@dani_solorzano

Nota del Editor: Esta entrevista fue publicada en El Telegrafo el 21 de septiembre de 2008, pero se encuentra fuera del aire en el sitio web de dicho diario. Por la memoria histórica, la reproducimos.

De vez en cuando llora. Veinte años y ocho meses a cuestas no han logrado que Pedro Restrepo borre de su memoria ninguno de los momentos de aquella madrugada del 8 de enero de 1988, que antecedieron a la desaparición de sus dos hijos, Andrés y Santiago, ni el beso sobre sus rostros, ni las recomendaciones que les dejara a dos adolescentes que dormitaban momentos antes de que partiera de vacaciones. Esa fue la última vez que los vio vivos. De allí, su dolor late convencido de que algún día encontrará lo que le arrebataron.

El hombre es de caminar lento. Ya no es aquel joven que con ilusiones de hacerse un nombre llegó, a finales de los sesenta, recién casado con la veinteañera Luz Elena Arismendy, a probar suerte en las industrias textileras de un Quito que lentamente se modernizaba a cuestas del petróleo.

Desde ese frío enero, ha padecido lo que apenas alcanza a describir. Angustia, dolor, coraje. Pero también le sobrevinieron destellos de mucha decisión, de amor. De esperanza y voluntad para buscar una verdad. “De tratar que este crimen atroz no salga de la memoria colectiva, sino que se mantenga con todo lo que eso significa para conmover la sociedad”. Al mismo tiempo y casi sin proponérselo, de cambiar muchas formas de que la sociedad vea los asuntos del Estado. Así han transcurrido estos 20 años. Pero para él todo recién sucedió ayer. Por eso es que la lucha, la memoria y la denuncia permanecen vivas.

Ha sido este uno de los años más complicados para el padre de los hermanos Restrepo, aquellos que fueron desaparecidos por un piquete de agentes de la Policía, en el ocaso del gobierno socialcristiano de León Febres-Cordero. Sí, este año (2008) ha sido bastante difícil porque se agudizó una artrosis, que seguramente arrastraba de algún tiempo, pero que solo se manifestó de forma severa a finales de 2007. La enfermedad degenerativa, que apareció hace ocho años, con leves molestias, en sí, consiste en que los cartílagos que separan las vértebras y que amortiguan las rodillas se van deteriorando. El problema de la columna se agravó justo a los 20 años de la desaparición de sus hijos. La operación que revestía cierto grado de peligro alivió parte de sus molestias. Tiene secuelas pero no lo imposibilitan de ir de un lado a otro, eso sí lentamente, porque los plantones que durante 18 años realizó cada miércoles pasaron factura a sus rodillas que están desgastadas. Los zapatos tenis, grises, y unas pantuflas se le volvieron indispensables en el andar.

El reporte más reciente de la Comisión de la Verdad, creada por el Gobierno, para esclarecer los casos de violación a los derechos humanos en el período entre 1984-1988, pone a Pedro Restrepo nuevamente en la coyuntura, al ser comisionado para que recopile e investigue las denuncias.

Sentado en la esquina de un sofá terracota, flanqueado por numerosas antigüedades, el patriarca de la familia repasa su lucha al ocaso del sol de un miércoles que tibiamente se escurre entre los caseríos de Cumbayá. Ofrece tintico, como buen antioqueño, y cuando habla agita sus manos demostrando énfasis en sus sentencias.

¿Usted es para los ecuatorianos un ícono similar a lo que las Madres de la Plaza de Mayo son para los argentinos?

No se me ha pasado por la mente eso de que me sienta o no un ícono, ni me preocupa. Eso lo debe calificar la gente y de hecho en expresiones de los que hablan con uno, las personas, sobre todo las que luchan por los derechos humanos, consideran que el caso Restrepo y la lucha nuestra movió toda una sociedad que cambió su concepto de Derechos Humanos.

 

En un tiempo donde nadie hablaba de eso, usted fue el primero en el país que planteó un delito como crimen de Estado.

Era una figura jurídica que no estaba en el argot de los abogados y peor en el imaginario colectivo. Menos, se sabía qué podía ser eso. Es muy fácil para el discurso del poder decir que la desaparición de los niños era producto individual de unos malos uniformados, que la Policía en general es muy buena, que el Estado es muy bueno, y que eso es una mancha, que hay que tratar de enmendarla.

