moral ideológica dictada por la religión católica.
Siempre censuraban cualquier material de educación que consideraban profano o de “poca relevancia en el catolicismo”. En mi caso intentaron que no hiciera mi tesis sobre la problemática de los principales personajes femeninos de las películas de Sofía Coppola ya que consideraban que el título de la primera película de Coppola, “Las Vírgenes Suicidas”, era blasfemo y ofensivo para el jurado de tesis y consejo estudiantil. Conducidos por su ignorancia no entendían que el título de esa película no tenía que ver con el ícono de la religión católica. La película transcurre en una ciudad norteamericana en los años setenta y relata la vida de cinco hermanas adolescentes que deciden suicidarse, una por una, debido a la vida represora y enclaustrada que sus padres les imponen en el colegio y en la casa. El tema de la virginidad se refiere a la falta de conocimiento fuera del catolicismo que a la larga llevó a las niñas de la película a quitarse la vida. Irónicamente, mi tema de tesis dio lugar justamente a la situación que la película representaba. Y bueno, nadie en el colegio se suicidó tampoco y al fin pude sustentar mi tesis como la había planeado originalmente sin censura alguna.
Estas enseñanzas no sólo llegaban a mí, si no a mis hermanas también. Ellas estudiaban en otro colegio, similar al mío pero exclusivamente para niñas, con una enseñanza más extrema y ridícula que la mía. Me decía mi hermana mayor, que sus profesoras le decían que mamá se iba a ir al infierno por ponerse bikini en la playa. Para esa época ella era una pequeña niña de 10 años y sus preocupaciones no eran pasar todas sus materias, no, su mayor preocupación era que su madre estaba condenada a quemarse en un lugar alegorizado por sus profesoras como el peor lugar en el que un ser humano podía pasar la eternidad por culpa de un tipo de prenda o como le decían a ella, “las prendas de una puta”.
Indagando más en mis recuerdos de esta época debo mencionar la carencia grande en la clase de biología. Desde 4to curso tuve esta clase y puedo confirmar con cien por ciento de certeza que aprendí todo lo que esta clase me enseñó ya que estudiaba doble (para examen final y para supletorio), pero nunca me enseñó lo más básico de la biología: lo que es la sexualidad humana. Aprendí todas las partes de las células animales y vegetales pero nunca cómo se reproducían los seres humanos. Mis padres, viendo esta carencia, optaron por llevarme a talleres de educación sexual de manera independiente para no dejarme en el limbo de la ignorancia. La hipocresía no tiene lugar y espacio en mis palabras, por lo cual debo confesar que yo también aporté al investigar este tema en internet sin que nadie me dijera que haga eso.
Al llegar a la universidad me di cuenta que esto fue una mala educación, una educación escasa e injustamente censurada. En mis clases de ahora en la universidad se crean diálogos donde todos podemos opinar. Y opinamos desde todos los puntos de vista, especialmente los humanistas. Puntos de vista totalmente alejados de cualquier religión. Tengo una educación donde me corrigen mis ensayos si tienen faltas ortográficas y no por que puse “novio” en vez de “novia” hablando de mis relaciones románticas.
No podemos decir que la escasez de conocimiento en mi educación de adolescente fue culpa de bajos recursos económicos. Se podría pensar que durante mi adolescencia debí aprender más ya que vine de una entidad privada y curso ahora mi educación en una entidad pública. La diferencia proviene del hecho de que en mi universidad se crean diálogos, se indagan nuevos conocimientos y se exploran las diferencias sin crear barreras de ningún tipo. Es de ignorantes pensar que la educación privada o cara es mejor que la pública o barata. Mis experiencias educativas son el vivo ejemplo de esta conclusión errónea en la que mucha gente cae.
Creo yo, dentro de mi educación y conocimiento de un joven de 20 años de edad, que cuando se educa se debe provocar debates y plantear nuevas preguntas. No se debe implantar creencias provenientes de delirios de fanatismos de ningún tipo. Si no se indaga en las diferencias y en lo tabú no se llega a un conocimiento, simplemente se queda uno estancado en lo ya explicado antes sin llegar a la nueva meta que es el conocimiento nuevo. A la larga es caro ser ignorante y mal educado.