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Marcelo Marchán, el popular Tomás del Pelo, entrevistó para la edición de revista La Otra del 26 de septiembre de 1986 a Carlos Pérez Perasso, entonces director de diario El Universo. Una de las respuestas de Pérez en dicha entrevista retrata las prácticas en que la prensa, aunque en creciente declive, todavía insiste hasta la actualidad (“Retrato de época”). La película The Artist, vencedora en las categorías más relevantes de la última edición de los premios Oscar, es una metáfora precisa del creciente declive y la necesaria ruptura con las prácticas que Pérez retrató en su entrevista (“Cambio de época”).

Retrato de época

“P: ¿Cree usted que existe realmente libertad de prensa en nuestro país? 

R: Yo pienso que sí. Fíjese: quienes afirman lo contrario, son aquellos que no son otra cosa que producto de la prensa; personas que han alcanzado un espacio de opinión y de notoriedad gracias a que la prensa no los ha ignorado”.

Estas declaraciones de Carlos Pérez se dieron en el contexto del gobierno de León Febres-Cordero, en el que se había ordenado la censura previa de medios de comunicación durante el fallido rescate a Nahim Isaías, la rebelión militar de Frank Vargas y las 7 huelgas nacionales sucedidas durante su período de gobierno (el fallido rescate fue en septiembre de 1985, la rebelión militar en marzo de 1986 y 4 de las 7 huelgas nacionales ya habían acontecido para la época de las declaraciones de Pérez, en octubre de 1984, en enero y en marzo de 1985, y en septiembre de 1986 –esto es, 9 días antes de la publicación de la entrevista). Un total de 37 medios de comunicación fueron clausurados durante esa época: en noviembre de 1984, el gobierno ordenó la clausura de las radios Atalaya, CRE y Huancavilca, en Guayaquil, y de radio Democracia en Quito, por retransmitir opiniones del entonces Alcalde de Guayaquil, Abdalá Bucaram; en abril de 1985 se clausuró las radios Dinámica y Victoria por la transmisión de un espacio pagado por Bucaram; en marzo de 1986, con ocasión de la rebelión militar, el gobierno clausuró las radios Tarqui, Democracia, El Sol, Éxito, Sideral, Bolívar, Cristal y CRE, por retransmitir declaraciones de Frank Vargas. El 17 de agosto de 1985 se había disparado contra el vehículo del gerente de Radio Éxito de Quito, José Rodríguez Santander y en junio de 1985 se había encarcelado al periodista Pancho Jaime por cuatro días (quien ya había sido detenido y torturado con anterioridad, en enero de 1985 y noviembre de 1984). En mayo de 1985, el gobierno de Febres-Cordero impidió por una resolución administrativa que el canal 5 (de propiedad de la Organización Ecuatoriana de Televisión, Cía. Ltda. –ORTEL) salga al aire pese a que había satisfecho todos los requisitos legales. Su gobierno también utilizó la asignación de publicidad oficial de manera discriminatoria a manera de premio o castigo y, de manera general, los periodistas que no coincidían con las políticas del régimen de Febres-Cordero fueron víctimas de agresiones, intimidaciones, encarcelamientos, intentos de asesinato y despidos. El retrato de su época de gobierno lo c0mpleta el propio Febres-Cordero, quien en una entrevista en sus últimos días como Presidente celebrada con el entonces periodista Carlos Vera y transcrita en su libro Autopsia de una traición, incriminó a los medios de comunicación de haber usado “acusaciones perversas, infundadas, explotadas por algunos medios” para deteriorar la imagen de su gobierno (Pág. 134): un botón de muestra de su manifiesta beligerancia verbal contra todo aquel que pensara distinto a él y de la que nunca se privó durante su gobierno (véase, por ejemplo, por acá).

La beligerancia verbal de Febres-Cordero, la censura previa en estados de emergencia, la clausura de los medios de comunicación, los abusos administrativos y las agresiones a periodistas: ese era el contexto de las violaciones a la libertad de expresión registradas al momento de las declaraciones de Carlos Pérez en la revista La Otra del 26 de septiembre de 1986. A Carlos Pérez, sin embargo, ninguna de esas circunstancias le impidió afirmar en su respuesta que existía libertad de prensa. Entender el por qué de estas declaraciones es la esencia de este retrato de época.

Para Carlos Pérez, la libertad de prensa es todo aquello que la prensa decide que vale publicarse y toda persona que puede participar de la opinión pública (o sea, que ha “alcanzado un espacio de opinión y de notoriedad”) tiene ese espacio “gracias a que la prensa no lo ha ignorado”. Esta descripción del ejercicio de la libertad de prensa hecha por Pérez describe con precisión cuál es la naturaleza del poder de los medios de comunicación tradicionales: un poder por el cual “más que decirle a los individuos qué pensar, los medios deciden en qué podemos pensar. Los medios tienen el poder de definir la agenda” (López Noriega, Saúl, Democracia, poder y medios de comunicación, Pág. 109). Esta definición de la agenda (o sea, de lo que la prensa ha decidido no ignorar) los medios de comunicación la realizan en función de los intereses de sus dueños y de sus directivos: son sus razones empresariales las que determinan lo que se les informa a los ciudadanos, lo que estos “pueden pensar”. Con aquello que le convenga ensañarse, el medio de comunicación se ensaña y lo convierte en parte de lo que puede pensarse en la opinión pública; con aquello que le conviene ocultar, el medio de comunicación minimiza o calla la información. Eso explica, por ejemplo, por qué los medios de comunicación en Guayaquil (por ejemplo, el periódico de Carlos Pérez Perasso, cuya administración heredaron tres de sus hijos) tienen una dinámica muy diferente según quién haya cometido un supuesto abuso: si proviene del gobierno nacional, el escándalo es seguro; si proviene del gobierno seccional, lo seguro es el silencio o un conveniente sucedáneo, situado muy lejos de la información responsable. Un doble estándar que, por ejemplo, en el caso de El Universo ha sido tan evidente, que este periódico ha informado a los ciudadanos con narrativas claramente opuestas sobre casos tan graves como los enfrentamientos entre fuerza pública y civiles sucedidos con un escaso día de diferencia: cuando en un caso la narrativa correspondía al gobierno nacional, El Universo evidenció su ensañamiento, a pesar de que en el “enfrentamiento” no hubo heridos ni detenidos; en el otro caso, cuando la narrativa correspondía al gobierno seccional, El Universo evidenció su silencio cómplice, a pesar de que en el “enfrentamiento” hubo 4 heridos y 12 detenidos (véase, por acá).