Para la Policía, para el Estado, a los niños Restrepo jamás los cogieron, jamás los desaparecieron. El ex presidente León Febres-Cordero ha dicho que es lamentable el hecho, pero que era un problema de la Policía y que no tiene nada que ver con eso.

Esa es la postura que siempre ha manejado, desde que fue Presidente de la República…

Eso es lo grave. En mi análisis, el responsable es el entorno político, la ideología política y la forma cómo se manejó la Policía, el Ejército y los grupos de investigación y represión de esa época. Simple y llanamente, Febres-Cordero, con su ideología de derecha, creía que todo era válido con tal que existiera seguridad.

¿Qué tenían que ver sus hijos contra la seguridad del Estado?

En aquella época surgió Alfaro Vive Carajo, estaba el problema del narcotráfico y de la delincuencia. Oiga, los pueblos se abruman mucho con estos problemas que de alguna u otra forma atentan contra su seguridad y tranquilidad. Entonces, aparece un gobierno que habla de mano dura, de acabar con eso y creemos que es la panacea, que está bien. Estos gobiernos como el de Febres Cordero montan sus aparatos represivos, les dan carta blanca para que hagan lo que ellos quisieran, les garantizan que no los van a tocar, con tal de que aseguren la tranquilidad. Esos policías eran entrenados para matar, eran armas. Para ellos, el civil no valía nada.

¿Eso fue lo que pasó con sus hijos?

Ellos cogieron a nuestros niños. Como no tenían licencia de conducir, los chicos se asustaron y huyeron, pero fueron apresados, torturados y asesinados. Para los uniformados, esas muertes son daños colaterales. Pasó y nadie los iba a investigar. La Policía era intocable. Ni la prensa se atrevía a hablar de las barbaridades que hacía. Nadie protestaba por las cosas que pasaban porque había miedo. Esas políticas de Estado que los pueblos mismos apoyan son un boomerang que se va contra los mismos pueblos. Por eso puse el caso como derivado de una política de estado y fue aceptado por el Gobierno como un crimen de Estado, en 1998, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Usted se enfrentó a todo un Estado, pero dice que había miedo en la sociedad, ¿cómo superó ese miedo?

Perder el miedo fue algo gradual. No fue fácil. La familia Restrepo era común. No fuimos de muchos amigos, de sociedad, de clubes ni de partidos políticos. Éramos dedicados al hogar y de pronto empezar a denunciar a toda una institución como la Policía, a todo un Estado, a sus estamentos, a sus jueces y tomando en cuenta que uno es extranjero, más el karma de que uno es colombiano, no es fácil. Para dar los pasos que fuimos dando, desde luego que hubo miedo. Mucho, pero cuando dudaba o me atemorizaba, venían a mi mente las caras de mis hijos que me decían “bueno, papá, adelante… no puedes quedarte sin saber de nosotros”. Eso me daba impulso. Ahora no tengo miedo a nada.

¿Ni siquiera a que pase el tiempo y no logre encontrar la verdad de lo que pasó con sus hijos?

Cuando uno inicia una lucha de estas tiene que estar muy convencido que esto no se enmarca en el tiempo. No se puede decir, voy a buscarlos un mes, dos, o si en un año no he conseguido nada, lo dejo. No, porque estas son gestas que no tienen tiempo, sino la convicción de que se las debe realizar.

Siempre he estado convencido de que voy a saber qué pasó con mis hijos, que muchas cosas que aún son oscuras se van a saber y estoy convencido de que algún día encontraré sus restos. Pero de allí a decir que si en un año no los encuentro enloquezco, no, para nada.

