“Ciudad: ¿Cómo te hicieron enemiga?/ Cómo asesinaron la bandera y el pájaro/ y pusieron la vaca de cemento / el jardín con alambres/ los muros de electricidad y con Prohibido pisar la hierba. Permitido morir”. El poeta Rafael Díaz Icaza le habla a Guayaquil, le reclama en Ecuador: identidad o esquizofrenia de Miguel Donoso Pareja. Y así como amamos las cosas al verlas amenazadas, tan frágiles ante su vulnerabilidad, amamos también a esta querida ciudad que ni por "bella" ni “independiente” ha sido modelo complaciente ante los ojos de quienes la habitan. Siempre humilde nos lleva al intento de querer salvarla por el simple hecho de ser nuestra. Su calor tropical nos enternece y abrasa.
He sentido, que ella siempre fue así, natural. Así como esas mujeres sencillas y sin complicaciones, profundas y valerosas, que no les preocupa eso del maquillaje y la sombra, el qué dirán, ya que lo único importante es siempre la lucha del sacrificio diario y los frutos que puedan sacar de aquello para así llevar el pan a casa y alimentar a los chicos. Pero un día, un poder ufano la empachó de adefesios, la adocenó, deviniendo plástica y decadente. Una suerte de mujer florero, dormida y relegada, maquillada y sin visita. Viviendo siempre asustadiza y con prejuicios arraigados debido a la tradición y las costumbres del tiempo y la religión. Al final, bastaba con que se contentase con muy poco, y hasta ahora, sigue soñando y con ganas de levantarse y sacudirse un poco este hedor insoportable que a las bravas la adecenta y engalana con torpeza. Haber cedido a la fuerza fue un acto de necesidad, mas no de voluntad. De esta suerte, le ha costado mucho alzar bien la mirada, hablar su propio lenguaje, y dejar de ser esa abnegada cómplice de lo mísero e injusto que la circunda. Sin embargo, curioso también es verla fresca otra vez, volver a sus detalles, volver a su historia, su dignidad, a lo que ha estado acostumbrada, a sus tantas brisas llenitas de ayer.
Al darnos cuenta de los detalles confirmamos el intento de hacerla ver moderna y más agradable a lo foráneo, deviniendo ajena a muchos y accesible a pocos. Su evolución se ha dado por una lógica comercial creando, por ejemplo, esperpentos de cemento como el Malecón 2000 que tapan la vista del paisaje inmediato de la ría y donde ahora quedan ni rasgos de lo que fue ese encanto victoriano, propio del siglo pasado. Conservar ese paso del tiempo significaba brindar a los ciudadanos esa memoria histórica al mantener nuestra identidad con la nostalgia del recuerdo.
Según Héctor Chiriboga, autor del artículo Regeneración urbana: privatización del espacio público, políticas de seguridad y tematización en diario el universo de Guayaquil Guayaquil, con respecto al paisaje ilusorio y los no-lugares menciona que: “En concreto esto ha significado la restricción del espacio de circulación y apropiación: la regeneración cierra intersecciones, cierra parques y plazas, llamándolos contemplativos, restringe entradas y salidas, y, al suprimir asientos de avenidas y paradas de autobuses reduce la posibilidad de permanecer (como no sea para consumir en los patios de comida) y con ello la interacción; implica también cuestiones más complejas, que dan cuenta de la debilidad de la ciudadanía construida en estos tiempos: ahí donde los individuos pueden circular, donde les es permitido sentarse, su comportamiento es observado y regulado por el cuerpo de guardias privados y metropolitanos, que implementan regulaciones cuyo texto no se conoce y nunca ha sido objeto de un debate público”.
Un espacio contemplativo recién creado es la nada singular y monumental fuente cibernética de agua, musical y con iluminación sobre el estero Salado. La fuente de agua con luces multicolores (incluido el gris) se levanta a una altura de alrededor 40 metros, similar al Circuito Mágico del Agua en Lima. Sin duda mágica, todavía más pomposa.
