¿Qué es una ciudad y qué beneficios trae tener una cultura urbana?
Ser ciudad implica una cierta densidad de población y una combinación de usos que maximiza el intercambio de bienes culturales y comerciales. Ser ciudad implica espacios colectivos, es decir públicos y compartidos—aceras, parques, transporte— en los que nos reconocemos y comprendemos como diferentes pero unidos en una misma localidad. Implica también diversidad de medios de transporte— buenas aceras para caminar, carriles para bicicletas, para vehículos, y un buen transporte público. Dentro de las diversas ramas del urbanismo, académicos discuten este concepto y tratan de comprender cómo ha cambiado en los últimos años y si viene al caso hablar de la dicotomía campo/ciudad cuando se trata en realidad de diversos grados de densidad. Yo aquí discutiré nuestro ejemplo específico, este cruce de ríos y esteros que se llama Guayaquil y —aunque tiene limites legales específicos— funciona orgánicamente como parte de un conglomerado metropolitano junto con Durán y Samborondón.
A grandes rasgos, Guayaquil ha seguido patrones de expansión y crecimiento similares a muchas ciudades alrededor del mundo: un centro denso y diverso es gradualmente evacuado a favor de una ciudad dormitorio, en donde zonas de oficina y zonas residenciales están separadas. A medida que la ciudad crece, se van formando múltiples centros, unos más o menos diversos que otros. Ese nivel de diversidad y mezcla de usos le da su carácter único a cada barrio—unos más agitados y bulliciosos, otros más tranquilos. En los últimos años un fenómeno nuevo ha alterado este patron—un fenómeno que otras ciudades ya han experimentado y están tratando de revertir. El crecimiento horizontal y el predominio casi exclusivo de la vivienda unifamiliar están transformando a Guayaquil en cada vez menos ciudad. Estos patrones de crecimiento resultan en el deterioro del ambiente y la privatización del espacio público, alterando la manera en que comprendemos nuestro rol de ciudadanos y nuestra relación con los demás.
En los últimos años, la ciudad ha orientado su crecimiento de manera casi exclusiva a la vivienda unifamiliar, fácilmente mitificada por las campañas políticas (de izquierda, derecha, y todas las mutaciones alrededor) como el “justo anhelo” de todo ciudadano. Esta motivación política ha ignorado el hecho de que el crecimiento horizontal va de la mano con la destrucción del ambiente, la creciente contaminación, la privatización del espacio, y el deterioro general de la ciudad. El hecho de que un gran porcentaje de la población no tienen acceso a una vivienda legal es parte importante del problema, pero en este espacio quiero hablar de soluciones a largo plazo que van más allá de los cuatro años de una campaña electoral. En otras palabras, quiero dar el punto de vista académico que represento, en lugar del punto de vista político o comercial, que está a la vista de todos.
Me refiero específicamente a los grandes planes de vivienda unifamiliar que están proliferando en la zona norte de Guayaquil. Impulsados tanto por el sector público como por la empresa privada, estos planes están llenos de buenas intenciones, pero están alterando la ciudad de maneras graves y difíciles de revertir. Hablemos claro: la vivienda unifamiliar es sólo uno de muchos tipos de vivienda que pueden coexistir en una ciudad debidamente organizada y planeada. Pero el problema de crecer exclusivamente en base a viviendas unifamiliares es que se crea un crecimiento horizontal. Si 10 familias viven en un edificio de apartamentos, digamos de 5 pisos cada uno, ocupan el espacio de dos lotes medianos. Si las mismas 10 familias se trasladan a 10 viviendas unifamiliares, ocupan una extensión mucho mayor. Multipiquemos la infraestructura y las distancias: calles, tuberías, cableado: suben los costos, se ocupa más terreno y se incrementan las distancias.
La vivienda unifamiliar, llevada al extremo—como ocurre actualmente en Guayaquil—prácticamente exige el uso del automóvil. El crecimiento del parque automotor no sólo aumenta la contaminación, sino también determina más gastos en ampliación de vías, hasta que terminamos con una ciudad llena de carreteras, en donde gran parte de la rutina diaria consiste en sobrellevar sistemas de calles colapsados ante el volumen de tráfico. Al mismo tiempo, el crecimiento horizontal destruye más reservas naturales. Como dice el urbanista Vishaan Chakrabarti: si amas la naturaleza, no vivas ahí. Inevitablemente, las ciudades crecen, pero crecer de manera compacta es la mejor manera de proteger el ambiente.
De la mano con esta destrucción ecológica, vienen daños culturales en los que a menudo no pensamos. El crecimiento horizontal convierte a Guayaquil en un aglomerado de espacios cerrados y controlados en donde hay cada vez menos contacto con la diversidad, incrementando la desconfianza a lo diferente. El predominio de la vivienda unifamiliar en serie promueve la concentración de usos cada vez más radical—comercios pequeños y medianos en las calles ceden ante el predominio de los centros comerciales, espacios privados que vienen a reemplazar el espacio público de la calle. Los famosos “tontódromos”—¡créalo o no, parte importante de una buena ciudad!— son reemplazados por centros comerciales, en donde los ciudadanos son filtrados a través de vigilancia privada y se reserva el derecho de admisión. En nuestra ciudad, notoriamente, estos rasgos han pasado también al espacio público.
Quiero recalcar aquí la diferencia que logra el diseño responsable: algunos centros comerciales ubican locales hacia la calle, creando aceras por donde se puede transitar, y ubican sus estacionamientos hacia el interior en lugar de rodearse con grandes extensiones de pavimento que resultan en aceras aisladas y peligrosas. No siempre son soluciones ideales, pero disminuyen el daño y tratan de promover una cultura de ciudad. De la misma manera, hay intentos pequeños y aislados de promover edificios de apartamentos—generalmente impulsados en zonas en que la tierra tiene mayor valor, y por lo tanto el mercado impulsa el crecimiento vertical. No me refiero a grandes torres de apartamentos aisladas, sino a edificios de 4-6 pisos, muchas veces sin necesidad de ascensores, y con usos mixtos—pequeños comercios, guarderías, etc.—en la planta baja. Hace un par de generaciones, Guayaquil tenía una cultura de apartamentos— una cultura que es llevada fantásticamente en ciudades como São Paulo y Buenos Aires, y a la que podemos regresar. Es aquí en donde arquitectos y urbanistas debemos ser consecuentes, pensar y explicar las ventajas y responsabilidades urbanas de planes de vivienda, complejos comerciales, unidades habitacionales, y edificios en general. Cada pedazo de la ciudad es parte de un todo y debe ser diseñado pensando en el entorno urbano. Colegas arquitectos: es hora de hacernos oír y demostrar que la arquitectura tiene consecuencias directas en la experiencia de la ciudad.
Si les interesó el tema, les recomiendo Jane Jacobs, “Muerte y Vida de las Grandes Ciudades” y les dejo unos links (lamentablemente en inglés, disculpas!):
Richard Sennett, “Why complexity improves the quality of city life”
Vishaan Chakrabarti, “A Country of Cities” conferencia en el Graduate School of Design, Harvard University 27 Enero 2012 y artículos en urban omnibus.