Pero sí estuvo al borde de la locura…

En los primeros años, sobre todo el primero, gracias a Dios tuve resistencia psíquica para manejar, especialmente, la situación interna de mi casa. Tras la desaparición surgió una duda central: ¿dónde están? Alrededor de esa duda todo se trastorna en tu vida, toda tu rutina, tu vida interna se vuelve un desastre. En el caso nuestro, la angustia, el dolor, la pena de mi esposa fue tremenda. Ella era una mujer alegre, dicharachera, de contar chistes, muy alegre, de chispa a toda hora, entusiasta en sus negocios y de pronto pasaba tirada en un sofá, llorando todo el día, sin querer comer, consumiéndose, reclamando sus hijos. Muchas veces echándome la culpa. La cosa fue muy dura. Además de eso, tener a una niña de 10 años y que ella vea cómo su casa se trastornaba, con un papá que salía temprano y volvía en la noche, con unos hermanos a los que no volvió a ver, de una mamá deprimida.

¿Cómo lo superó?

Yo recuerdo que durante todo el tiempo antes de que Luz Elena muriera en el accidente, ella se resistía a ver una foto de ellos, a leer o ver una noticia del caso, pues el interés de la opinión pública era abrumador. No veía noticieros, ni entraba a los dormitorios de los niños. A uno le tocó manejar esa situación para tratar de no enloquecer, de tirar la toalla, sino mostrar que uno estaba tranquilo y que va marchando por el camino correcto, que esta familia sientiera que hay una cabeza que sostiene este hogar. Paradójicamente, ahora yo soy incapaz de ver una fotografía de mis hijos. Desde hace ocho años no veo ningún álbum de fotos. Si alguien los abre, yo me aparto. Todavía lloro cuando recuerdo sus expresiones, sus risas, sus anhelos. Sus esperanzas, en fin, todo lo que estaba centrado en ellos. Procuro no ver, por eso, sus fotos.

¿Qué fue más duro, la situación que se vivía en la casa o fuera de casa?

Todo. Yo empezaba el día a las seis de la mañana. Recorría juzgados, hospitales, abogados, autoridades, oficinas de derechos humanos, investigadores, periodistas, ONG’s. Todas las cosas que uno pensaba que tenían información o relación con el caso. En general todo era frustrante, solo recibía promesas que no se cumplían, pistas que surgían que resultaban falsas, gestiones que se hacían y no resultaban. En definitiva no había luz en ningún camino. De allí llegar a la casa y ver a una esposa que muere lentamente y a una hija que pide respuestas que no hay, de noches en las que no se dormía de pensar qué más se podía hacer. Eso fue duro, durísimo.

¿Luz Elena logró recuperarse?

En ese entonces fuimos al psiquiatra, a los médicos. Lo único que hicieron fue darles pastillas. La tenían dormida. Yo no necesitaba una esposa así y me empeñé en hacerla reaccionar, en hacerla entender que necesitaba su apoyo, que era una crisis muy grande, pero que la debíamos afrontar juntos. Poco a poco fue cogiendo apego a la vida, en conocer más el caso, en ayudar. Ella era muy inteligente e hizo cosas extraordinarias. En 1994 tenía planes de nuevos negocios, montar almacenes, y eso me devolvió la alegría. Ella tenía salud y ya podía luchar. Pero la desgracia llegó justo en las primeras vacaciones luego de 6 años. Se fue a la Costa con su hermana, hija y sobrinos que nos visitaban de Colombia. No fui yo porque justamente esos días tenía muchas actividades relacionadas con el caso, y cuando regresaban sufrió un accidente de tránsito gravísimo y ella murió.

¿La desgracia se ensañó con la familia?

No sé. A mí me costó reaccionar. No solamente que mi esposa murió, sino que mi cuñada quedó herida, así como mis sobrinos. Uno de ellos, incluso, estuvo gravísimo. Lo que me tocó fue atender a los sobrevivientes. Yo seguía siendo la cabeza, el eje, de que este hogar no se destruya por completo.

Aquel domingo estuve en la clínica y el lunes enterré a Luz Elena, con toda la familia asilada en la clínica. En la vida afectiva, esta casa quedó con mi hija y cuñada Martha Cecilia, periodista que vino desde el 88 para ayudarnos en la lucha, y que ha sido el cerebro de esta gesta. El cariño que le tenía a mis hijos la llevó a dejar una carrera periodística en Colombia muy brillante. Trabajaba en la Tv, radio y era docente universitaria.