Nunca la vida fue tan mezquina. Los urbanistas por su parte acaban disfrutando muy poco de los espacios públicos reales con los que debería contar la ciudad. Lugares de encuentro ciudadano y áreas verdes son muy escasos. Y si se pusiera más atención, los espacios ofrecidos van desde shopping malls, parques clásicos compuestos de puro cemento, lugares cerrados y apartados, jardines puramente ornamentales que no aportan verdaderamente en nada al funcionamiento de la ciudad. (La idea de creación de huertos en espacios verdes contribuiría en creces a la educación de los ciudadanos al tener que cuidar, preservar y por qué no alimentarse de lo que se siembre. La idea de llevar el campo a la ciudad ya ha sido implementada en varios barrios de ciudades de países como Inglaterra y Alemania y aportaría además de forma muy positiva al medio ambiente y a Guayaquil.) Es irónico ver también, en esta isla de calor, la falta de árboles. Aparte de inspirar paz, ayudarían mucho a la absorción de contaminantes y a la calidad de aire que respiramos; hasta se podría decir que la ciudad no sería tan caliente como lo es ahora. Así, Guayaquil carece de un real reverdecimiento urbano, de espacios de reflexión, pensamiento, tertulia, de refugios naturales y culturales, de pensamiento y vida romántica. Espacios de plena interacción con el otro, de debate ciudadano, donde se genere acción y se aflore la identidad no sólo política pero ecológica y social.
Es justo y necesario reflexionar un poco más, no dejarnos cegar por el logro estético: los colores, la pileta, lagos artificiales, piratas que nada tienen que ver con nuestra historia, modelos importados, postizos. Es imperativo aniquilar el subdesarrollismo y pensar, por ejemplo, ¿qué es lo más urgente?, ¿una fuente de agua o procurar mejores condiciones sanitarias para los barrios más pobres que aún viven relegados en Guayaquil?
Y no es que nada haya cambiado, que no haya cosas buenas a resaltar en comparación con lo que se ofrecía antes, pero aún así es una ciudad que no se merece la herencia de un modelo que no es suyo, que no le va, que no es plural. Un sello que fue impuesto y que no cambia hace poco más de una década. Es un poco ridículo el ver que en cada asiento de la zona regenerada, reja de la metrovía o lámpara de alumbrado público, el sello de la M.I. Municipalidad de Guayaquil resalte en grande y con letras mayúsculas el nombre del alcalde: JAIME NEBOT como si eso fuera lo más relevante. Hubiera sido más agradable apreciar primero el nombre de la ciudad: GUAYAQUIL o alguna frase que ensalce la gesta libertaria, mucho más que el nombre de una sola persona. ¿No sería lo más cuerdo acaso, lo más sensato?
Por otro lado, hay mucha gente que se queda impasible aún y se somete a lo que el sino le depare. Pero “¿qué sucedió?, ¿por qué pasamos de la vanguardia de las luchas sociales a clientela asegurada para el populismo o los partidos de la derecha?, ¿por qué dejamos de ser laicos para volvernos confesionales?, ¿qué pasó con nuestro progresismo y liberalidad, con aquello que nos identificaba?” se pregunta Miguel Donoso Pareja en Ecuador: identidad o esquizofrenia y agrega: “Un minuto de silencio, antes de intentar una respuesta” “Esa respuesta existe, desde luego. Es la generación de nuevas y doloras preguntas”
A Guayaquil le falta pensar, zafarse de todo aquello que distrae a sus ciudadanos de la simpleza cosmética y el tabú. Un cambio cultural, cívico y ecológico es en lo que hay que trabajar, no es fácil, pero sólo nuestra voz unida hará la diferencia. Desmitificar a la ciudad, arrancarla de su esclavitud mental para así emanciparla de miedos y espejismos es misión de todos. ¡A despertarse!