Los medios de comunicación no solo que suelen formular la agenda de la opinión pública (esto es, lo que “podemos pensar”) de acuerdo con sus intereses empresariales, sino que incluso crean y mantienen esas empresas privadas de comunicación para cumplir un propósito distinto al de la rentabilidad empresarial, esto es, a pesar de que la empresa privada de comunicación no sea una empresa rentable. Esto es lo que se desprende de las declaraciones de un conocedor de las prácticas periodísticas en este país, Carlos Vera, quien en una entrevista celebrada el 24 de enero de 2011 con Ismael Cala en CNN, con ocasión de debatir una de las preguntas de la consulta popular, declaró: “ahora quieren que un empresario de radio, por ejemplo, si es de cobertura nacional no tenga una hacienda, no tenga una camaronera, no tenga un local comercial, cuando a veces la rentabilidad de ese negocio cubre las deficiencias del de la comunicación”. Si la empresa privada de comunicación no es por sí misma rentable, a pesar de lo cual se la quiere mantener en funcionamiento, es porque cumple un propósito distinto al empresarial-comercial y no es difícil deducir que el propósito que cumple (lo que resulta congruente con el poder de definir la agenda pública) es un propósito de carácter político. 

Éste es, en definitiva, el retrato de época de la libertad de prensa en el Ecuador, descrito por sus propios actores relevantes (un importante político –León Febres-Cordero, un dueño de un periódico influyente –Carlos Pérez, y un destacado periodista –Carlos Vera): una libertad que ha sido ejercida por unos medios de comunicación que tradicionalmente han decidido la agenda de lo que podemos pensar los ciudadanos en la opinión pública, de una manera selectiva y de acuerdo con sus intereses empresariales y, mucho peor todavía, de acuerdo con sus intereses políticos. Por ello, ante las graves y evidentes violaciones a la libertad de expresión durante el gobierno de Febres-Cordero, Carlos Pérez Perasso podía declarar sin asco ninguno que en esa época existía libertad de prensa: porque la libertad de prensa existiría para un empresario de la comunicación siempre que las políticas del Estado no contravengan sus intereses empresariales o políticos. (De hecho, las políticas públicas del Estado ecuatoriano han solido favorecer a los grandes medios de comunicación, con exenciones tributarias y privilegios comerciales –artículo 35, reformado en mayo de 1995 de la Ley de Radiodifusión y Televisión.)

En una entrevista de 1996, el propio Carlos Pérez Perasso resumió de manera lapidaria el rol que en buena medida ha cumplido la prensa en este país: “la prensa ha callado y ha sido cómplice de cosas muy graves”. El mejor pie de página para cerrar este apartado.

Cambio de época

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The artist es una película que obtuvo 5 premios Oscar (en las categorías de mejor película, mejor director, mejor actor principal, mejor banda sonora y mejor vestuario) y que nos cuenta la historia de George Valentin, una estrella del cine mudo, cuyo orgullo le impide aceptar la nueva tecnología sonora que la industria cinematográfica adoptó desde 1929. La historia se cuenta con los recursos propios del cine mudo y uno de sus mensajes es que no puede resistirse el avance de la tecnología: o te adaptas a ella, o quedas fuera de juego.

El Internet es para el negocio del periodismo lo que el sonido fue para la industria cinematográfica: un avance al que los actores del negocio del periodismo no podrán resistirse. Más temprano o más tarde, el negocio del periodismo será enteramente digital y lo impreso meramente un recuerdo. El Internet terminará por hacer trizas el retrato de época que se describió en el apartado anterior: lo que en su momento era (y todavía es) un negocio principalmente de grandes capitales favorecidos por políticas públicas funcionales a ellos, se convertirá de manera creciente en un emprendimiento principalmente de voluntades favorecidas por una plataforma esencialmente democratizadora, de costos mínimos y maximizadora de las posibilidades de difusión y de intercambio en tiempo real. Los poderes políticos acostumbrados a la connivencia con las empresas de comunicación no podrán sostener sus prácticas de omertá, porque lo que no se dice en una parte, podrá de todas maneras decirse en otra: el que una cosa se discuta en la opinión pública será, esencialmente, una cuestión de actitud y de talentos. La posibilidad de que la prensa sea “cómplice de cosas muy graves” será escasa: la escena pública de los ochentas, cuya prolongación todavía vivimos, será solamente un recuerdo nefasto.

El cambio de época implica romper el retrato de época. Este es el propósito al que apunta nuestra apuesta hipertextual.

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Bajada

    

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Fotografía de Alejandro Ortiz Pellicer bajo licencia CC