Usted termina casándose con ella…

Con Martha Cecilia, como cuñados, siempre hubo una relación de cariño y amistad muy grande, que subió de nivel, que fue supremamente mayor cuando se hizo cargo de esta lucha, especialmente, con el manejo de los temas de prensa. En los primeros años ella fue la que me acompañó en todos los recorridos porque Luz Elena pasaba en cama. Entonces, eso fue creando un sentimiento en mí de admiración, de agradecimiento, y que a la larga se convirtió en amor. Luz Elena ya no estaba… luego de año y medio, formalizamos la relación y al poco tiempo nos casamos. De cierta forma, el hogar siguió. Para mi hija fue importante porque era su tía. Para mí, afectivamente, ha sido básico. Lo traigo a colación no para justificarme ante nadie, porque no tengo por qué hacerlo, sino porque es una parte importantísima en mi vida, en mi lucha.

Precisamente, don Pedro, ¿quién lo ayudó en esta lucha?

Desde siempre, la familia dio apoyo. Ellos fueron el pilar. Primero quien fuera mi primera esposa Luz Elena, mi hija, y quien era mi cuñada, Martha Cecilia, quien es ahora mi esposa. Éramos cuatro personas bien unidas que queríamos encontrar una solución a este problema. Siempre fue unánime la visión de que no había que desmayar y que todas nuestras energías eran para eso. En un principio hubo mucha solidaridad de las amistades, del barrio, de conocidos, pero a medida de que la denuncia nuestra fue directamente contra la Policía, la gente empezó a sentir miedo de lo que hacíamos y se fue alejando.

¿En serio los dejaron solos cuando acusaron al Estado?

Los que eran amigos, amigos, desaparecieron. Más bien empezó a juntarse gente que no nos conocían, básicamente, ecuatorianos que sentían empatía con la causa. Fueron artistas, cantantes, gente de Derechos Humanos y personas que sentían nuestro dolor. Se unían en la plaza, en nuestras manifestaciones. El pueblo ha sido, en general muy solidario y cariñoso.

¿Ha cambiado la Policía?

Hay un hecho concreto, en los organismos de Derechos Humanos siguen apareciendo las denuncias de desaparecidos, de detenciones arbitrarias. Puede que la cantidad de eventos haya variado, pero las prácticas se mantienen. Sí hay un cambio. Ahora ellos cuidan mucho la imagen. Ya no se atreven a ser tan directos, porque saben que ahora hay prensa, periodistas y líderes de derechos humanos que van a cuestionar. La gente aprendió a protestar, a denunciar, a no quedarse callados, a enjuiciar a la Policía cuando se producen atropellos. El espíritu de cuerpo de la Policía fue algo tremendo y el caso Restrepo fue emblemático, porque siempre negaron, siempre se defendieron. Ahora no, cuando un agente comete una violación a los derechos humanos, la institución deja que el acusado se defienda solo y como pueda. En el caso Restrepo, cuando empezamos los juicios, la Policía obligó a nivel nacional descuentos de hasta 5.000 sucres a cada miembro para pagar la defensa de todos los uniformados involucrados.

Han pasado 20 años, ¿qué lo motiva a seguir adelante?

El mantener la memoria de ellos en la sociedad. En ver que la prensa y los periodistas constantemente hablan del tema y se evidencia que está lejos de estar cerrado. Eso más bien me da ánimos. Veo que no ha sido inútil y que esta es la forma de buscar una solución final, un desenlace. Siempre lo he dicho, y lo sostengo, la única forma que puedo estar vivo y con energías en la lucha, es que nunca me quedé callado ni resignado. Sino que el denunciar, el refutar pruebas, el aguantar inclusive tanta calumnia que ha habido alrededor del caso y tanta maledicencia me ha dado el coraje para seguir.

Sé que de vez en cuando escribe, quizás para un libro… ¿Usted tiene el epílogo de esta historia?

La lucha nuestra es buscar la verdad total, qué pasó con esos niños. Y recuperar sus restos para darles sepultura junto a los de su madre. Ese sería el epílogo material de esta gesta, o como quiera llamarse, de la lucha de esta familia, de un padre por saber de sus hijos.

¿Crees que Dios te debe a tus hijos?

Ese concepto de Dios es tan complejo. Creo que hay un principio de vida, de una energía, que a lo mejor nos guía o que tiene influencia sobre nosotros, pero hablar que Dios me mandó esto como un castigo, no, para nada. Es una pregunta que uno se hace, ¿Qué he hecho? ¿Por qué a mí? Pero esto es porque nos educaron como pecadores, que somos seres viles y que no merecemos sino sufrir en esta vida para llegar al cielo. No, las cosas pasan.

¿Alguna vez te quejaste de Dios?

Una vez, luego de que el recorrido era constante, recuerdo que una mañana salí del carro y le grité a Dios por qué a mí, qué pasa. De pronto como que algo me iluminó y me dije a mi mismo: no, esto no es cosa de Dios, sino que los problemas y las dificultades son cosas que están rondando y algún día nos cae. De diferente impacto o manera. Lo importante no es que caigan, sino cómo reaccionamos ante eso. Si el golpe nos hunde o nos da fortaleza.

¿Eres un sobreviviente de este caso?

Sí.

¿Decías tú que 99% de las personas quizá preferirá dar vuelta a la página…?

Si alguien me hubiera planteado eso o si yo me lo hubiera planteado, en ese momento habría matado a mi esposa Luz Elena y a mi hija. Hubiera sido un desastre total. No. El hecho nos impactó de tal forma, nos unió de tal manera que nos puso a luchar. No había vuelta atrás, con todo lo que implicaba e implicó. Con un cambio total de vida.

Tienes una biblioteca flanqueda por fotos, de tu lucha, de los tuyos, ¿qué lees, Pedro?

Leo mucho, sobre política, sobre ciencia. Me gustan mucho la lectura científica, la novela, los clásicos de la literatura universal. Puede que me involucre con alguna tragedia. Los literatos lo que hacen es plasmar en prosa bien escrita la realidad humana.

Tú eres ingeniero mecánico, pero me pregunto si en estos 20 años, te tocó convertirte en psicólogo, psiquiatra para conocer a la gente para entenderla…

No solo eso, sino también tocó convertirse en abogado. Aprendí mucho de leyes para luchar con mi propio abogado, incluso. He conocido mucha gente. De todo, buenas y malas.

Hablemos sobre la Comisión de la Verdad… ¿Cómo llega tu nombre a esta entidad?

Realmente fue el Presidente de la República, Rafael Correa, que entre otras cosas debo decir que nunca me he reunido con él, ni me ha llamado.

El también usó el caso Restrepo en campaña..

Desde luego, todos. El caso es recurrente tema de campaña. Entiendo que cuando se nombró la comisión y establecieron los nombres de los integrantes, yo no figuraba. Pero fue el Presidente que dijo que necesitaba que en esta comisión esté Pedro Restrepo.

No es incorrecto que una persona vinculada con un caso, esté presente en la investigación… ¿qué objetividad podría tener?

Cada uno al final puede interpretar como quiere. Yo lo interpreto en este sentido: yo soy un hombre inmerso en los derechos humanos, he vivido en carne propia la violación al DD.HH., creo en los derechos, me dedico a lugar por eso, el Presidente cree que yo puedo ser valioso en esa comisión y jamás me he negado, ni me negaré, entonces yo acepté pero con una condición.

¿Cuál?

Que en el momento en que no se desclasificaran los documentos secretos de las Fuerzas Armadas y Policía relacionados con los casos, la Comisión de la Verdad no tiene razón de ser y yo renunciaría.

Pero la comisión se quejó de que no había desclasificación de documentos…

Sí, pues las Fuerzas Armadas y la Policía son reacias a entregar información. Nos quejamos, exigimos, presionamos. En junio, el presidente Correa reaccionó y los ministros responsables hicieron caso. La información se pidió en marzo y recién llegó en julio. Recién estamos analizando los documentos desclasificados. Estamos hablando de más de 200.000 documentos. Ahora hay un equipo de 40 personas encargado de analizar cada hoja.

¿A dónde va a llegar la Comisión?

A la verdad… qué pasó no solamente en el período de Febres Cordero sino en todos los últimos períodos presidenciales. Además espero que haya evidencias que ratifiquen más lo que pasó con mis hijos.